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Reportaje:SUPERBOWL | FÚTBOL AMERICANO

La gloria de dos desheredados

Collins, ex alcohólico, y Lewis, ex acusado de asesinato, las figuras de los Giants y los Ravens

Enric González

Hace sólo unos meses, nadie habría apostado por la presencia de Kerry Collins y Ray Lewis en la Superbowl, el mayor acontecimiento del deporte estadounidense. Collins era alcohólico y parecía un caso perdido. Sobre Lewis pesaba una doble acusación de asesinato. Y, sin embargo, ambos saltarán mañana domingo (Canal +, a las doce de la noche), al estadio de Tampa (Florida) para disputar la gran final del fútbol americano: los Giants (Gigantes) de Nueva York contra los Ravens (Cuervos) de Baltimore.

Collins es la estrella inverosímil de un finalista inverosímil. Los Giants no figuran entre los grandes equipos y él se había convertido en un quarterback (cerebro) maldito, un jugador errático y conflictivo al que nadie deseaba en sus filas. Nunca le faltó talento, pero le era muy difícil explotarlo en un deporte tan duro y, a la vez, tan milimetrado como el fútbol americano: bebía sin control desde los 13 años. 'Era un alcohólico social. Si estaba solo, no probaba el alcohol; lo utilizaba solamente para relacionarme con la gente. El problema era que no sabía pararme. Después de la primera cerveza', explica ahora, 'seguía hasta caerme'.

La infancia de Collins fue complicada. Aún hoy, sus padres no se hablan entre sí y él no se habla con ellos, aunque ambos han prometido que estarán en las gradas de Tampa para celebrar la resurrección de su hijo. Su nivel cultural es elevado -es de los pocos jugadores que aprovecharon la etapa de deporte universitario para estudiar y graduarse- y habla con una gran precisión, lo que hacía todavía más llamativa su antigua inestabilidad.

Pudo compaginar durante años el alcoholismo y el fútbol porque el quarterback no necesita un gran físico, sino capacidad para interpretar el partido. Y tiene ese talento. Incluso ebrio, sabía lanzar el balón al compañero que se halla mejor colocado.

Pero sus problemas se acumularon. En los Panthers, donde jugaba en 1997, dirigió un insulto racista contra sus compañeros negros. 'Intentaba ser una broma, pero salió un exabrupto porque estaba borracho', recuerda. Cuando el resto de los jugadores dejaron de hablarle, anunció al entrenador que prefería no jugar en un equipo 'lleno de incompetentes'. Cuando los Panthers le rescindieron el contrato, fue detenido por conducir bajo los efectos del alcohol.

Se quedó sin club y su carrera se daba por acabada hasta que los Giants, en plena renovación, le ofrecieron en 1999 una última oportunidad. Y Collins la ha aprovechado. Sólo bebe Coca-Cola -20 latas diarias-, se ha ganado el respeto de sus compañeros y es el responsable de que los Giants hayan alcanzado la Superbowl: en la semifinal, hace dos semanas, jugó de forma portentosa, digna del mítico Joe Montana, e hizo grande a un conjunto mediocre. En caso de ganar, los automóviles con los que se premia al jugador más valioso los estrenará a la vez que su permiso de conducir, del que fue privado hace tres años y que recuperará el 1 de febrero.

Si la batalla de Collins parece ganada, por ahora, la de Lewis parece perdida para siempre. Nunca se quitará de encima las sospechas. Horas después de la Superbowl de 2000, en Atlanta, dos jóvenes murieron apuñalados. Los presuntos asesinos eran amigos de Lewis y él estaba presente. El fiscal le acusó de asesinato en primer grado, pero todo se redujo finalmente a obstrucción a la justicia a cambio de que prestara testimonio contra sus amigos.

Las familias de las víctimas, a las que Lewis se ha negado a ver, siguen considerándole culpable. 'Que digan lo que quieran. Jesucristo tampoco gustaba a todo el mundo', dice; 'los auténticos culpables fueron el fiscal y el alcalde de Atlanta, que fueron contra mí sólo porque soy un ídolo'.

Lewis se define como 'el líder espiritual' de los Ravens, un equipo cuya dureza en la cancha se convierte frecuentemente en violencia y asegura que el doble asesinato está 'cerrado' para él. 'No sufro ninguna presión. Ganaremos', promete.

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