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EL CRECIMIENTO ECONÓMICO
Columna
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Enfriamiento inversor

Emilio Ontiveros

La española no podía ser menos. Al igual que la mayoría de las economías industrializadas, en los últimos meses también la nuestra ha registrado una desaceleración. En el último trimestre de 2000, el crecimiento del PIB fue del 3,8% interanual; la tasa para el conjunto del año queda por tanto en el 4,1%, frente al 4% de 1999. Más destacable que esa variación en el crecimiento de la economía es la experimentada por alguno de sus componentes, en particular, el pronunciado descenso de la inversión en bienes de equipo.

Si la debilidad del conjunto de la demanda interna estaba en el origen de la mayoría de las previsiones que anticipaban un enfriamiento cuantitativamente similar al registrado, no ocurría otro tanto con la estructura de la misma. Razones suficientes amparaban la manifiesta atonía de la demanda de consumo privado, determinada por una caída en la confianza de las familias que encontraba su justificación no sólo en los fríos vientos procedentes el otro lado del Atlántico, ni en las intensas correcciones de los mercados de acciones, en los más elevados tipos de interés o en las peores expectativas del mercado de trabajo, sino igualmente en una pérdida de renta real derivada del encarecimiento de algunos bienes y servicios básicos, la energía de forma destacada. Esa contracción en el consumo de los hogares (la más pronunciada desde 1997), ha coexistido con un deterioro en las posiciones de ahorro financiero de las familias.

Más inquietante que ese manifiesto enfriamiento del consumo es el inesperado frenazo en la formación bruta de capital fijo y, en particular, en la inversión en bienes de equipo. Inesperado por el contraste con otros indicadores anteriores (la producción industrial de este tipo de bienes, los indicadores de expectativas empresariales del trimestre, los resultados reflejados en la Central de Balances Trimestral) e inquietante por su eventual trascendencia sobre el crecimiento en periodos sucesivos y la consecuente aspiración a converger en términos reales con las economías de nuestro entorno. Esa inversión, que creció en 1999 más de un 8%, lo ha hecho en 2000 al 5%, con un último trimestre del año al sorprendente 1,4%, responsable de la correspondiente desaceleración en la formación bruta de capital fijo, a pesar del mantenimiento en el ritmo de crecimiento de la inversión en construcción. La serie de tasas intertrimestrales corregidas de efectos estacionales y de calendario refleja una intensa variación negativa en la inversión en bienes de equipo, del 8,9%, en el cuarto trimestre del año frente al crecimiento del 6% en el trimestre anterior.

Poco consuelo el que puede transmitir la mejora relativa en el sector exterior, la compensación sólo parcial de esa desaceleración en la demanda nacional, si ésta tiene gran parte de su origen en el descenso de las importaciones y de éstas, son también las de bienes de equipo las que caen de forma significativa. La economía española necesita en mucha mayor medida que las de nuestro entorno fortalecer su grado de capitalización como precondición para generar aumentos de productividad significativamente superiores a los actuales. De mantenerse la tendencia observada en los últimos meses del pasado año, no sólo no se propiciará la necesaria inserción de España en esa dinámica propia de la nueva economía, sino que es probable que afloren más intensamente algunas de las limitaciones estructurales hasta ahora veladas por un comportamiento ciertamente excepcional de la demanda interna. La más perversa de esas combinaciones es la formada por un ritmo similar de desaceleración de la inversión y uno mucho más lento en la correspondiente a la tasa de inflación y su diferencial con los países con los que compartimos moneda e intercambios. Razones hay, por tanto, para revisar las bases sobre las que se asentaron la mayoría de los ejercicios de anticipación y la complaciente orientación de la política económica.

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