Escritores
Después de recibir el Nobel, el poeta pensó que quizá desde el punto de vista de la gloria fuera preferible estar muerto. Acababan de rendirle un homenaje en el Ayuntamiento de su ciudad natal y no le había gustado el reencuentro con sus orígenes ni el abrazo del pegajoso alcalde. A un Nobel no se le pueden dar palmadas en la espalda ni hablarle de tú ni recordarle el apodo familiar. Aunque tal vez el problema fuera más de él que de sus contemporáneos. ¿Quién le mandaba perder el tiempo en aquellos polvorientos salones municipales, cuando su lugar estaba en las páginas de las enciclopedias? ¿Y qué clase de humillación era esa de padecer, como un escritorcillo de provincias, de ardor de estómago y de meteorismo y de infecciones bucofaríngeas, por favor?
Esa noche no logró conciliar el sueño y al día siguiente, durante el desayuno (qué asunto tan menesteroso también, por cierto, el de comer), le dijo a su mujer que estaba dándole vueltas a la idea de morirse para ingresar cuanto antes en la inmortalidad, valga la paradoja. A ella le pareció bien y él se sentó en la butaca de cuero para morir encuadernado en piel. Como la agonía se alargara, comenzó a escribir un diario póstumo dedicado a su viuda. El editor le auguró un gran éxito comercial, ya que jamás había escrito en prosa, ni siquiera había hablado en prosa, y la novedad sería muy apreciada por sus admiradores, que formaban legión.
Escribía todos los días después del desayuno, y si su mujer le preguntaba qué tal iba la cosa, él decía que estaba estirando la agonía para que el diario tuviese un número mínimo de páginas. Pero cuando había escrito más de cuatro mil y ella le insinuó que quizá era hora de expirar, él dijo que había decidido retrasarlo para después de la promoción. 'No puedes promocionar un diario póstumo', argumentó ella enfurecida. 'Dices eso porque ya no me quieres', respondió él, y continuó escribiendo de forma compulsiva. Ese invierno falleció su mujer. Él declaró que no podría soportar la ausencia, pero mientras se moría de pena comenzó el Diario de un viudo, a cuyo término se casó con la autora de una tesis sobre su obra a la que ha prometido un libro póstumo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.