_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sexo

Con motivo de la puesta en marcha esta semana de un taller de Expresión de Afectos promovido por la Concejalía de Juventud y Políticas para la Igualdad del Ayuntamiento de Almería, las juventudes del PP de Almería han acusado a la responsable del área, Ana Celia Soler, de estar obsesionada por el sexo. 'Primero fue', dicen, 'el museo de la píldora, luego la puesta en marcha del servicio de información afectivo-sexual y ahora este taller y la colocación de una máquina de preservativos en la Casa de la Juventud'. Para Nuevas Generaciones, 'la oferta de actividades del equipo de gobierno municipal para los jóvenes es clara, pero demasiado monótona: sexo o sexo'. Cualquiera diría, tras leer esta queja del PP, que los Campos de Níjar se han convertido en el centro del turismo sexual.

No obstante, por si fuera verdad, la otra mañana me encaminé a la Casa de la Juventud, donde la Concejalía tiene un departamento de información, y leí pacientemente todos los folletos explicativos que sobre sus actividades para la juventud ha editado esta área municipal. Como suele suceder en estos casos, la realidad era mucho más prosaica que la prometedora nota del PP. El primer folleto que me vino a las manos no ofrecía, como cabría esperar, ningún servicio sexual, sino asesoramiento gratuito para fomentar la inserción laboral. Diré más: lo único que no encontré entre los numerosos dípticos de información fue precisamente sexo, a no ser que los jóvenes del PP, presas de la mala intención o de la misma obsesión que denuncian en la concejala Soler, estén confundiendo el culo con las témporas, el sexo con la psicología y la lujuria con las enfermedades venéreas; porque lo que sí había era un Centro de Información Sexual que se me antoja extremadamente útil en un país con un alto índice de embarazos juveniles y contagios por sida. Por cierto: ni rastro del museo de la píldora. Ni rastro de la máquina de preservativos. No digo que no exista, digo que yo no la vi, y que hay que ir con los ojos muy abiertos, o ser extremadamente sensible a estos delicados asuntos, para detectar lo que por otra parte se ha repartido con naturalidad en las escuelas, encontramos en cualquier farmacia y cuelga de la pared en todos los baños públicos de señoras y caballeros. Entre mis lecturas de aquella mañana estaba también el horroroso folleto, plagado de corazoncitos rojos, donde se explicaba la finalidad del polémico taller de Expresión de Afectos, que no era otra cosa que un ingenuo cursillo de divulgación psicológica y expresión corporal. Lo leí punto por punto y tampoco encontré ni una sola vez la palabra sexo en la redacción de sus objetivos, de modo que no me explico de dónde ha venido la indignación.

No pretendo defender la política de la concejala y menos aún justificar la organización de un taller al que yo jamás asistiría, sino constatar que de las actividades programadas por Soler no puede deducirse, al contrario de lo que dice el PP, una predilección patológica por el sexo. Con este asunto sucede más bien al contrario: los inquisidores de la sexualidad suelen ser víctimas de las obsesiones que señalan en sus enemigos. Lo terrible es cuando castigan en sus adversarios la debilidad de su propia carne.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_