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Columna
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Forma y contenido

Yo no puedo estar de acuerdo con quienes critican tan ácidamente al Museo de las Ciencias. Últimamente se prodigan los escritos en contra de esa institución que cada día visitan centenares de personas y que ha conducido a la ciudad de Valencia al primer plano de la actualidad. El otro día leí, en este diario, un artículo de José Pardo Tomás que me sorprendió por su dureza. Dado que Pardo es miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, uno está obligado a otorgar un crédito a sus palabras, a suponer que conoce a fondo la materia de la que trata. Efectivamente, uno lee el artículo y advierte que el autor está impuesto en el tema, que ha viajado y conoce los museos que de esta clase hay por Europa. Quizá este conocimiento le obliga a una crítica tan implacable: 'batiburrillo informe', 'absoluta falta de una idea fresca', 'ausencia de seriedad', 'falta de una perspectiva crítica y rigurosa de la ciencia' son algunas de las apreciaciones que Pardo Tomás dirige al museo.

También, días atrás, publicaban los diarios la carta de unos alumnos de un instituto de Elche criticando al museo. Sostenían estos jóvenes que lo monumental del edificio no se correspondía con la pobreza de los contenidos. Incluso se permitían apuntar que, con el dinero invertido en el Museo de las Ciencias, se podría haber construido un edificio menos aparatoso y destinar el dinero sobrante a mejoras en centros educativos o gastos sociales.

No dudo de la buena fe de Pardo Tomás, ni de la de estos jóvenes ilicitanos cuando formulan sus críticas, pero me temo que sus apreciaciones resulten erróneas. ¿Creen estas personas que si nuestro Gobierno hubiera pretendido hacer ese museo serio y pedagógico que ellas reclaman no lo hubiera logrado? ¿Acaso no han demostrado nuestros dirigentes su capacidad en tantas empresas de las que hemos sido pioneros y envidiados por los países de Europa? ¿Cómo, pues, no íbamos a ser capaces de crear un Museo de la Ciencia?

Hacer un museo como el que sus críticos reclaman hubiera supuesto un gasto inútil, un despilfarro, un esfuerzo sin recompensa. Nuestros gobernantes saben que, hoy en día, el contenido de estos lugares carece de toda importancia. Ahí tienen ustedes al Guggenheim, un museo que ha supuesto un aumento de renta considerable para el País Vasco. ¿Creen ustedes que el contenido del Guggenheim importa a sus visitantes? ¿Podrían citarme alguna exposición reciente que no sea la dedicada a las motocicletas, una muestra que, precisamente, no tiene nada que ver con el arte? Sin embargo, todo el mundo ha oído hablar de este museo y asuntos como el de la suciedad de su fachada, o la manera en que habrán de limpiarse las placas de titanio que recubren el edificio, acaparan la actualidad durante semanas.

Hoy, para que un museo funcione resulta imprescindible una arquitectura espectacular, llamativa, que atraiga la atención de la prensa y la televisión que multiplicarán su imagen por todo el mundo. Esto, y no el contenido, es lo que constituye una garantía de éxito. Así lo entendieron nuestros gobernantes al escoger a un arquitecto tan pomposo como Santiago Calatrava para construir nuestro Museo de las Ciencias.

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