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Tribuna:LA CAPITALIDAD ANDALUZA
Tribuna
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Una polémica no tan inútil

Cuenta Plutarco que cuando Alejandro Magno estaba en la India dudando sobre continuar sus conquistas o regresar, reunió a sus consejeros para discutir el asunto, oyéndose las más dispares propuestas. Entonces Calano puso en el suelo una piel de buey seca, la pisó por uno de los extremos de tal forma que la piel se levantó por todas las demás partes, repitió la misma operación en otros lados y siempre sucedió lo mismo, hasta que puesto en medio quedó 'llana y dócil'. Todos entendieron que no era el momento de hacer más conquistas sino de consolidar el imperio gobernándolo desde el centro.

Cualquier aficionado a la Historia podría contar muchas anécdotas similares que demuestran lo importante que ha sido siempre, en cualquier tiempo y lugar, fijar la capital de una organización política. En el caso español, pocas dudas hay de que nuestra historia hubiera sido muy distinta si Felipe II en lugar de elegir Madrid en 1561 se hubiera inclinado por Lisboa, como parece que estuvo a punto de hacer. Desde Estados Unidos a la India, desde Canadá a Suráfrica, muchos de los Estados creados en los últimos doscientos años tuvieron que debatir largamente el lugar donde residenciar su capital; de entre todos ellos, Brasil se lleva la palma: más de cien años tardaron en encontrar el lugar definitivo para la capital federal. El reciente traslado a Berlín de la capital alemana demuestra que todavía, en la época de internet, sigue siendo un asunto relevante que merece discutirse con detenimiento.

Por eso, no acabo de comprender el miedo, casi cerval, que muchos políticos andaluces muestran ante la más mínima referencia sobre la capitalidad de Andalucía, rápidamente tildada con duros calificativos negativos. Es más, tengo para mí que algún problema que otro sobre la 'desvertebración territorial', el 'centralismo sevillano', el 'agravio comparativo' y demás asuntos periféricos de la cuestión central de la capital de Andalucía se hubieran resuelto si en su momento oportuno, cuando se creó la Comunidad Autónoma, este tema se hubiera debatido en profundidad. Sin embargo, los mismos políticos de aquella época a los que hay que agradecerle su denodada lucha para alcanzar la autonomía, evitaron cualquier polémica sobre la capital. Tanto que ni siquiera la fijaron en el proyecto de Estatuto -como hubiera sido lógico y ordena el artículo 147 de la Constitución- sino que remitieron la decisión sobre ella a lo que decidiera el Parlamento en su primera sesión ordinaria.

De esta manera, el único momento en que era posible que los andaluces opináramos y discutiéramos sobre la capitalidad fue precisamente el momento más inadecuado que cabe imaginar: en la campaña electoral de las elecciones de mayo de 1982. Si no me falla la memoria, el único candidato que se atrevió a sacar el tema fue Julio Anguita, a la sazón alcalde de Córdoba. Por eso, cuando el Parlamento, reunido en Sevilla, tuvo que decidir la capital en su sesión de 30 de junio de 1982 no tenía ningún mandato más o menos claro sobre lo que los ciudadanos querían y eligieron lo que -según nos acaba de recordar recientemente el autor de la propuesta- les pareció natural: Sevilla sería la capital.

¿Pero de donde proviene esta 'naturalidad'? La lectura del Diario de sesiones -con la brillante intervención de Rodríguez de la Borbolla- no termina de aclararnos la cuestión porque se alude a razones históricas, sociales, económicas y políticas que no se especifican y que, en lo que a mi se me alcanza, no soy capaz de encontrar: históricamente, Sevilla, a diferencia de Córdoba, nunca ha sido capital de Andalucía; socialmente, Sevilla está muy lejos de agrupar al 50% de la población andaluza, como Buenos Aires, Barcelona y Zaragoza, por citar tres ejemplos representativos; y lo mismo podemos decir desde el punto de vista económico, más si se tiene en cuenta que Andalucía distaba mucho entonces de ser una unidad económica. Así las cosas, la única razón 'natural' que se me ocurre es una completamente política: todos los partidos tenían su sede regional en Sevilla y sus líderes más relevantes eran sevillanos.

Como no es posible rescribir la Historia, no tiene mucho sentido especular con lo que hubiera pasado si nuestros parlamentarios hubieran sido menos 'naturales' y más 'racionales'. A lo mejor, siguiendo el inteligente modelo anglosajón (ni Montreal ni Toronto, Ottawa; ni Filadelfia ni Richmond, Washington), hubieran elegido una ciudad secundaria y mas centrada geográficamente, tal y como han hecho el País Vasco, Galicia y Extremadura, y hoy no tendríamos ningún problema relacionado con la capitalidad. Pero lo cierto es que lo tenemos, como demuestran todas las encuestas; así que aunque ahora sí existen múltiples razones para no discutir que Sevilla sea la capital de Andalucía -empezando por el disparatado coste económico de llevarla a otro sitio- me parece que las polémicas sobre la sede de la Caja única, el estatuto de capitalidad de Sevilla, el centralismo de la Junta y temas similares, lejos de ser ociosas e inútiles, son de lo más conveniente si no queremos que -parafraseando a Freud- el debate que reprimimos a la luz del día rebrote por la noche en forma de antisevillanismo rampante. Y si después de polemizar, le damos una solución racional, y lo más compartida posible, mejor que mejor.

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Agustín Ruiz Robledo es Profesor Titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Granada.

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