Parc Tecnológic: razones de un fracaso
València Parc Tecnológic surge como proyecto del Impiva a finales de los años ochenta, constituye su órgano rector, bajo la forma de SA en 1990; a finales del 91 culmina la urbanización de la primera fase (financiada por Sepes, propietaria del terreno); en el último trimestre de 1993 se disuelve la SA y su gestión, ya sólo puramente administrativa, se adscribe al Sepiva, empresa pública dedicada a gestionar las ITV y velar por la seguridad de los ascensores. En el reducido lapso de tiempo que medió entre su creación y su desmantelamiento, de facto, aún se pudo conseguir la instalación de siete centros tecnológicos (con más de 400 investigadores y 2.500 empresas asistidas), una incubadora de empresas (CEEI), un centro rector, y varios centros de formación. Incluso se pudo iniciar su promoción nacional e internacional, así como establecer importantes vinculaciones con la red europea de parques tecnológicos, siendo València Parc Tecnológic (VPT) miembro indiscutible del órgano directivo de su asociación desde el principio.
Y, sin embargo, mientras todo esto ocurría, la sensación de fracaso se extendía por estas tierras, ayudada, todo hay que decirlo, por el silencio de numerosos dirigentes políticos y sindicales; avalada por el ataque sistemático de una patronal provinciana ávida de cemento y hormigón; y, cómo no, debidamente promocionada por la recurrente campaña mediática del diario decano, a la sazón orientada a terminar con todo aquello que oliera a modernidad, aunque fuera de lejos. El resultado: al año y medio de su puesta en marcha ya se había decretado el fracaso de VPT. Y, aunque el periodo medio de maduración de cualquier parque tecnológico del mundo que se precie se suele situar entre 8 y 10 años, aquí no fue necesario esperar tanto, bastó unos cuantos meses para diagnosticar, fehacientemente, su manifiesta inviabilidad. Proverbial intuición la nuestra. Por algo en el resto del mundo se nos considera tierra de espíritus creativos.
No es mi intención defender lo indefendible, para justificar mi complicidad (que aún hoy mantengo) con el proyecto, desde el principio, pero sí afirmo que la historia de VPT no es tanto la historia de un fracaso, como se pretende ahora (y se pretendió en su momento) hacer creer, sino, más bien, la historia de cómo hacer fracasar un proyecto viable antes de que se pudiera, siquiera, vislumbrar su éxito. Veamos: el factor más extendido para justificar el presunto fracaso del parque ha sido el hecho de que no se hayan instalado allí empresas, en masa. La razón: el alto precio del suelo, justificado por el bajo coeficiente constructivo, que ha jugado como efecto expulsión. Esto es, al menos, lo que se decía en el discurso del nuevo presidente de la Generalitat, allá por el año 1995. Realmente sorprendente, porque si el problema fuera el precio del metro cuadrado, la solución sería de lo más sencilla: se subvencionan aquellas empresas que se desea atraer y santas pascuas; a fin de cuentas la política industrial siempre cuesta dinero, para eso es política. Del mismo modo que se subvencionan inversiones de multinacionales y parques temáticos y a nadie se le ocurre hacer un casus belli de tal hecho, sino, más bien, todo lo contrario.
No, el problema no es el precio, el problema es que las condiciones para ocupar suelo de un parque tecnológico han de ser, inevitablemente, restrictivas para las empresas; primero porque éstas deben ser, fuera de toda duda, innovadoras; segundo porque el coste de oportunidad del metro cuadrado en el parque tecnológico es muy elevado en términos de conocimiento (es decir, de valor añadido), de manera que, a modo de ejemplo, si se instalara una empresa de tableros, no podría ubicarse un instituto tecnológico del mueble que abastece de servicios y tecnología a más de 500 empresas del mismo sector; y, tercero, porque es preciso garantizar que, si la empresa abandona el parque, su patrimonio no pueda traspasarse a otra que no tenga nada que ver con los objetivos diversificadores que justifican la existencia de aquél.
Ésta es la razón del porqué, en los parques tecnológicos, la mejor forma de integrar las empresas es a través de fórmulas flexibles, como ofreciendo naves modulares sujetas a alquiler, durante el tiempo que allí permanezcan (es lo que hace el CEEI con notable éxito). Ello provocaría un flujo continuo de entradas y salidas, acorde con los objetivos de la política industrial, garantizando de este modo que, al parque, se va a lo que se va, es decir a generar innovaciones y nuevas alternativas de producto, no a producir aquello que ya puede hacerse a tan sólo 500 metros de distancia, en cualquier polígono industrial, que para eso están. Por supuesto, para que todo ello ocurra, lo primero que ha de existir, necesariamente, es política industrial, después, paciencia, y, por último, alguien que gestione, promocione y se ocupe, día a día, del parque tecnológico, cosa que aquí, desde finales del 93, tras la disolución de VPT, SA, y la clamorosa negligencia de los nuevos dirigentes del Impiva, no sucede. Por eso fracasó y no por otras razones, como ahora nos quiere hacer creer, de manera tan burda como demagógica.
Fin de la historia. Dentro de unos pocos meses, lo que fuera VPT estará lleno de empresas, de toda clase y condición. No lo duden. Sepes, propietaria del terreno, amortizará con creces la inversión realizada, el Ayuntamiento de Paterna, percibirá grandes sumas en concepto de impuestos, las empresas de construcción saltarán de gozo, y la Generalitat anunciará a bombo y platillo que, lo que fue un evidente fracaso de los socialistas, es ahora un éxito, otro más, gracias a su denodado esfuerzo y su indiscutible vocación de servicio a la Comunidad Valenciana. Amen.
Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.
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