Entrenarse y... salvar la piel
Anécdotas, sensaciones y riesgos experimentados en una sesión preparatoria en la carretera con Juanma Gárate y Patxi Vila, dos ciclistas profesionales
Los camiones zumban uno tras otro mientras tres ciclistas se ciñen a la línea blanca, en fila india, lo más lejos posible de los automóviles que les adelantan sin intermitente ni maniobra alguna por la Nacional I a su paso por Irún (Guipúzcoa). Ruido, humo y la inevitable corriente de aire que abandonan a su paso los vehículos pesados. 'Éste es el estrés cotidiano', grita Juanma Gárate, un profesional del equipo italiano Lampre. Ni él, ni Patxi Vila, del ibanesto.com, ni el redactor de EL PAÍS que les acompaña en su jornada de entrenamiento pueden circular por el arcén como es su obligación. Sencillamente, no hay arcén en el que refugiarse porque, tras la línea blanca, el asfalto cae hacia una zanja impracticable.
Gárate, residente en Irún, y Vila, que vive en Vera de Bidasoa, a 12 kilómetros de la ciudad fronteriza, suelen acompañarse en entrenamientos interminables, de 200 kilómetros, que les fuerzan a cambiar de escenarios para que su trabajo parezca menos rutinario y exigente. Pueden escoger las carreteras navarras, las guipuzcoanas o las francesas. A menudo escogen estas últimas, por una sencilla razón: en Francia, 'los conductores respetan más a los ciclistas', asegura Vila. 'Sí, pero también suelen ser más despistados, con lo cual siempre cabe la posibilidad de que te den un susto cuando menos lo esperas', matiza Gárate.
Ambos reconocen que las vías navarras constituyen la peor opción posible, pero, plagadas de repechos y pequeños puertos, suponen un marco perfecto para realizar las sesiones preparatorias de carácter severo. Así que de vez en cuando se lanzan hacia Vera de Bidasoa por una ruta comida al monte. 'Es una locura. Antes tenía unos baches como simas que nos obligaban a circular por el medio de la carretera para no destrozar las ruedas o no arriesgarnos a caernos. El tráfico de camiones es tal que a veces creábamos pequeñas retenciones para esquivar los baches. Ahora la han asfaltado, pero, por contra, han dado relieve a las líneas que delimitan la vía para convertir las rayas en bandas sonoras. Si antes podíamos circular por la línea blanca, ahora ni eso', se lamenta Gárate.
Tampoco aquí existe arcén. Medio metro separa el límite de la carretera de la pared del monte. Sería milagroso caerse y no aparecer en mitad de la carretera. Un día hubo un milagro así. Un muchacho de 14 años del Club Ciclista Irunés, en el que Gárate dio sus primeras pedaladas, salió con el resto de compañeros camino de Vera. En una de sus incontables curvas, un camión adelantó al grupo, que pedaleaba en fila india. La cabina los esquivó, pero, al adelantarles en una curva, la gabarra pasó tan cerca de ellos que los corredores se apresuraron a apartarse para caer en la zanja colindante. La rueda del primero chocó con una piedra, dio una vuelta de campana y cayó de bruces sobre la fosa. Su bicicleta aterrizó en su espalda por azar. Máquina y ciclista podían haber caído bajo las ruedas del camión, que no se detuvo, seguramente ajeno a la estampa que dejaba tras de sí.
'Hay camioneros que cobran por viaje y siempre van apurando. A ésos les temo', cuenta Vila, harto de observar la falta de respeto de muchos conductores. 'A veces circulamos en paralelo para protegernos entre nosotros. Preferimos un bocinazo a que nos pongan en peligro o nos arrollen. En una carretera estrecha y mala. Los conductores deberían preocuparse de frenar y realizar una maniobra completa de adelantamiento, pero no lo hacen a menudo y nos ponen en peligro. Así que nos autoprotegemos como buenamente podemos', explica Vila.
Apenas transcurridos los primeros dos kilómetros de la salida en bicicleta, el trío encara la primera rotonda: 'Ya verás cómo se mete', aventura Vila. Se refiere a un camionero que aguarda su turno para incorporarse. Aguarda poco porque se olvida del ceda el paso, entra en la rotonda y obliga los ciclistas a esquivarle por su izquierda para abandonarla. 'Nos ha visto. Ha comprobado que no venía un coche y ha salido. Es como si fuéramos invisibles', se irrita Gárate.
La única manera de asegurarse cierto peso en la jerarquía de los automóviles cuando uno va por una rotonda es circular en paralelo. Sólo entonces, con las bicis a la par y la sensación visual de que lo que se mueve por delante del parabrisas merece ser considerado como un vehículo, los coches reducen su velocidad. De lo contrario, el que pedalea debe acelerar para molestar lo menos posible, ejercicio que no le garantiza en ningún caso su seguridad.
Noveles en el pelotón profesional, Gárate, de 24 años, y Vila, de 25, llevan, sin embargo, más de la mitad de sus vidas conviviendo con los pobladores del asfalto. Ambos, como cualquier otro ciclista, han aprendido un código de conducta en la carretera y una psicología que les permite prever cuantiosos peligros. Por ejemplo, conocen sus carreteras habituales de entrenamiento hasta el último detalle: cada bache, cada curva. Saben también que en una vía comprometida deben evitar que un camión les adelante mientras se cruza con otro porque la falta de espacio hace que el vehículo les supere rozando sus maillots. 'Nuestro dominio de la bicicleta nos ha salvado la piel en más de una ocasión; sobre todo, cuando todo se decide en cuestión de segundos. Peor lo tienen los cicloturistas o los que no son tan hábiles', comenta Gárate.
Se acerca en sentido contrario una hormigonera cuya matrícula recita Gárate de memoria antes de que resulte visible. Después cuenta cómo se las gasta su conductor: 'Una vez adelanté una cola de vehículos por el arcén. La hormigonera en cuestión se hallaba en la cola. Después me adelantó y me cerró el paso deliberadamente. Volvimos a coincidir en otra cola, paré y le recriminé su actitud. No se dignó a bajar la ventanilla y desde entonces no se desvía un milímetro para adelantarme'.
'El problema', indica Vila, 'es que los conductores de los camiones nos ven como intrusos y no entienden que, al igual que ellos, estamos trabajando'.
El anecdotario de cualquier ciclista profesional apenas retiene las aberraciones contempladas en la carretera. Sencillamente, los corredores asumen el peligro como parte de su contrato. 'Nos ronda la catástrofe, pero te acostumbras a convivir con ella y, aunque presencies situaciones muy graves, no llegas a creerte amenazado. Un día, por ejemplo, fui a pasar por encima de una alcantarilla y no estaba. Esquivé como pude el agujero y ni siquiera ví por ninguna parte la tapa', recuerda Gárate.
'Parece que, aunque pase muy cerca, el camión nunca te va a tocar. Creemos que existe una barrera entre el peligro y nosotros, pero, en realidad, no existe', reflexiona Vila, que, a los 17 años, perdió a un compañero de pelotón de la misma edad. 'El golpe fue muy duro', reconoce; lo suficiente como para apartarle de por vida de la precariedad del día a día, de ese peligro tangible que el ciclista ve de forma desapasionada.
Vila siguió pedaleando, acumulando imágenes horribles en la retina. la última, en Mallorca, en el estreno de la presente temporada: 'Durante un entrenamiento con el equipo, circulábamos de dos en dos y con el coche oficial a nuestras espaldas. De pronto, un turismo invadió nuestro carril, nos rozó e hirió a un cicloturista que marchaba detrás de nosotros. Pudo ser catastrófico', denuncia.
A veces no hace falta tanto para causar un accidente. Basta un bocinazo, como el que brinda un conductor impaciente mientras adelanta al trío. 'Éste que toca el claxon puede repetir su gesto mientras realizo una serie, con el corazón a 180 pulsaciones por minuto, simplemente porque le molesta tener que reducir la velocidad, esperar que no venga otro vehículo enfrente y adelantarme. No se da cuenta de que vamos concentrados y realizando un esfuerzo máximo. Debido al susto puedo hacer una maniobra extraña, caerme o hacerme atropelllar', advierte Gárate, que, como la mayoría de los ciclistas, no duda en recriminar tales gestos a los conductores. Los insultos y las descalificaciones entre los que manejan un volante y los que llevan un manillar en las manos son frecuentes.
El ciclista tiene el oído por retrovisor. El ruido del motor avisa de la llegada de un camión. 'Pero, en cambio, nunca sabemos cuándo se acerca un autobús, ya que llevan el motor en la parte trasera. Cuando quieres darte cuenta de su presencia, te llevas una sorpresa porque lo tienes a tu altura', ilustra Gárate.
Con todo, Vila considera que el mayor peligro en la carretera lo constituyen las prisas: 'Vivimos en una sociedad en la que el tiempo es oro. Perdemos el tiempo en la cama o con la familia y, luego, nos decimos que pisándole un poco más recuperaremos lo perdido. Yo también soy conductor y reconozco que a veces es incómodo esperar tras un ciclista a que la carretera o el tráfico nos permita adelantarle, pero hay que hacerlo'.
El atropello de los hermanos Javier y Ricardo Otxoa ha servido para recuperar la preocupación por los ciclistas. Se buscan soluciones, cómo proteger a los que circulan sobre dos finos tubulares. Por ejemplo, asegurar un coche para cada ciclista. '¿Quién va a venir conmigo en cada entrenamiento?', se pregunta Vila, que, pese a lo que pueda parecer, cobra el salario mínimo. Esto es, menos de tres millones brutos de pesetas al año. Gárate tiene más suerte y casi alcanza los cuatro porque en Italia el mínimo es más alto. A ninguno les llega para pagar a un chófer-guardaespaldas. Vila considera que, al margen de potenciar la educación vial y la sensibilidad de los conductores, la solución pasa por 'crear carriles bici, pero lejos de las carreteras'.
El entrenamiento concluye sin incidentes. Resultaría fácil minimizar los peligros objetivos y obviar las situaciones comprometidas. Desde luego, el que ha hecho del ciclismo una profesión tiene menos problemas para archivar en el subconsciente imágenes escalofriantes: ese coche adelantando de frente que te deja helado junto al arcén, un bocinazo hostil y prepotente, la corriente de aire de un camión que te empuja como si se tratara de una mano... Así, un día tras otro. Los ciclistas conviven con la rutina del miedo asumido.
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