Incendios
Hasta hace poco en este planeta sólo ardía el reino vegetal. Ahora arde también el reino animal. Ardían los pinos y abetos: ahora lo hacen los cerdos y las vacas. Luego arderán todos los corderos de Dios que quitan los pecados del mundo y a ellos seguirán los pollos y conejos que siempre son los últimos en enterarse de lo que pasa. Muy pronto el hombre estará acompañado únicamente por las alimañas, las cuales permanecerán puras y a salvo si conservan el don de no ser comestibles. Entre todos los incendios que acontecen en la tierra a mi me excitan más que ninguno los de Beverly Hills. En California todo es magnífico. Cuando en verano se quema un monte español debajo de las piedras crepitan los alacranes y las víboras quedan carbonizadas, pero no hay grandeza ninguna. En cambio, cuando arden las colinas de Los Ángeles, se ve a los héroes del cine en medio de las llamas como los muñecos de cartón de una falla. Hay que ser un buen profeta para estar a la altura de ese infierno. Alrededor de sus grandes mansiones chamuscadas y sobrevoladas por los helicópteros, tal vez aparecerá Julia Roberts o Michel Douglas, que han saltado de la cama en pijama, bajo el resplandor del fuego sollozando en el hombro de un bombero por la pérdida del caniche que ha muerto abrasado. Cuando la maldición del fuego cae sobre el reino vegetal el incendio de los bosques de Hollywood es el nivel más alto que puede alcanzar la calcinación en este planeta, siempre que a esta seducción se añada la quema de los pozos de petróleo en Kuwait cuyas cenizas llegaron hasta la cima del Everest. Pero después de haber quemado tantos árboles, parece que nuestra civilización ya está lista para que ardan los animales. Antes los cerdos poseídos por el demonio caían en el acantilado. Ahora la peste los ha convertido en un bosque en llamas y en nuestra imaginación ya se levanta un horizonte con todo el ganado del mundo ardiendo. Dijo el Señor a Moisés: 'manda que te traigan una vaca de edad perfecta y entrégala al sacerdote Eleazar, el cual la degollará y mojando el dedo en la sangre hará siete aspersiones en la puerta del Tabernáculo y luego en presencia de todos le quemará tanto la piel y las carnes como la sangre y el estiércol. Así no quedarás impuro'. Felices tiempos aquellos en que los dioses se contentaban con el sacrificio de una sola vaca: ahora la humanidad para purificarse tiene que incendiar a todos sus animales.
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