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Columna
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Telas de araña

El miércoles pasado hubo sesión de control al Gobierno. Y el Gobierno dijo unas cosas, y la oposición, otras. Una gaffe verbal de Aznar -no ha sido la primera, ni será, me temo, la última- ha provocado que las cosas, ahora, sean 'cositas'. De modo que se habló de cositas. Algunas de estas cositas integran dificultades gordas, no felizmente administradas por el Gobierno. Pero también han circulado por ahí cosas que ni siquiera son cositas: verbigracia, el contencioso espectral del uranio empobrecido. Todo vale en la refriega, y se mezcla el grano con la paja y la arena con la cal. No hay que escandalizarse por ello, porque así es la política, la democrática incluida. Los periodistas, sin embargo, deberíamos bajar del ring y dejar que sean los profesionales los que se den las bofetadas. Lo digo porque sus problemas no son, por fuerza, nuestros problemas. O expresado lo mismo con mayor propiedad: las divisorias engendradas por la lucha política cortan transversalmente los intereses de grupos y personas, con independencia de su ideología o estatus económico. Lo demuestra el contencioso del Plan Hidrológico.

Durante la sesión de Control, Aznar apoyó el pulgar sobre el Plan Hidrológico para hacerle daño al PSOE. No estuvo... mal pensado. Dos autonomías socialistas -la manchega y la extremeña- han votado positivamente el plan del Gobierno en el Consejo Nacional del Agua. ¿Por qué? La causa es clara: por esas autonomías pasa el Tajo, y manchegos y extremeños confían en que el trasvase del Ebro hacia el arco mediterráneo les emancipe de algunas de las servidumbres que en este momento padecen sus cuencas. Ya tenemos un conflicto que no coincide con la división partidaria, y que, en consecuencia, no puede ser evacuado sin fisuras por una sola formación política. Para completar el cuadro, merece la pena recordar que hubo un Plan Hidrológico socialista, el de 1993, mucho más ambicioso que el actual de los populares. Fue tumbado en el Consejo Nacional del Agua, y ya nadie se acuerda de él. ¿Cómo explicar el viraje del PSOE?

En parte, porque al PSOE le toca hacer oposición. Y en parte igualmente, porque no todo el terreno es llano, y varios de los argumentos actuales de los socialistas son atendibles. En esencia, lo que éstos sostienen es que conviene disciplinar la demanda, y no aumentar la oferta. Cada metro cúbico de agua trasvasada costará al Estado entre cincuenta y cinco y sesenta pesetas, y las fórmulas para que el agricultor retorne este dinero son imprecisas y tal vez inejecutables. Con lo que se acentuará la distorsión de precios que a la sazón sufrimos. Cabe afinar todavía más el argumento. En algunas regiones de agricultura realmente profesional -por ejemplo, Murcia-, la necesidad de cumplir los plazos para las exportaciones ha conducido a la construcción de plantas desalinizadoras, que abastecen los regadíos de manera mucho más previsible que el agua de los pantanos. Se observa aquí cómo, dando riendas al mercado, se reasignan los recursos eficientemente. La tesis es típicamente liberal, y no deja de ser gracioso, amén de aleccionador, que sean los socialistas quienes en este caso parezcan haberla abrazado.

A la vez, existe el envés de la moneda. La explotación de las aguas subterráneas es masiva y en buena medida ilegal, y amenaza con originar catástrofes ecológicas y hacerse insostenible en el medio plazo. ¿Cómo salir del atolladero? Una solución posible es aplicar la ley a rajatabla y repartir mandobles desde Valencia a Almería. Pero esto no lo hará ningún Gobierno, sea cual fuere su color. El Gobierno de turno preferirá, siempre, los trasvases, menos lesivos socialmente. La teoría inmaculada quedará en manos de la oposición. De nuevo, sin que importe el color de ésta.

¿Añadimos más matices? Los ecologistas acumulan motivos para estar, a la vez, en favor y en contra del Plan. A favor, porque urge la protección de las capas freáticas; en contra, porque la manipulación de cuencas y construcción de embalses envuelve, innegablemente, costes ecológicos.

Al fin, claro está, hay que decir 'sí' o 'no'. Ahí reside la grandeza de la política. Lo que me desconcierta es que se diga 'sí' o 'no' sin estar obligados a ello. Y es que, definitivamente, los periodistas somos una especie alegre, aventurera, y monosilábica.

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