_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Y Piqué dijo la verdad

Josep Ramoneda

¿Es imposible que un político diga la verdad? Estamos tan acostumbrados al eufemismo, la media verdad y la gran mentira como recursos habituales del lenguaje político que cuando algún dirigente de algún partido dice la verdad tenemos que leerlo por lo menos tres veces para convencernos de que no estamos soñando. Y una vez verificada la sorpresa, nos escandalizamos de que un político de tanta experiencia haya cometido tan enorme patinazo. Esto es exactamente lo que me ocurrió el pasado domingo al leer que Josep Piqué había dicho que hacer llegar el AVE al aeropuerto de Barcelona sería un agravio comparativo con Madrid y con Valencia. No podía creerme que Piqué hubiese dicho la verdad política del caso en vez de ampararse en disquisiciones sobre cuestiones técnicas y costes económicos tan útiles para ganar tiempo. No podía entender que, aun sabiendo la excelente opinión que Piqué tiene de sí mismo, anduviera tan sobrado como para decir exactamente aquello que su gobierno y su partido tienen que negar. Y, sin embargo, lo ha dicho. Quizá lo que habría que hacer es abrir una cuestación popular para un monumento a un político que dijo la verdad. Una verdad que no se sabe muy bien cómo cuadra con los equilibrios ideológicos que su partido está haciendo en los últimos tiempos. Pero puesto que ante la verdad todo lo demás empalidece, rindámonos a la palabra del ministro y agradezcámosle el haber dicho las cosas por su nombre.

Ninguna ciudad puede tener en España lo que no tengan Madrid, que por algo es la capital, y Valencia, que tan bien ha sabido escoger la pareja de baile
Más información
Y Piqué dijo la verdad

La verdad de Piqué tiene dos consecuencias. La primera es que pone en evidencia al ministerio que asegura que no hay nada decidido y que todavía se lo está pensando. No será tan insensato Piqué de añadir, al coraje de decir la verdad, la osadía de decirlo sobre algo que todavía no está resuelto. La segunda es que las palabras de Piqué han tenido el efecto de revelar lo que estaba escrito en tinta simpática, lo que los demás partidos catalanes sospechaban -legítimamente, como se ha visto-, pero que quedaba en el terreno del proceso de intenciones. Piqué ha hecho una gran contribución a la transparencia. Las cosas son tan sencillas como eso: el AVE no puede llegar al aeropuerto de Barcelona porque no llega al de Valencia ni al de Madrid. Curiosamente, Piqué se olvida de Sevilla, que, de momento, es junto a Madrid la única ciudad a cuyo aeropuerto podría llegar el AVE. Pero Andalucía es tierra malquerida en la medida en que se ha resistido una y otra vez a entregarse en manos del PP. Mientras esto no ocurra no hay salvación. Madrid y Valencia: los dos pilares del arco triunfal del PP. Ninguna ciudad puede tener en España lo que no tengan Madrid, que por algo es la capital, ni Valencia, que ha sabido escoger la pareja de baile. Esta es la idea de España de Aznar, que Piqué interpreta con estricta sumisión a la verdad en tanto que profeta del aznarismo en Cataluña. Parecía que el hombre había sido llamado para adecuar el mensaje presidencial a las peculiaridades del hecho diferencial por excelencia. Que su papel principal debía ser el de hacedor de eufemismos. Piqué, rendido a la palabra del maestro, ha preferido decir la verdad aunque sea dura, porque ya se sabe que la verdad provoca a menudo la incomprensión y el desprecio, pero al final siempre acaba triunfando.

Del giro catalanista del PP al reconocimiento de que a Barcelona le está vedado todo aquello que no tengan ya Madrid y Valencia. Ante la contundencia de este argumento, que jerarquiza y ordena las ciudades de este país conforme a la naturaleza de las cosas, no hay contradicción posible. Cómo va a rectificar Álvarez-Cascos una decisión que tiene el peso de la verdad de las cosas. Desde qué insensata periferia puede pretenderse que el AVE llegue el aeropuerto de allí y no al de Madrid. Seguid el ejemplo de sumisión y destreza de la Valencia de Zaplana y todo se os dará por añadidura. Pero mientras esto no sea así, no hay AVE.

Una de las funciones de Piqué parecía ser acabar con el victimismo nacionalista, con el catálogo de agravios convergente. La verdad le ha jugado una mala pasada. Porque si hay un caso en el que las razones para la queja sean objetivas es ése. Las razones de la negativa son muy claras: cómo va a tener Barcelona un AVE al aeropuerto que podría hacer que las gentes de Zaragoza, en vez de ir a coger vuelos internacionales a Madrid, fueran a El Prat. Y que podría servir para que el aeropuerto barcelonés se acercara al nivel del aeropuerto de la capital. España es un Estado de las autonomías en el que todos deben ser más o menos iguales, excepto Madrid, y en el que las que se porten bien tendrán premio, por ejemplo, Valencia. Así de simple es la doctrina del Estado aznarista, que Piqué puso en evidencia en un arrebato de verdad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Dicen en el PP que todo este revuelo se ha montado por un cabreo de Álvarez-Cascos ante la falta de lealtad de Jordi Pujol. Dicen que Pujol había cambiado el aeropuerto por Sant Cugat (el Beverly Hills convergente) en sus negociaciones con Fomento. Y que a Álvarez-Cascos le irritó que Pujol se subiera al carro de la queja cuando Clos empezó a levantar la voz. Atrapado como tienen a Pujol, sólo faltaría que le hicieran tragar el sapo del no al aeropuerto. Aunque, ciertamente, más cornadas da el déficit de la Generalitat.

La estrategia del PP en Cataluña está muy clara: pegarse a Convergència i Unió y ayudarle en lo posible frente a Maragall con un doble objetivo: ganar respetabilidad y aceptación en el oasis catalán y arrastrar a Convergència i Unió definitivamente del lado de la derecha, acabando con la anormalidad del peso de lo nacionalista en la escena política. Es decir, el objetivo del PP es una Cataluña en la que la oposición nacionalismo / no nacionalismo deje de operar como línea divisoria para pasar al esquema tradicional derecha / izquierda o centro derecha / izquierda para decirlo en corrección política aznarista. Se lo ponen realmente difícil a los convergentes, si para ello tienen que tragar que Barcelona tiene prohibido lo que Madrid no ha conseguido. Dada la precaria situación de la coalición de Pujol, en plena crisis de renovación, más que arrastrarla hacia la derecha lo que está haciendo el PP con ella es abusar, llana y directamente. La corrección política aconseja no tirar contra un aliado cuando está herido. Y si a Piqué le sigue dando por decir la verdad, el cuerpo convergente puede quedar muy maltrecho.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_