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La ínsula turística

Coincidiendo con la celebración de la Feria Internacional del Turismo (Fitur) en Madrid, de nuevo hemos escuchado toda suerte de interpretaciones sobre el turismo valenciano, sin que se conozca de forma fehaciente cuál es el resultado real, pues lo manifestado entra en el terreno de la especulación verbal. Las declaraciones referidas a cifras sobre número de turistas que supuestamente han visitado la Comunidad, recuerdan aquel chiste popular que degrada las estadísticas a la categoría de mentiras. No corresponde amparar la inventiva cuando se refiere a datos económicos, ya que acaban originando graves descalabros a los políticos que confían en quienes les proveen de la información. Todo ello dicho con la seguridad de que quedarán impunes los vaticinios manejados, pues medición real de turistas llegados no ha existido tampoco en 2000. Esta advertida obsesión sobre las cifras acarrea no pocos peligros ante la imprevisión, pues contar por contar los turistas no tiene sentido, su razón de ser radica en la necesidad de planificar y organizar las iniciativas turísticas, a partir de la realidad en la que se desenvuelve el turismo regional.

Y de aquellos polvos estos lodos, dado que cada año hay que ofrecer resultados, mas la dificultad crece y el maquillaje en las cifras deviene inevitable para mantener esas intervenciones ya institucionalizadas con resultados siempre eufóricos. A pesar de que el turismo valenciano ha atravesado una etapa de crecimiento incuestionable, no se ha aprovechado para impulsar con rigor el tratamiento de la información, como lo atestigua el nivel de producción estadística de la Agencia Valenciana del Turismo (AVT), cuyos datos son fundamentalmente el resumen de una especie de proverbial intuición personal. Así se explica que se pueda difundir que se ha acabado la estacionalidad en el turismo valenciano, cuando en el único lugar donde se ha reconducido, hace ya bastantes años, es en Benidorm, pero en el resto ha empeorado la situación.

La propuesta turística de la AVT, forjada en la experiencia ferial de su presidente ejecutivo y a la vez subsecretario de Turismo valenciano, al que debe reconocérsele ser probablemente el funcionario municipal en activo con más horas de vuelo en estos certámenes, se ciñe a la lectura ferial clásica: relaciones públicas y reparto de material publicitario, aderezado con declaraciones grandilocuentes. Y la respetable convicción de que el turismo es Benidorm y nada más. Benidorm es irrepetible y como tal debe ser protegido y defendido, por lo mucho que representa, pero otros destinos también cuentan y en algunos, en términos relativos, el turismo es tan importante para su subsistencia económica, como lo es para Benidorm. De ahí a confundir que lo que no es Benidorm, no tiene relevancia media un abismo. Benidorm representa prácticamente la mitad del turismo valenciano, pero queda otra mitad que no puede ser ninguneada. Es en esa parcela cuando se echa en falta la capacidad de poner en marcha la maquinaria que tiene a su disposición la AVT, dado que su presupuesto y plantilla no ha dejado de crecer. Para qué. La política turística en lo esencial no ha variado, aunque bien es verdad que el presidente de la AVT comparte esa política desde hace más de una década, es en la que se ha formado y difícilmente podría variar los fundamentos de su propia razón de ser.

La AVT cada vez aporta más indicios de transmutarse en una agencia de contratación laboral que atiende compromisos de diverso pelaje, donde con amiguismo y maneras de discutible legitimidad, se llega a soliviantar los principios que deben regir el clima laboral de toda organización, al repartir a discreción prebendas: incrementos salariales cuando existe congelación salarial para el resto (año 1997) o premiando lealtades con reclasificaciones (más sueldo) a quienes entran en dinámicas de converso. Precisamente hemos leído a Manuel Catalán Chana, ex alcalde de Benidorm y antiguo jefe del hoy presidente ejecutivo de la AVT, cómo se sorprende de su actitud actual, cuando son de todo punto comprensibles las metamorfosis susceptibles de precipitar gracias que fueron negadas durante años por correligionarios cautos, conscientes de las limitaciones que podría representar dejar en manos veleidosas la responsabilidad de conducir una de las primeras actividades económicas valencianas. La situación de la AVT, sustituta de un organismo de reconocida solvencia como lo fue el Institut Turístic Valencià (Itva), representa a la postre un cambio de denominación que parece tan sólo satisfacer ínfulas de un gobernador de ínsula Barataria, que jamás pudo aceptar que el Itva desde sus orígenes depositase la confianza de la dirección en jóvenes universitarios. De ese modo se entendería una potencial descapitalización científica de la AVT y los errores cometidos al imponer vetos en función de simpatías sobre un equipo humano cuya motivación se resiente por mor de las diatribas recurrentes.

No cabe duda que rectificar es de sabios, pero defender justo lo contrario hoy de lo que se postulaba hace una década, es lo que ha escandalizado a Catalán Chana, máxime porque la ceguera del poder es la que alimenta posiciones e intervenciones en torno a opinar e incluso decidir de qué y cuándo puede hablar el jefe del partido de la oposición de la Comunidad, y esto sí que ya raya el marasmo. Máxime cuando en Fitur son todos de casa, así que qué mejor ocasión y escenario para expresar las convicciones propias.

Unas dosis de memoria histórica devolverían justo a la inversa las actitudes que hoy se critican. Así se inscribe la satisfacción experimentada desde la celebración de Fitur 96, relativa al éxito de haber conseguido que bajo el pabellón de la Generalitat estuviese toda la oferta turística valenciana. Hasta entonces no había sido así porque, justo desde Benidorm, quien hoy se arroga el éxito antaño abanderaba la negativa a ceder un ápice de protagonismo. Sabido que a Benidorm poca falta le hacía esa secesión institucional, reconocido que si algo es incontestable es el posicionamiento e identificación de la marca Benidorm en el escenario turístico internacional, y se regateaba así la solidaridad necesaria con el resto del turismo.

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Tras lo expuesto, cabe reconocer que la Comunidad afronta en estos instantes un nuevo ciclo turístico, tanto por los cambios en la coyuntura económica que empiezan a advertirse, como por las iniciativas desarrolladas que recomiendan afluencias constantes, pero crecientes en el gasto, con objeto de rentabilizar el modelo y ello reclama profesionalidad en los diagnósticos y veracidad en las cifras. En Fitur 2001 la Comunidad Valenciana ha difundido lo natural, y se ha hablado de sostenibilidad, con la misma osadía con la que se pontifica sobre el futuro turístico valenciano. Keynes ya advertía que el principal enemigo de la economía es la incertidumbre, pero se convierte en una bomba de efecto retardado si se conjuga con la ignorancia, que se reviste de atrevimiento. La Comunidad tiene muchos espacios naturales, pero en turismo lo sostenible son precisamente los destinos, nunca los productos, y la confusión turística principal proviene de que se está insistiendo en el turismo sostenible, sin entender qué es lo efectivamente sostenible. De momento lo insostenible son las actitudes de quienes niegan el espacio a sus conciudadanos e incluso intentan por todos los medios silenciar las opiniones disconformes.

Vicente M. Monfort es profesor en la Universidad Jaume I de Castellón. vmonfort@emp.uji.es

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