_
_
_
_
Entrevista:Viviane Forrester | Escritora | entrevista

'HOY SHAKESPEARE ESCRIBIRÍA DE ECONOMÍA'

La escritora francesa, autora de El horror económico, del que ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo, vuelve a la carga cuatro años después con Una extraña dictadura, en el que arremete contra la mala gestión de la globalización y la califica de dictadura anónima.

Día tras día somos testigos del fiasco del ultraliberalismo. Día tras día este sistema ideológico basado en el dogma (o en el fantasma) de la autorregulación de la economía llamada de mercado muestra su incapacidad para gestionarse a sí mismo, controlar lo que promueve o dominar lo que desencadena. Hasta el punto de que sus iniciativas, tan crueles para el conjunto de las poblaciones, terminan por revolverse contra él por efecto bumerán (...)'.

Así empieza Una extraña dictadura (Anagrama), el último ensayo / provocación de Viviane Forrester, la escritora francesa que a sus más de 70 años es un mito para muchos jóvenes inconformistas.

Pregunta. En cierta ocasión se defendió de los que dicen que un novelista no entiende de economía asegurando que Shakespeare hoy también hubiera escrito sobre ella.

Respuesta. ¡Es que Shakespeare habla de economía en muchas de sus obras! Habla del poder y hoy hablaría mucho más de ese enorme poder económico. Balzac también se dio cuenta de la importancia y el enigma de la economía que marca todos los destinos humanos. Cada uno de nosotros llevamos el sistema económico pegado al cuerpo.

P. Ser hija de banqueros, tener dinero y después no tenerlo, ¿facilita el espíritu de rebeldía?

R. Lo que más me afecta es ver víctimas, como son hoy los inmigrantes. Porque yo también lo fui: te quitan completamente tu identidad y eres alguien superfluo, sujeto a la indiferencia generalizada. Esto sucede hoy también en esta Francia eufórica. Se dice que hay pocos parados y ¡hay millones de personas que viven de forma precaria! Por esto escribo sobre economía y con indignación: se nos coloca ante falsos problemas y no ante los interrogantes que importan.

P. Por ejemplo.

R. ¿Por qué tan poca gente dice lo que piensa? Escribí otro libro de política e historia hace 20 años, La violencia de la calma, y me preocupé mucho porque nadie decía lo que yo me atreví a escribir. Debo delirar, pensaba, y acabarán por no hablarme. Creí que estaba aislada hasta que sucedió lo de El horror económico: muchísima gente se daba cuenta de la impostura, de las mentiras y de la urgencia de ponerse a hablar de todo eso.

P. No agotó el tema en ese libro. En este segundo precisa más.

R. Cuando se habla de globalización se pretende que la gente esté a favor o en contra. Es un error confundir globalización con ultraliberalismo. La globalización, respecto a las nuevas tecnologías y la posibilidad de la simultaneidad, puede ser algo estupendo para todos y, además, es irreversible. El problema está en cómo gestionar eso. Y entonces se da como irreversible que la única manera de gestionarlo es la ultraliberal.

P. Es decir, que está a favor de la globalización...

R. Por supuesto, es un hecho histórico que seguro que se puede gestionar de muchas formas. Y hay confusión porque se cree que lo económico destruye la política y no es cierto. Sucede justamente lo contrario: cierto tipo de política ultraliberal es la que destruye la economía, la economía real. La gestión de la globalización actualmente es totalmente ideológica y se pretende lo contrario. Por lo tanto, si estamos ante una gestión ideológica nada más normal que ponerla en cuestión y discutirla.

P. Está diciendo algo muy clásico: que la economía está politizada y que la forma de esa politización es una dictadura.

R. Sí, claro. Una dictadura, de tipo estalinista, muy bien camuflada para que no parezca que es una ideología. Cuando se habla hoy del capitalismo se tiende a decir que está más allá de la ideología y no es así.

P. En su libro dice que es una dictadura sin dictador.

R. Es que es una dictadura anónima mucho más difícil de combatir. ¿Cómo combatir un sistema dictatorial que se basa en la afirmación de que económicamente no se puede hacer otra cosa? El simple hecho de que se piense que no hay alternativas ya es un resultado de la dictadura. Claro que hay alternativas. Pero antes hay que tener claro cuál es el problema.

P. ¿Alguien se ha sentido aludido con sus libros?

R. He tenido un montón de críticas y de adhesiones. Las críticas más duras no criticaban mis argumentos, sino que yo estaba en contra de la globalización, lo cual no es cierto. Me gustaría tener críticas más serias ¡hasta las podría hacer yo misma! Mis propias críticas están en el libro siguiente, que siempre va más lejos... En Una extraña dictadura soy un poco más malvada. Podemos reír mucho con lo que dicen estos señores del Fondo Monetario Internacional. Entre mis dos libros también han pasado muchas cosas: en 1996 no había una opinión pública mundial sensibilizada sobre la mala gestión de la globalización y hoy es una evidencia que muchísima gente, reflexiona, toma nota, saca conclusiones, se expresa en Seattle y en otros sitios. El que mis libros tengan éxito es un hecho político claro y también lo es que determinados líderes políticos y empresariales me consideran ¡muy peligrosa!, ja, ja.

P. ¿Los libros sirven para cambiar las cosas?

R. En este tiempo ha crecido una conciencia, se han creado asociaciones de ciudadanos, se han alzado voces numerosas. Éste ha sido uno de mis principales objetivos: que los parados no se culpabilizaran sólo a ellos mismos de su exclusión. Pero hay que estar atentos porque nos hemos dormido y, así, se ha podido instalar esta política de hechos consumados.

P. Usted no ha estudiado nada de economía.

R. Nada absolutamente. Leo todo lo que cae en mis manos.

P. Y aun así la escuchan en Davos.

R. Me han invitado, sí, fue una experiencia interesante del poder actual.

P. Como hija de banquero, también conoció el poder de cerca.

R. Conocí los pasillos, la trastienda. Mi padre nunca me explicó nada, pero yo estaba internamente en profundo desacuerdo con todo aquello. Y lo vi en la guerra: vi las consecuencias del poder y del maniqueísmo que genera. Por esto me preocupan también las consecuencias de lo que escribo y de lo que digo, por eso, quizás, he tardado tantos años en decidirme a explicar lo que pienso y tratar de matizarlo al máximo.

P. Precíseme una palabra: ¿qué es el progreso?

R. No creo en la noción de progreso. ¿Es que Heráclito pensaba peor que Bergson? ¿O que Montaigne es inferior a un escritor actual? La idea de equilibrio que lleva a huir de las pendientes; las bajadas van siempre muy rápidas. Esto es lo que nos pasa ahora: vamos hacia abajo rápidamente, la especulación nos pone en peligro. Y decir esto es ser optimista: creer que se pueden cambiar las cosas. Sólo los conformistas, los que creen que todo está bien así, los que dicen que no se puede hacer otra cosa, los que creen que hay que adaptarse porque todo es estupendo, son pesimistas. Es el discurso de la dictadura, un discurso que incluso impide constatar dónde estamos para que surjan contrapoderes no delegados. Yo no creo en el paraíso, pero sé que nunca hay nada perdido. Eso sería como decir que hay que adaptarse al infierno.

La primera voz contra la trampa de la globalización

Fue la primera voz que se atrevió a poner boca arriba, en palabras comprensibles, las cartas con trampa de la globalización económica. Su libro El horror económico (Fondo de Cultura Económica) ganó en 1996 el prestigioso premio Médicis de ensayo, fue traducido a 25 lenguas y ha vendido más de un millón de ejemplares. Desde entonces, Forrester ha recorrido medio mundo dando conferencias y explicando sus ideas a sindicatos y patronos, en foros intelectuales o empresariales, como el de Davos. Su mensaje es sencillo: hemos creado un sistema económico que es una fábrica de excluidos hasta el punto de que lo que se pretende es prescindir de los seres humanos y esto resulta insostenible. El tiempo parece dar la razón a esta crítica literaria de Le Monde, novelista importante en Francia y jurado del Premio Fémina. Hija de banqueros judíos pero colaboracionistas, con una formación burguesa clásica, su vida ha conocido el sufrimiento y la opresión durante la II Guerra Mundial. 'La literatura ha sido mi verdadera pasión', dice. 'Leer. Escribir. Todo eso permite tener varias vidas. Por eso no es raro que haga novelas y ensayos. Ambos son escritura y humanidad'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_