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Editorial:EDITORIAL
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 23-F pasa a la historia

Veinte años no es nada en la historia de un país y suele ser un breve apunte en la vida de los sistemas políticos de las sociedades desarrolladas. Pero en la historia contemporánea de España es una excepción que un periodo democrático como el que inició su andadura con la Constitución de 1978 haya superado el cuarto de siglo. Para ello ha tenido que sobreponerse a la pinza del golpismo militar y la violencia terrorista. El primero tuvo su expresión más violenta en la intentona del 23 de febrero de 1981, que desde hoy pasa ya definitivamente de la crónica judicial a las páginas de nuestra historia. Desgraciadamente, ayer mismo tuvimos ocasión de comprobar que 20 años después el terrorismo, tan anacrónico como el golpismo, se resiste a desaparecer, aunque carezca ya del efecto provocador que tuvo sobre un sector de las Fuerzas Armadas.

Tiene un profundo sentido político y pedagógico que las actuales generaciones no olviden el día en el que, hace hoy 20 años, un grupo de militares conspiradores, en la mejor tradición de los pronunciamientos que pueblan nuestro siglo XIX, intentara cortar de raíz ese nuevo ensayo de convivencia democrática entre españoles para devolverlos a la caverna de la que habían salido tras la muerte de Franco.

Veinte años después, y en parte como efecto del fracaso del golpe, la democracia española goza en general de buena salud y los ciudadanos se han mostrado capaces de resolver sus problemas por los cauces institucionales de los que se han dotado, sin necesidad de que venga en su ayuda ningún aventurero. En no poca medida comienzan a percibir el 23 de febrero de 1981 como cosa de historiadores, con la lógica curiosidad de saber cómo pudo ponerse en marcha a finales del siglo XX una conspiración que produjo imágenes tan decimonónicas como la de Tejero -que dio la vuelta al mundo- entrando pistola en mano y con tricornio en el Congreso de los Diputados.

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Este aniversario de la intentona coincide con la prescripción de los delitos de quienes atentaron entonces contra el orden constitucional. Este dato es muy relevante para que podamos saber lo que realmente pasó en aquel último estertor de la dictadura desaparecida un lustro antes, porque, a pesar de los muchos libros escritos sobre el bochornoso acontecimiento (algunos de ellos, elaborados sin documentación novedosa alguna; otros, meramente justificativos de algunos de los protagonistas), la sensación es que quedan muchos puntos por aclarar.

El editorial de la edición que EL PAÍS sacó a la calle en plena intentona -últimas horas de la tarde del 23-F- decía: 'La rebelión debe ser abortada; sus culpables, detenidos, juzgados severamente y condenados para ejemplar escarmiento de la historia'. No todos los culpables fueron detenidos y muchos de los detenidos no fueron juzgados ni condenados con la severidad que requería su actuación alevosa contra el pueblo español. Estos días, el general Alvarado ha explicado su participación en la conspiración, reconociendo que si escapó al juicio fue, simplemente, porque Milans y Tejero no dieron su nombre y nadie tuvo interés en hurgar en el entorno de los golpistas. Pero si quedan muchas incógnitas sobre la extensión real de la trama en el Ejército, son más las que permanecen aún sobre las complicidades civiles, políticas y periodísticas. Los historiadores tienen aún mucha tarea por delante para desentrañar toda la madeja.

Pasados 20 años, el país es otro. La idea de golpe de Estado desapareció hace tiempo del horizonte de lo posible. El Ejército se ha ido renovando hasta la plena aceptación de sus funciones constitucionales y la integración en los sistemas internacionales de defensa. España es una democracia consolidada y homologable al entorno europeo. ETA había atacado con dureza al Ejército en aquellos años (39 jefes y oficiales asesinados, además de 121 guardias civiles y policías) con el deseo del retorno al pasado, conforme a la creencia de los terroristas del cuanto peor, mejor. La débil democracia tuvo fuerza para aguantar el envite. Superado el trance, pasó con éxito la prueba definitiva de resistencia del sistema: la alternancia política. Más de 40 años después de la guerra, la izquierda volvió al poder. La democracia se podía dar por consolidada.

Felizmente, el 23-F es hoy pasado en el sentido más pleno de la palabra. Es la hora de los historiadores, porque este país, aunque haya hecho de la amnesia una segunda piel, tiene derecho a saber.

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