_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Universidad y andaluz

Me gustaría equivocarme, pero tengo la impresión de que cuando los profesores de Universidad hablamos del andaluz fuera de nuestros muros parece como que nos miraran tal que a marcianos, o a gentes que, bueno, sí, mucho sabrán de ciencia, pero poco de lo que se cuece en el mundo real, en el pueblo soberano dueño de una tan bendita forma de hablar como la de esta tierra. Ese radical divorcio, tan español, entre Universidad y sociedad también se da a propósito del dialecto, modalidad, variante o como quiera llamarse lo que se habla en Andalucía.

No nos gusta, pero no sabemos muy bien cómo saltar ese foso. A lo mejor es el estilo profesoral que nos delata en cuanto escribimos o hablamos, aunque sea sobre los nombres del botijo. Ciertamente, intentamos transmitir a la sociedad por medio de nuestros estudiantes los conocimientos atesorados sobre nuestras hablas. ¿Pero son hoy acaso los beneméritos profesores de enseñanzas medias (destino casi único que aguarda a los estudiantes universitarios de Filología) líderes de opinión, sobre ésta o sobre cualquier otra cuestión, incluso entre sus propios alumnos?

Y nos gusta menos aún porque en la Universidad andaluza se está trabajando bien sobre nuestras hablas. Habrá estudios mejores que otros, más innovadores o más convencionales. Pero el tono general es muy digno. Más aún: nuestra Universidad tiene el gran mérito callado de haber funcionado como contrapunto racional a tanto dislate en cuestiones de lengua como ha corrido desde los inicios de la transición. El que en Andalucía no se haya inventado aún nada parecido a la llingua asturiana o la fabla aragonesa se debe en buena parte, además de a la sensatez de los andaluces, a que la Universidad ni se ha apuntado a ese carro ni ha pretendido montarlo. Pero no pongo la mano en el fuego: no hace muchos días pude volver a comprobar que colegas hay en la región a quienes no les importaría hocicar en tales engendros, y que hasta disfrutarían dando palmetazos a quienes no hablen su buen andaluz.

Además, los universitarios andaluces descubren cosas que, dentro de la barahúnda de lo cotidiano, parecen mostrar por dónde van los tiros en el devenir de la lengua, que no siempre es por donde muchos creen. Así, resulta que en medio de tanto fervor por lo andaluz como se pregona, los habitantes de Málaga y Granada poco a poco, o no tan poco a poco, van perdiendo seseos y ceceos. Resulta también que, como vimos en nuestro grupo de investigación, puestos a revisar los andalucismos del Diccionario académico, no es que falten, como tantas veces se dice: es que sobran, porque las tres cuartas partes de los que con esa etiqueta figuran en él son ignorados por sus teóricos usuarios. Resulta que el jejeo va avanzando como una nueva fractura social y lingüística entre los andaluces. Resulta que...

Les seguiré contando. Si me aguantan ustedes, claro.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_