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Reportaje:

'CoMa' calienta motores para Arco

La Consejería de Cultura monta una exposición conjunta de artistas de Copenhague y Madrid

Perderse en una exposición de arte contemporáneo es fácil para el profano. Una solución es participar en la obra que proponen los artistas, y eso es algo que se puede hacer en CoMa, la muestra de nueve creadores de Copenhague (Dinamarca) y Madrid -cuyas iniciales componen el nombre- que propone la Consejería de Cultura (plaza de España, 8) como forma de calentar motores pocos días antes de que abra sus puertas la feria internacional de arte contemporáneo, Arco, que en esta edición cumple sus 20 años.

'No son artistas consagrados ni tampoco jóvenes que empiezan, por lo que les resulta más difícil entrar en el circuito de las galerías o en el que impulsa a las nuevas promesas', explicó el pasado jueves, en la inauguración de la muestra, Carlos Baztán, director general de Archivos, Museos y Bibliotecas.

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Artistas de Copenhague y Madrid, en el 'CoMa'

Un par de sillas de acero pintado y caucho, en una descripción sólo aproximada, reciben al visitante. Para disfrutar de esta obra de Florentino Díaz, cacereño de 47 años y también habitual de Arco, no hace falta más que empeñarse en descifrar el laberíntico recorrido de la forja. Fernando Baena, comisario de la muestra, invita a continuar el paseo por esta exposición 'autogestionada por los propios artistas', como describió Baztán.

El siguiente paso conduce a las instalaciones de Nieves Correa (Madrid, 1960). Varias decenas de barras de labios, enviadas por conocidas de la creadora, se ofrecen sobre una estantería. Bajo ellas, dobladas para que no se puedan leer, algunas de las cartas que esas mujeres enviaron a Correa, que con este montaje alude 'a la intimidad y el carácter escondido de la mujer', como explica Baena. Meterse en la vida de desconocidos es posible en estas instalaciones, como Paisajes de España. El visitante se sienta y le da al botón de un proyector de diapositivas, donde aparecen paisajes comprados en el Rastro. También puede acomodarse en la mesa sobre la que reposan dos colecciones de tarjetas, también de este mercadillo, y leer las misivas enviadas por nadie sabe quién. Más allá, casi al final de la muestra, la intromisión en la intimidad son antiguas películas de super 8 (pasadas a vídeo por Correa) con 'imágenes familiares de los años sesenta, e incluso de erotismo casero'. Tal vez algún visitante de The hiding room (La habitación para esconderse), se reconozca en las imágenes que Correa 'robó' de la basura o de una tienda de segunda mano.

La inquietud aguarda en el siguiente capítulo. En Los árboles son para atarse, de Joaquín Ivars, sobre tres pedestales negros de 120 centímetros de alto, unidos por unos cordones luminosos azules, también rescatados de la basura, se exponen tres arbolitos de metal de los que sirven para poner retratos familiares. Pero lo que exhiben son transparencias de mujeres desnudas, amordazadas y atadas. El visitante se adentra después en ... yo también te quiero, una habitación negra sobre la que parpadea incesante un strobo, un superflas de cuya molesta luz sólo es posible refugiarse mirando las tres pantallas de televisión sobre las aparecen los vídeos que Ivars filmó en Suramérica. En dos de ellos, la gente dice 'yo también te quiero' en todos los idiomas. En el otro, como un salvapantallas de ordenador, bailan las palabras de la Revolución Francesa: Liberté, Egalité, Fraternité. Más difícil es distinguir el mensaje del strobo: 'Muévete más, sordo de mierda'. 'Critico la globalización, la explotación de los inmigrantes desesperados', resume Ibars.

En otra habitación, tres paredes están ocupadas por las multitudes (Crowds se llama la instalación) de Jerusalén, Bombay y Hong Kong, que la danesa Eva Koch, comisaria de la muestra junto a Baena, filmó para 'meter al espectador en la sensación de miedo que se tiene al estar en medio de una muchedumbre'.

A partir de aquí, la tensión disminuye. Jaime Vallaure (Asturias, 1965) propone al visitante que traiga sus calcetines viejos y desparejados y los incorpore a su montaje Breakfast with Juanita Philips III. La escalera de la sala está llena de calcetines impresentables. 'Me gusta el ambiente de casa desordenada, donde las cosas desperdigadas cuentan tantas cosas de quien vive dentro', describe Vallaure.

Arriba, Torben Christensen, danés de 51 años, presenta su mural lleno de fotos de japonesas amarradas a un teléfono móvil. En toda la sala resuenan mientras tanto los timbrazos de su otro montaje, en el piso de abajo, donde varias televisiones muestran a ciudadanos de Japón, también con el móvil.

Frans Jacobi (1960) invita a descansar en su tienda de campaña azul transparente, con música relajante, 'porque en toda exposición hace falta un lugar donde tomarse un respiro'. Después de pasar un rato más tranquilo, el visitante puede imaginar las conexiones entre las distintas imágenes, fotografías y cajas de madera pintada que parecen casitas, propuestas por Jytte Hoy.

Las escaleras bajan hasta la instalación de Fernando Baena, Vida de Ana María. Con un ratón de ordenador, el visitante elige una del medio centenar de fotografías de esta amiga del autor. Un texto, entresacado de una conversación de Baena con Ana María, su marido y sus dos hijos, se superpone a la imagen. 'En 20 minutos, se reconstruye la vida de esta mujer que tuvo que salir de Chile tras el golpe de Pinochet', describe Baena. Después, su Laberinto interrumpe el paso con una red blanca de pescador: 'El visitante tiene que apartar la obra para continuar su camino hacia el final de la exposición'. Poco después está la salida.

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