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Columna
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El puente

José Luis Ferris

La dimisión de un ministro suele despertar los halagos de sus correligionarios y el aplauso incondicional de sus propios enemigos políticos. Pero esto tiene sus matices. Porque no es lo mismo abandonar la cartera por reconocida incapacidad resolutiva, por imperativos personales o por cualquier convicción ética, que tener que desprenderse del cargo ante una tragedia de irremediables proporciones que una acción eficaz hubiera evitado a tiempo. Le ha ocurrido esta misma semana al ministro de Fomento portugués, Jorge Coelho, un personaje consolidado en el gobierno luso e indiscutible mano derecha de António Guterres. Nadie podrá decirle nunca, ni a él ni a los cinco secretarios de Estado de su departamento de Obras Públicas, que no estaban al corriente del alarmante deterioro del puente centenario de Entre os Rios. Él mismo, hace años y medio, pudo constatar sus deficiencias al personarse en el lugar y advertir las escasas garantías de seguridad que ofrecía su estructura. Pero no conforme con ignorar el asunto, el gobierno acalló las recientes protestas de los vecinos denunciando a los organizadores por bloquear con sus vehículos el acceso al puente y por su impertinente insistencia ante una situación que podía ser crítica, es verdad, pero nunca como para tomar actitudes radicales y cortar el paso de una carretera. La respuesta ha llegado y el abandono del ministro ha servido para que los ocupantes de dos vehículos y un autobús que regresaba de una excursión campestre con más de sesenta agricultores, obreros, mineros jubilados, parados y niños hayan perecido bajo las aguas del Duero, a veinte metros de profundidad, sin nadie que les oiga.

Espero que la lección sirva al menos para que aquéllos que ocupan una responsabilidad de este calibre sean verdaderamente conscientes de lo que tienen en sus manos. Un ministerio es un asunto serio y no un lugar de paso del que se puede dimitir con deportividad y ligereza cuando la pata se ha metido hasta las ingles. Que tomen nota los nuestros antes de que la fiebre aftosa, la Ley de Extranjería y los pilotos de Iberia acaben demoliendo los pilares de nuestra paciencia, que todo es posible.

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