El milagro de Bush
En su primera presentación programática, 38 días después de entrar en la Casa Blanca, George W. Bush parece ofrecer un milagro: aumentar los gastos militares, los de educación y los de bienestar social, y a la vez reducir los impuestos en 1,6 billones de dólares en 10 años y la deuda estatal en dos billones durante el mismo periodo, algo que no había propuesto en su campaña electoral. Ese milagro ya lo intentó Reagan, con desastrosos resultados: llevó a EE UU a convertirse en el país más endeudado del mundo. Aunque las circunstancias han cambiado, pues Bush hereda de Clinton un superávit presupuestario que, excluida una seguridad social que se verá parcialmente privatizada, puede sumar 3,1 billones de dólares en 10 años. Bush arriesga porque las proyecciones valen lo que valen, especialmente cuando la economía estadounidense sigue en una desaceleración 'limitada', según la calificó ayer el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, más pesimista que dos semanas atrás.
Bush, en su presupuesto para el año fiscal 2002, aplica lo prometido: lo que sobra en el presupuesto estatal ha de volver a los bolsillos de los contribuyentes, en lo que ha de ser un Estado 'activo pero limitado', a la vez que con su programa de refuerzo de la educación intenta atraer a los demócratas. Sin embargo, la necesidad de reducir la presión fiscal a las clases satisfechas es cuestionable en un país en el que los impuestos sobre la renta son ya bajos. La reducción no favorece a las rentas más bajas, con lo cual este ahorro no se traducirá en mayor gasto ni induce a ahorrar a unas familias fuertemente endeudadas.
Con vistas a la reanimación económica, la reducción de impuestos no es inmediata. No se aprobará previsiblemente hasta el verano y no entrará en vigor hasta el año próximo, aunque tenga efecto retroactivo. La cuestión real es estimular ya la economía. Para ello, la mejor opción, aunque no es segura, es que el liderazgo lo lleve la política monetaria. El economista jefe del banco de inversiones Morgan Stanley, Stephen Roach, acaba de advertir de que Greenspan, pese a algunas creencias, no tiene 'poderes mágicos'.
Pero una cosa es lo que Bush propone y otra la que apruebe finalmente el Congreso. De ello dependerá en parte la coyuntura norteamericana y, por extensión, la mundial. No sólo de los mercados.
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