_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Maduros o verdes

La reciente reestructuración en el Consell Executiu de la Generalitat ha tenido, al menos, la virtud de restablecer la simetría entre las dos grandes fuerzas que vertebran la vida política catalana. Hasta ahora, y mientras la coalición PSC-Ciutadans pel Canvi poseía en la persona de Pasqual Maragall un presidenciable ungido y probado, la coalición Convergència i Unió tenía dos pre-presidenciables cuyos esfuerzos de proyección pública se neutralizaban mutuamente, dejando como síntesis un signo de interrogación. Hoy, el interrogante está despejado, el campo pujolista tiene ya su candidato y la larga carrera hacia 2003 -más de dos años y medio- comienza a desarrollarse en condiciones de equidad. En este sentido, tiene gracia que Maragall haya calificado el ascenso de Mas a conseller en cap como 'un movimiento equivocado de Pujol': desde luego, a quien corría en solitario desde finales de 1999 mientras el equipo rival deshojaba la margarita en los vestuarios no ha de causarle alegría que, al fin, salte a la pista un competidor.

Maragall debería reexaminar la idea de que él es el 'relevo biológico' de un Pujol septuagenario y enfrentarse al hecho de que su nuevo contrincante cumplió anteayer 45 años

La investidura de Artur Mas, por tanto, no sólo concierne a su partido y a CiU, sino que repercute también sobre la estrategia y la táctica de la oposición maragalliana. Ésta se ha venido caracterizando por un estilo que numerosos comentaristas coinciden en describir con la metáfora de la 'fruta madura': vencedor aritmético y moral en los últimos comicios autonómicos, algo más joven y -sobre todo- mucho más moderno que Pujol, al líder socialista le basta con esperar, mecido por la 'dulce derrota' de 1999, a que el Gobierno de Cataluña le caiga en el regazo por su propio peso, como la manzana de Newton. Maragall, pues, no se erige en adversario del pujolismo presuntamente agonizante, más bien se brinda a ser su albacea; así cabe interpretar la condescendiente oferta, hace un par de semanas, de un Gobierno de coalición con Convergència i Unió: para ayudarla a bien morir, y recoger luego lo aprovechable de su herencia.

Pues bien, a la luz de los últimos acontecimientos esta actitud va a cambiar; mejor dicho, ya está cambiando. Lo prueba el precipitado paso desde la demanda retórica de una moción de confianza hasta el anuncio -algo prematuro y forzado- de una moción de censura para 2002. Pero, más allá de este primer espasmo amenazador, Maragall necesita reactivar con urgencia un 'gobierno alternativo' que, en tres meses y medio de vida, no ha conseguido salir de la sombra; debería, igualmente, reexaminar la idea de que él es el 'relevo biológico' de un Pujol septuagenario y enfrentarse al hecho de que su nuevo contrincante cumplió anteayer los 45 años; en fin, y por mucha pereza que le origine, tendrá que resignarse a un aumento en el nivel de la confrontación política catalana, de las descalificaciones recíprocas y, por tanto, de su grado de dependencia respecto del aparato socialista. Sí, hubiera sido estupendo ganar permaneciendo todo el tiempo por encima del bien y del mal, sin tener que arrugarse el traje; desgraciadamente, no va a ser posible.

Otro que también deberá arrugarse el terno, remangárselo e incluso despeinarse es Artur Mas i Gavarró, el flamante conseller en cap, si quiere estar a la altura de las confianzas depositadas en él. Sobre todo, Mas tiene que exhibir, a lo largo de los próximos tiempos, lo que ha sido uno de los atributos más decisivos para el éxito de Jordi Pujol: la capacidad de síntesis creíble entre sensibilidades e intereses contrapuestos. Le urge encontrar una fórmula de convivencia que resulte aceptable y digna para Unió Democràtica y para Josep Antoni Duran Lleida sin conllevar la inestabilidad crónica de la coalición, y no cuenta en esa búsqueda con el ascendiente histórico o la autoridad moral de Pujol ante los democristianos.

Los portavoces mediáticos de la Cataluña más timorata, bienpensante y provinciana han descrito machaconamente la evolución doctrinal de Convergència Democràtica en los últimos años como una peligrosa deriva cuasiindependentista, y han presentado a Artur Mas como el abanderado -o el prisionero- de esa legión de jóvenes radicales a los que, para subrayar su fundamentalismo, se bautizó como 'los talibanes'. Se trata, por supuesto, de una fantasiosa caricatura porque no hay radicalismo que valga cuando se ejerce de secretario general o de director general en un departamento. Pero esa leyenda intoxicadora acerca de las inclinaciones 'demasiado nacionalistas' de Artur Mas tampoco debe ocultar los importantes retos que el nuevo líder convergente tiene planteados en el seno de su propio partido, y que cabría resumir así: la consolidación de unas complicidades empresariales sobre cuya importancia nos ilustra la vuelta al Gobierno de Francesc Homs, sin alienarse por ello la confianza de los jóvenes cuadros soberanistas cuyo apoyo ha sido decisivo para alcanzar el delfinato y que aportan a la etapa recién inaugurada un plus de pedigrí catalanista. En definitiva, y por encima de todo, Mas tendrá que demostrar que es un líder político, no un mero gestor ni un tecnócrata fotogénico.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

A propósito de políticos, un diario extranjero que goza de cierta reputación, y no precisamente por su extremismo -el británico The Times-, publicó el pasado día 22 de enero este titular, que no necesita traducción: Spain honours francoist torturer. Pues bien, no he leído que ni Maragall, ni Mas, ni Duran Lleida hayan dicho una sola palabra sobre este asunto. ¿Será que no es de su competencia?

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea de la UAB.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_