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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Japón: década perdida

La economía japonesa no deja de dar sorpresas desagradables. La caída del PIB en 0,6 puntos en el tercer trimestre de 2000, conocida ayer, quiebra el objetivo de remontar la recesión de los últimos 10 años. A juzgar por otros indicadores, no es fácil que los datos del cuarto trimestre modifiquen esa tendencia. De esta forma, el ejercicio fiscal 2000-2001, que acabará en marzo, no sólo no alcanzaría el objetivo de crecimiento del 1,2%, sino que completaría una década perdida para la economía japonesa.

Lo peor es que el margen de maniobra es escaso. El nivel de los tipos de interés está próximo a cero y la política presupuestaria empieza a acusar los efectos de una deuda pública excesiva, generada por la depresión de los ingresos y los programas de reactivación puestos en marcha con dinero público. La desconfianza de familias y empresas es tal que, a pesar de la existencia de tipos de interés reales negativos, las decisiones de gasto siguen contraídas.

La segunda economía más importante del mundo también está marcada por una precaria salud de su sistema bancario, que amenaza con contaminar a otros países. A pesar de los apoyos públicos, la calidad de las inversiones está seriamente dañada por la recesión continuada, que a su vez restringe aún más la concesión de créditos. Un círculo vicioso del que será difícil escapar a menos que el banco central inyecte liquidez, sin preocuparse por la inflación.

La inestabilidad política, las reticencias a abrir determinados sectores a la propiedad extranjera y la opacidad en otros siguen obstaculizando la definitiva recuperación de la economía nipona, poniendo con ello en entredicho cualquier ejercicio de anticipación sobre el conjunto de la economía mundial. El Grupo de los Siete, pero también el FMI, debería abordar con más decisión la instrumentación de programas específicos de reforma en esa economía que garantizaran la restauración de la confianza de sus propios agentes económicos. Sin ello, Japón seguirá siendo una pesada espada de Damocles sobre el resto del mundo.

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