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Columna
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Huellas del pasado

Desde hace años, cuando llegan estas fechas, los círculos artísticos están pendientes de Arco. Las opiniones sobre esta feria de arte contemporáneo que se celebra en Madrid son muy variadas. No podría ser de otra manera, tratándose de un acontecimiento donde las emociones creadoras se combinan con la fuerza del mercado. Este primer año del siglo, aunque las estadísticas no están claras, se habla de un predominio de la fotografía. Hay a quienes sorprende este fenómeno aunque para otros no lo es tanto. En tertulia frente a uno de los puestos, algunos visitantes, los que no lo entendían del todo, argumentaban la escasa tradición española en este tipo de piezas, otros sostenían la idea de una trayectoria marginada pero que llegaba de lejos.

Recordando la dificultad de encontrar copias de autor de tiempos pasados, se citaron numerosos nombres, entre ellos el de Felipe Manterola (Zeánuri, 1886-1977), conocido en estos círculos madrileños por ser una de sus fotos portada en el libro de Publio López Mondejar sobre Fotografía y Sociedad en España, 1900-1939.

La velocidad de nuestra sociedad digitalizada pone nebulosas en el pasado y hace difícil encontrar referencias con enjundia que sostengan y expliquen los nuevos caminos que se emprenden en los territorios artísticos. El caso de Felipe Manterola es uno de estos pilares que precede a la fotografía actual en el País Vasco. Prácticamente todo su trabajo lo desarrolla sin salir de su Zeánuri natal, una localidad con 2.500 habitantes entonces.

Huérfano de padre pronto tuvo que atender al pequeño comercio familiar. Al manejo de las cámaras llegó orientado por Manuel de Arriola (todavía sin estudiar) uno de los notables del lugar. Sus primeras fotografías están fechadas en 1904. A pesar de algunas ofertas, nunca ejerció como profesional. Su afición, un ejercicio de recuperación de costumbres y tipos de su entorno más próximo, perduró hasta 1936. No cabe duda que cincuenta años de edad y, sobre todo, la Guerra Civil fueron motivo suficiente para ir frenando esta carrera entre placas de cristal y emulsiones reveladoras.

Parte de sus trabajos se han utilizado para ilustrar estudios relacionados con la etnografía. El propio Julio Caro Baroja, sin olvidar a Telesforo de Aranzadi, hicieron uso de ellos. Novedades, revista gráfica de actualidad, referencia imprescindible de la producción fotográfica durante el primer tercio de siglo en el País Vasco, también publicó algunas de sus realizaciones. La mayor parte de ellas están inspiradas en la vida cotidiana de su pueblo. Con criterio documental, sin emprender innovaciones compositivas que fueran más lejos de los referentes más clásicos, como otros muchos artistas de la época se vuelca sobre el realismo costumbrista. La gente que le rodea, la tierra que pisa, las herramientas que la trabajan, el estilo inconfundible de la arquitectura, el transito de coches y autobuses que pasan delante de su estanco- zapatería, también improvisado salón de tertulia, penetra en su espíritu y así lo manifiesta en su obra.

Es un estilo escueto, sencillo, que destila ternura hacia los modelos aunque provisto de un fino humor y una sutil ironía. No es mucho atrevimiento sugerir paralelismos con pintores vascos coetáneos como Ramón o Valentín Zubiaurre, Salaverría o incluso el rabelesiano José Arrue. Así se deja sentir al observar un cabildo parroquial erguido ante la iglesia, la mesa del almuerzo campestre con pastores y mendigoizales, o la intencionada pose de las aldeanas el día de fiesta. Sus fotografías ofrecen gran variedad temática. Son edificios, grupos familiares, adolescentes, curas, procesiones o el transporte, representado por el tranvía de Arratia y los autobuses esperando pasajeros provenientes de Bilbao para llevarles a Vitoria. También encontramos juegos populares, ferias de ganado, carreras de motos, grupos de campesinos trabajando el campo o el fotomontaje del niño puesto en el aire por las garras de un buitre disecado como guiño de otras inquietudes creadoras.

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