_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Por qué escuchar a los clásicos

Esta semana Fabio Biondi estuvo en Granada, dirigiendo a la orquesta vernácula, y la visita le sirvió para cumplir una pequeña entrevista. Para quien no lo sepa, Biondi es cabeza de una de las agrupaciones de música antigua más señeras de la actualidad, L'Europa Galante, cuya versión de las Cuatro Estaciones se considera canónica. La semana pasada mi columna había versado sobre la actualidad de la música antigua, valga la paradoja, y algunos flecos de la cuestión todavía me andaban barriendo el cerebro: leí la entrevista con Biondi ávidamente, hallé que sus declaraciones coincidían casi en las fechas con un estudio en el que se revelaba que apenas el diez por ciento de los españoles escucha música clásica. Volví a hacerme la pregunta que Biondi trataba de responder en la entrevista: quería hallar motivos para la pervivencia de esa música, razones que disculpasen su existencia en este mundo de cemento en que se había vuelto un objeto de lujo caro e inútil como los sastres y las espadas. ¿Había motivos para escuchar a los clásicos?

El hombre es un ser mortal y finito, al que abruma la carga de su brevedad. Desde que los barcos eran de tabla y las casas de fango, los poetas han prevenido de la futilidad de las esperanzas humanas, de lo efímero de sus días; cual la generación de las hojas, así la de los hombres, establece un hermoso verso de Homero, comparándonos con el árbol que se desnuda cada otoño. Los placeres son cortos, los sentidos no proporcionan el ansiado saber que exigimos, aquél que puede trasminar las apariencias para asomarse a la sustancia de las cosas. Platón se dio cuenta de que el mismo caballo se transformaba, volviéndose otro, según la luz del día, las evoluciones de la edad, los aderezos: se le ocurrió que existía un caballo más allá del que sus ojos le mostraban, apartado de nimias contingencias, un caballo estatuario e inmóvil al que no afectaban el paso del tiempo, el aspecto, esas bagatelas. El hombre, condenado al olvido, ha luchado atávicamente con su arte por ascender hasta ese mundo invulnerable que Platón soñó. Ha acariciado la belleza, alabado el valor, suspirado por la verdad que jamás se pone. La mayoría de los venablos que el artista arroja yerran en el blanco y se pierden; pero a veces una flecha se clava en el centro de la diana y conseguimos ingresar en el museo de las esencias por la entrada preferente. Quién puede dudar que el Amor entero, con mayúscula, está en los sonetos de Donne; que las sonatas de Mozart han logrado alcanzar ese corazón central de la Belleza donde todas las cosas son blancas, cristalinas y suaves.

Los clásicos de la música, de la literatura, del arte, son esos pedazos de eternidad que los hombres han arrancado al olvido a fuerza de ejercitarse en la alquimia de las emociones. Por eso los clásicos deben ser visitados: porque otorgan esa absolución menor que nos hace imperecederos durante el instante en que vibra una nota, en que se apaga un verso. Un día, en una exposición, John Keats sintió que la urna griega que contemplaba era sólida como los astros, tan distinta de su fugaz cuerpo de niebla. 'La belleza es la verdad, la verdad la belleza -escribió hermosamente-: es cuanto conocemos en la tierra, es cuanto necesitamos conocer'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_