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John D. Negroponte

Un veterano de la guerra fría con Nixon y Reagan, que combatió a los comunistas en Vietnam y desde Honduras ayudó a los 'contras' nicaragüenses, nuevo embajador de Bush ante la ONU

Con el regreso a la primera línea de fuego de la diplomacia estadounidense de John D. Negroponte también lo hacen dos de los episodios internacionales más oscuros de la reciente historia de su país: Vietnam y Centroamérica.

Negroponte comenzó su carrera en el Saigón de los años sesenta y consiguió notoriedad internacional en el Honduras de los ochenta. En Vietnam combatió a los nacionalistas y comunistas locales; desde Honduras, a los sandinistas de Nicaragua. Veterano combatiente de la guerra fría a las órdenes de Richard Nixon y Ronald Reagan, Negroponte, de 62 años, es ahora el embajador designado por el también republicano George W. Bush para representar a EE UU en la ONU.

El nombramiento de Negroponte, una figura detestada por los progresistas latinoamericanos y los liberales estadounidenses, ha recibido el aplauso entusiasta de su predecesor en el cargo, Richard Hoolbrooke. El hombre que hubiera sido secretario de Estado de haber ganado el demócrata Al Gore, asegura que su sucesor en Naciones Unidas es 'un fantástico profesional de la diplomacia'.

SU FUTURO COMENZÓ EN 1965 CUANDO INFORMÓ A KISSINGER SOBRE LA SITUACIÓN EN VIETNAM

Para encontrar las razones de ese arrebato hay que remontarse a 1964 y 1965, cuando los entonces jóvenes Hoolbrooke y Negroponte eran funcionarios de pequeño rango en el departamento político de la Embajada de EE UU en Saigón y compartían dormitorio. La vida les llevó luego por sendas políticas distintas -Hoolbrooke, con los demócratas; Negroponte, con los republicanos- y les diseñó estilos profesionales casi opuestos -Hoolbrooke, parlanchín y exuberante; Negroponte, callado y maestro de las sombras-, pero su amistad y mutuo respeto siguieron creciendo con los años.

El futuro de Negroponte, nacido en el Reino Unido y naturalizado estadounidense, licenciado por Yale, comenzó a perfilarse un día de 1965 en que el embajador en Saigón le encargó que le diera un breafing sobre la situación vietnamita a un visitante llamado Henry Kissinger, por entonces profesor en Harvard. Cinco años después, Negroponte trabajaba a las órdenes de Kissinger en la Casa Blanca de Nixon. Kissinger se lo llevó a las negociaciones de paz para Vietnam que se celebraban en París y allí terminó su romance. Situándose a la derecha de Kissinger, Negroponte consideró que el acuerdo que ultimaban Washington y Hanoi suponía una traición para los aliados survienamitas de EE UU. Le dijo a Kissinger algo que éste y Nixon ya sabían: el régimen de Saigón no tenía la menor esperanza de supervivencia una vez retiradas las tropas norteamericanas.

Reapareció en 1981, cuando Alexander Haig, secretario de Estado de Reagan, le nombró embajador en Honduras. No era un puesto secundario, sino una trinchera decisiva en la lucha de Reagan contra el imperio del mal y sus socios. Con Negroponte aplicando con eficacia las instrucciones de Washington, Honduras se convirtió en el campo de entrenamiento y la base logística de los contras nicaragüenses, que hostigaban militarmente al Gobierno sandinista de Managua. Ampliamente denunciada desde el primer momento en América Latina, esa política se convirtió en escándalo interno en EE UU cuando se descubrió que Oliver North y otros personajes de la Casa Blanca habían diseñado un siniestro esquema para vender ilegalmente armas al Irán de Jomeini y destinar los beneficios a financiar a los contras.

Cuando en 1989 el primer presidente Bush designó a Negroponte embajador en México, el Congreso de EE UU, entonces en manos de los demócratas, arrastró los pies a la hora de emitir su preceptiva confirmación.

En las audiencias en el Capitolio, Negroponte fue interrogado sobre dos asuntos oscuros: Irangate y las ejecuciones de opositores hondureños por escuadrones de la muerte. Negroponte negó haber tenido la menor información sobre ambos episodios, ocurridos durante su estancia en la Embajada norteamericana en Honduras. Una estancia (1981-1985) en la que su poder había sido tal que todo el mundo le llamaba el procónsul de EE UU en América Central.

Negroponte fue finalmente confirmado por el Congreso y se instaló en un México donde muchos le esperaban con recelo. Su estancia allí tuvo fuertes luces y sombras. EE UU denunció con vigor los presuntos vínculos entre autoridades mexicanas y carteles del narcotráfico, pero también firmó con su vecino meridional un Tratado de Libre Comercio (TLC) del que hoy se felicita la mayoría de la gente a ambos lados del río Grande. Clinton le nombró embajador en Filipinas y luego su negociador con Panamá. Pero Negroponte no consiguió triunfar en esta última misión y arrancar acuerdos para garantizar la presencia de tropas estadounidenses en la zona del canal una vez devuelto a Panamá.

Desde 1997, Negroponte, que habla cinco idiomas, algo extraordinario en EE UU, ha estado ganando mucho dinero como vicepresidente para operaciones internacionales de la empresa editorial McGraw Hill.

Duro entre los duros, rescatados de pasados Gobiernos republicanos por Bush, Negroponte desprecia, en cambio, los oropeles. Mientras que Clinton concedió a Hoolbrooke el rango de miembro del Gobierno, Bush se lo ha negado a su sucesor. Es un modo de reforzar el estatus de Colin Powell como jefe supremo de la diplomacia norteamericana. Negroponte, que fue adjunto de Powell cuando, al final de la era Reagan, éste dirigía el Consejo Nacional de Seguridad, ha declarado que el asunto de los galones no tiene la menor importancia. Él prefiere demostrar su poder en traje oscuro y en los pasillos.

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