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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Un mal británico?

¿Existe un mal británico? Hace algo más de 20 años, una dama de hierro muy conservadora que se llamaba Margaret Thatcher así lo creyó, para aplicarse acto seguido, con el denuedo de una gran patriota y los medios de una longeva primera ministra, a poner remedio. A los 11 años de su retirada del poder parece legítimo, sin embargo, interrogarse sobre la eventual persistencia de algo difícil de definir que parece no andar del todo bien en las islas Británicas, o si su labor no hizo otra cosa que profundizarlo y acabar con la sociedad civil.

Primero fueron las vacas locas, que ya han causado alguna mortandad en el Reino Unido y los primeros casos en el continente, y cuya espongiforme amenaza fue mantenida en secreto durante varios años por un Gobierno tory; hoy nos hallamos ante la fiebre aftosa, que está destruyendo la cabaña ovina británica, al tiempo que se extiende con temible premonición por Irlanda y, de nuevo, con idéntica alarma para el resto de Europa; en los últimos tres años ha habido cuatro gravísimos accidentes ferroviarios, el último en Yorkshire esta misma semana, en los que han muerto cerca de 60 personas, y con respecto a los cuales se alzan voces acusando a la privatización de las líneas por la falta de inversión en equipos y medidas de seguridad; en los últimos años, también, se han producido una serie de casos de asesinatos de niños en circunstancias, si cabe, especialmente nauseabundas, de los que el más trágico fue el de los dos muchachos que con 10 y 11 años de edad torturaron y dieron muerte a una criatura de dos; la sanidad pública, igualmente en proceso de privatización, da constantemente pésimas noticias, como la tan reciente de un hospital que comercializaba restos de cadáveres sin conocimiento de las familias de los pacientes; la mayor parte de los ecos oficiales sobre la enseñanza pública caen del lado de lo deplorable en cuanto a los conocimientos más elementales de los alumnos y de su capacidad para ser algo más que analfabetos funcionales, y, finalmente, todos los indicadores económicos del propio Gobierno del neolaborista Tony Blair coinciden en que la agricultura británica conoce horas muy bajas, así como que la diferencia de recursos entre un sur desarrollado y virtualmente curado del paro y un norte de Inglaterra rezagado en todo se agranda de año en año; las cifras macroeconómicas siguen, sin embargo, muy boyantes.

¿Será éste el decenius horribilis del Reino Unido? Indudablemente, los países pueden también tener mala suerte; seguro que en los accidentes ferroviarios ha habido factores totalmente imponderables; la sanidad pública, que estableció el laborista Attlee después de la II Guerra Mundial, ha servido básicamente bien a la nación durante todos estos años; el ingreso per cápita -similar al de Italia- se halla aún apreciablemente por encima del español, y la percepción que tiene el propio ciudadano británico es la de que le van hoy mejor las cosas que ayer; a todo el mundo le pueden caer las plagas de Egipto, contra las que no hay tercera vía que valga.

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El Reino Unido no es un lugar fundamentalmente peor para vivir que cualquiera de los de su entorno, ni su ciudadanía tiene lacras particulares en las que detenerse; pero sí parece cierto que la famosa modernización de un país en el que a comienzos de los ochenta un periodista veía como característica sobresaliente 'la pobreza del deseo', aliada a una privatización del patrimonio público invocada como panacea universal, ha hecho su trabajo de forma regular.

¿Cuál es la conclusión de todo ello? No que haya un mal británico, pero sí que las revoluciones (aunque sean conservadoras) siguen siendo muy caras. Y que, como todo lo que le pase al Reino Unido, desde la cabaña hasta la escolarización, acaba por repercutir en el continente, lo que necesitamos todos es más, mucha más Europa, para controlar, prevenir y sanear de manera homologada y satisfactoria epidemias, hospitales, rebaños, escuelas y ciudadanía en general.

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