_
_
_
_
LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Malas soluciones

Emilio Lamo de Espinosa

Durante mucho tiempo he creído, con Marx, que la humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver. La experiencia me hace sospechar más bien que los problemas lo son precisamente porque no tienen buena solución. Esto es más cierto estos días en que la agenda se nos llena de cuestiones con mala solución, como la inmigración. Desde el punto de vista de la teoría democrática o los derechos humanos cualquier limitación a la movilidad geográfica de las personas resulta difícil de justificar, de modo que la petición de fronteras abiertas se sustenta en una sólida posición ética, lo que no es poca cosa y merece más de una meditación. Pero el fiat iustitia et pereat mundus tampoco vale aquí y esa política de puertas abiertas, de llegar a ser (y sólo podría abordarse por la totalidad de la UE), tendría serias consecuencias internas. Mientras tanto hay que controlar los flujos y ello trae como consecuencia inevitable diferenciar entre inmigrantes que entraron con o sin papeles, legales o ilegales. Ésta es la primera conclusión, que en lugar de solucionar el problema no hace sino plantearlo.

Para comenzar porque el control de flujos no impide el flujo incontrolado. Además, la decisión de controlar las entradas se encuentra siempre con un contingente previo de ilegales que, por razones prácticas (si no humanitarias), hay que regularizar. Y las mismas regularizaciones, reiteradas una y otra vez (y ya llevamos nada menos que cuatro, en 1985, 1991, 1996 y 2000), generan su efecto llamada, pues 'si entro, seguro que pillo alguna'.Y como las regularizaciones nunca son completas, permanece un contingente de 'antiguos' ilegales que pronto se engrosa con los 'nuevos'. Finalmente, si pretendemos eliminar la bolsa de 'no regularizados' devolviendo los 'ilegales' a sus países para regularizarlos allí y que regresen después (lo que es una insensatez obvia), cuando se enteren (y ya se han enterado) de que, una vez en España, el Gobierno planea devolverlos a casa para luego traerlos con papeles, ¿no generamos otro efecto llamada, consecuencia no querida del intento de evitarlo? El resultado del embrollo es así una segunda conclusión, que tampoco soluciona el tema: hay siempre ilegales, y una buena gestión de la inmigración debe contar con ello.

El dilema es entonces evidente, pues si se les equipara jurídicamente a los legales ¿para que controlar las entradas?, ¿para qué pedir visados si, una vez dentro, es igual? Pero si se les priva de derechos marginándoles, les forzamos a ser víctimas o verdugos, con lo que la ecuación emigrante = delincuente acaba autocumpliéndose. ¿Qué derechos son necesarios para impedir su marginalización y qué discriminación es necesaria para impedir el efecto llamada? ¿Cuál es el punto de equilibrio... si es que lo hay? No quisiera yo tener que tomar esa decisión.

El tema se complica más por el propio contexto en que ese drama (y es un drama en todos y cada uno de los casos) se desarrolla. Por una parte, los empresarios piden mano de obra para trabajos que los españoles no desean hacer y resulta chusco que -como en Murcia- hay oferta y demanda de trabajo pero es el Gobierno quien bloquea el acuerdo. Y todo ello en un contexto de demografía preocupante que hace creíbles (aunque sean exagerados) los informes (de la ONU y otros organismos) sobre la necesidad de 'migraciones de sustitución' que equilibren la demografía.

El problema se presta así a todo tipo de demagogia, tanto desde el discurso xenófobo del orden (electoralmente rentable) como desde el de la buena conciencia. Pero el fenómeno de la inmigración no es nada nuevo y hace ya al menos un lustro que conocemos perfectamente sus dimensiones. Y mientras discutimos si son galgos o podencos, nuestros municipios (de Lorca a El Ejido) se llenan de problemas prácticos e inmediatos (residenciales, educativos, sanitarios, laborales) para los que no hay política ni orientación alguna, mucho más importantes que la teoría del 'efecto llamada'. Teniendo pues en cuenta su complejidad y su capacidad para movilizar la opinión pública, el pacto de Estado que ha solicitado Rodríguez Zapatero es indiscutible. La inmigración no puede estar sometida al vaivén de ministros o del turno político y necesita estabilidad, firmeza, continuidad y largo plazo. Al final, como con el terrorismo, habrá pacto con el PSOE. No solucionará el problema, pero al menos sabremos a qué atenernos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_