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Columna
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Kitty Genovese

Nueva York, año 1964. Kitty Genovese regresa a su casa de madrugada y es apuñalada por un delincuente. Casi cuarenta personas, al menos, observan el hecho; algunas chillan al agresor, que huye. Pero vuelve y, de nuevo apuñala a la joven. Más gritos y nueva huida. Regresa por tercera vez y remata a la víctima. Nadie se acerca a la chica. Una sola persona llama a la policía, pero antes telefonea a un amigo para asegurarse que debe hacerlo. Fue por entonces un caso famoso, que provocó todo tipo de comentarios y muchas teorías explicativas.

Cuando nos enfrentamos a situaciones ambiguas o peligrosas, miramos a nuestro alrededor para ver qué hacen los demás. Los otros también se comportan igual. El resultado es una falsa sensación general de que no pasa nada grave. Además, siempre pensamos que van a ocuparse del problema las otras personas o a quien corresponda el asunto. Cuanta más gente o grupos están presentes ante la emergencia, menos probable es que respondan con rapidez y eficacia.

Según los técnicos, nadie ayudó a tiempo a Kitty Genovese por culpa de dos fenómenos: la comparación social y la difusión de responsabilidad. En resumen, que no pasa nada porque nadie se mueve y que habrá alguien que ya hará algo.

España, año 2001. Políticos y ciudadanos observan que nuestra sociedad está siendo golpeada por una serie de problemas nuevos, que reciben nombres de camuflaje muy peculiares: vacas locas, uranio empobrecido, extranjería, Tireless y cosas similares. Todos dicen, gobierno y oposición incluidas, que estemos tranquilos, que no es sólo un problema nuestro, que es un problema de muchos, de Europa entera. Que algo se hará. De vez en cuando alguien chilla por su cuenta, pero los problemas no huyen. Como mucho, desaparecen unos días de los medios de comunicación. Pero vuelven y con más energía. Estamos abarrotados de móviles, pero tampoco sabemos a quién llamar por teléfono para que nos ayude.

Pasan los días y las noches, a veces, hasta pasan años, y al fin el gobierno se decide. Se convoca un comité de crisis dirigido por Rajoy. La única conclusión evidente es que no parece que Rajoy vaya a ser el sucesor de Aznar. A Zapatero, desde la oposición, se le iluminan los ojos y poniendo cara de Arquímedes grita ¡eureka!, porque nadie ha pensado todavía en el deterioro ambiental por la locura de las vacas. Mientras tanto, Kitty Genovese continúa siendo golpeada delante de todos.

Con toda ingenuidad, quiero dar un paso al frente, me niego a dejarla sola. Ante todo, hay que reducir la ambigüedad de la situación y evitar los nombres equívocos. No son vacas locas, es una enfermedad que puede pasar a los hombres, pero no se dan cifras de las víctimas. ¿Cuántas y cuándo? No es uranio empobrecido, son las consecuencias de la obediencia ciega a intereses ajenos. No es extranjería, es explotación. Y, después, hay que empezar a actuar sin esperar a los otros, haciéndonos responsables del problema, sintiéndonos capaces de resolverlo, sin pensar que es una cuestión de Europa o de los demás. De momento, es nuestro problema. ¡Queremos ayudar a Kitty ya!

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