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51º FESTIVAL DE BERLÍN

Una buena acogida para 'You're the one', única película española en la competición

La magistral 'Pequeño Senegal' y una divertida chapuza de Kusturica completan la jornada

Las reacciones del público de las sesiones matinales -únicas veraces- ante los filmes son aquí observadas con lupa, pues en la Berlinale abundan a esas horas los espectadores avezados en la aventura de la percepción a bote pronto de las bondades, o la falta de ellas, de una película. Ayer, este público mañanero aguantó la respiración con comodidad ante la porosa pantalla de You're the one -película dirigida por José Luis Garci y única española en concurso- durante la proyección, y al final rubricó la buena acogida con un aplauso unánime.

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You're the one es una película medida, calculada y realizada con solvencia. Es un trabajo de buena profesionalidad, que presenta algunas quiebras y zonas flojas en la escritura, pero que se mantiene viva gracias sobre todo al juego libre de los intérpretes, que están bien motivados, conjuntados e interrelacionados por la dirección de José Luis Garci, pero que escapan, mediante delicados brotes de singularidad, de la mecánica de la uniformidad y saltan, como anzuelos con vida propia, de la pantalla a la sala en busca de que el espectador los identifique, los haga suyos. Y, arrastrada por sus rostros, la película ayer funcionó aquí.

Estos momentos de caza y captura sentimental de sus actores y actrices trenzan lo mejor, lo más convincente de You're the one, y fue evidente aquí su eficacia -en forma de 2.000 miradas absortas, en el borde de la lágrima, y de respiración inaudible o de silencio audible- sobre una sala repleta de gentes procedentes de las cuatro esquinas del planeta que, sin tener ningún antecedente visual de lo que ocurría en la pantalla, exteriorizaban con pudor, suave pero visiblemente, síntomas de que se dejaban atrapar sin resistencia por cada inflexión o cada curva del flujo creado e irradiado por las poderosas y amistosas presencias de Ana Fernández, Manuel Lozano, Iñaki Miramón, Julia Gutiérrez Caba, Juan Diego, Carlos Hipólito y Lydia Bosch. Y aquí ayer se vivieron en muy diferentes registros idiomáticos sus maneras de vivir.

Trágica esclavitud

Como se vivieron, y a fondo, las formas de vida con que secuestra, de manera completamente inesperada, nuestros ojos el bellísimo filme senegalés Pequeño Senegal, dirigido por Rachid Boucharef, que nos sumerge poco a poco -sin que nos demos cuenta de que va envolviéndonos en ella hasta que ya estamos envueltos en su mágica sencillez- en la colosal, de proporciones inimaginables y aterradoras, tragedia histórica de la esclavitud. La película concursa y, tanto por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, tiene perfume de obra premiada.

El invento argumental mediante el que Pequeño Senegal introduce en esa su pequeñez la enormidad de lo que cuenta es de una simplicidad desarmante, magistral: un viejo africano, herida aún su memoria por la fractura que sufrió su familia a finales del siglo XVIII, a causa de la parte que le tocó del hachazo de los bestiales negreros de los barcos esclavistas, decide viajar a Estados Unidos en busca de lo que quede, si es que queda algo, de sus lejanos primos herederos del lado americano de aquella atroz caza sin cuartel del hombre por el hombre.

Y el hombre viaja, y encuentra a una remota prima neoyorquina, una anciana de sorprendente singularidad cómica y dramática, una quiosquera de Harlem en la que se resume el eco del horror de su origen y el despliegue de gracia y de inteligencia que fue necesario para la supervivencia de su gente a lo largo de dos siglos. La película, toda ella, es el hermoso despliegue narrativo y poético de este extraño y conmovedor encuentro de las dos Áfricas, la africana y la americana, que estos dos maravillosos ancianos resumen en su piel.

Es Pequeño Senegal cine pobre, vivo y muy bien hecho. Y cine vivo y pobre, pero rematadamente mal hecho es Super 8 Stories by Emir Kusturica, cuyo título es casi una radiografía involuntaria de su contenido y, sobre todo, de su forma, que es una divertida y alegre chapuza destinada a la autoglorificación del estupendo y ciertamente un poco megalómano director bosnio afincado en Belgrado. Emir Kusturica se sirve de su enorme fama para vender a medio mundo un filme situado bajo mínimos profesionales, una habilidosa combinación de publicidad para su grupo de rock No Smoking -autores de la banda sonora de Gato negro, gato blanco- y de las raíces de la música de esta gente en la tierra abonada de la herida histórica todavía abierta de la guerra de Yugoslavia. La película se ve bien, pese al desastre de su confección, hecha de retales de cine casero improvisado con camaritas de super 8 y de vídeo de pueblo en pueblo, de escenario en escenario, de pelea en pelea y de vacío en vacío.

Desierto y tedio

Si la desfachatez de Kusturica nos da un baño de músicas burras, desierto y tedio es lo que nos da la película polaca Weiser, dirigida con nieblas y solemnidad por el veterano Wojciech Marczewski, que se empeña en hacernos dar vueltas alrededor de un suceso que nunca nos explica, por lo que es imposible saber en qué consiste la enrevesada y obsesiva busca de un atormentado ejecutivo cuarentón en la Varsovia capitalista de ahora de algo que se esconde en su memoria y que le ocurrió cuando era un muchacho golfo y airado en los arrabales de la Varsovia comunista. No hay manera de averiguar el sentido de esta encuesta interior, aunque parece probable que se trate de una metáfora con derivaciones metafísicas o teologales, lo que desborda el cauce de una simple crónica cinematográfica.

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