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Tirar la primera piedra

'En todas partes cuecen habas', reza un refrán que los lectores con toda seguridad conocen. Pero hay otro que añade que 'mal de muchos, consuelo de tontos'.

De ambos me he acordado estos últimos días, tras haber tenido conocimiento en primer lugar de la tesis defendida por Marta Ferrusola en una conferencia en Girona acerca de la política inmigratoria en Cataluña, así como de la explicación/justificación posterior de dicha tesis por Artur Mas y por Jordi Pujol, y tras haber contemplado, en segundo lugar, en el Parlamento de Andalucía la prolongación del escándalo generado por la frase xenófoba del vicepresidente tercero de la mesa de la que quedó constancia en una televisión pública.

Es evidente que, en lo que a reflejos racistas y xenófobos se refiere, en todas partes cuecen habas. Y, por lo que se ve, en algunos sitios más incluso que en otros. Me sorprendió mucho la reseña que leí de la conferencia de la mujer del presidente de la Generalitat. Hasta tal punto me sorprendió que leí la reseña en varios periódicos, a fin de cerciorarme de que realmente había dicho lo que había dicho y de que no se trataba de una interpretación individualizada de la misma. Pero me ha sorprendido todavía más la explicación/justificación que se ha producido después de dicha tesis por las dos máximas autoridades de la Generalitat: el conseller en cap y el presidente. La conferencia de Marta Ferrusola me parece un hecho lamentable. La explicación/justificación de Artur Mas y de Jordi Pujol me parece literalmente injustificable.

Por supuesto que, como han dicho ambas autoridades, Marta Ferrusola dijo en voz alta lo que muchos ciudadanos piensan. Esa es la reacción primitiva, vulgar, frente al fenómeno de la inmigración. Y es normal, por tanto, que sea lo primero que salga a bote pronto. Justamente por eso es por lo que resulta de importancia capital que los dirigentes políticos, independientemente de que ocupen o no puestos representativos, no se expresen en esos términos. Si así no fuera, andaríamos todavía en la edad de piedra. La política es ante todo un instrumento civilizatorio, mediante el cual se tiene que tender a sustituir lo que sería una reacción instintiva de naturaleza espontánea por otra reflexiva de carácter racional. Esta es la esencia de la política. Sustituir la reacción instintiva puramente animal por otra reacción racional básicamente humana. El ser humano es un animal racional porque hace política. Y la política consiste en el control de la animalidad y en la potenciación de la racionalidad. Y su éxito consiste en ir incorporando a la reacción instintiva de los seres humanos actitudes cada vez más reflexivas y racionales. En eso es en lo que tiene que consistir antes que nada el trabajo de los dirigentes políticos. Y eso es lo que la explicación/justificación de las palabras de Marta Ferrusola por parte de Artur Mas y Jordi Pujol tira por la borda. Justificar el primitivismo porque es compartido por mucha gente es simplemente renunciar a hacer política, es decir, renunciar a incorporar comportamientos reflexivos y racionales en la convivencia. Y renunciar a esto en una materia como la inmigración es jugar con fuego. Estoy seguro de que la Consejería de Educación de la Generalitat imparte instrucciones muy precisas a los docentes para que eduquen a los escolares con una mentalidad no racista y no xenófoba y para que repriman cualquier conducta de este tipo que adviertan entre los estudiantes. ¿Con qué autoridad van a poder aplicar ahora dichas directrices los profesores de colegios e institutos?

Pero si es verdad que en todas partes cuecen habas, no lo es menos que mal de muchos es consuelo de tontos. Y que, por lo tanto, el que Marta Ferrusola primero y Artur Mas y Jordi Pujol después hayan dicho lo que han dicho y que lo hayan hecho de manera reflexiva, consciente y no de forma improvisada, no nos puede servir a los andaluces para restar importancia a lo que se dijo en la mesa del Parlamento de nuestra comunidad. Más bien diría lo contrario. Si algo ponen de manifiesto las palabras de los dos dirigentes catalanes es la necesidad de no pasar ni una en este terreno. Hay que hacer un esfuerzo ininterrumpido por proscribir determinado tipo de lenguaje en asuntos muy sensibles para la convivencia. Hay cosas que no se pueden decir ni en broma. Y si se dicen, tienen que encontrar no sólo el reproche social sino la exigencia de responsabilidad política. Desgraciadamente en España tenemos tendencia a pasar por alto expresiones intolerables, que en los países de nuestra cultura política y jurídica ya no se toleran. Que un portavoz del Gobierno dijera al cumplirse el decimooctavo cumpleaños de la Constitución que si fuera hombre iría a votar y que si fuera mujer se vestiría de largo y que continuara siendo portavoz es algo intolerable. ¿Se imagina alguien a un portavoz del Gobierno en Alemania o Francia diciendo algo parecido? ¿Y continuando como portavoz del Gobierno? ¿Se imagina alguien a un ministro de Agricultura alemán o francés comparando a las mujeres con las fincas de regadío y siendo mantenido como ministro por el presidente del Gobierno después de un disparate como ese?

Pienso, en consecuencia, que no se puede tolerar el uso de determinado lenguaje por parte de personas con responsabilidad política. Y cuanto más sensible sea la materia para la convivencia, menos. Y eso únicamente se puede imponer excluyendo de la política a quienes se pronuncian de esa manera. Hay que hacer un esfuerzo permanente por convertir en instintivo lo que es consecuencia de un análisis racional, porque es la única manera de mejorar la convivencia. La buena educación es la primera condición de la convivencia pacífica.

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Ahora bien, una cosa es ser exigentes a la hora de evitar que se utilice un lenguaje racista, xenófobo o atentatorio contra la dignidad de la mujer, y otra cosa muy distinta es ser un ventajista político y querer convertir en una crisis institucional lo que en modo alguno tiene esa dimensión. Máxime cuando no está nada claro que haya nadie libre de pecado para poder tirar la primera piedra.

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