Juan Mariné culmina hoy medio siglo dedicado al rescate de imágenes perdidas del cine español
El director de fotografía recibe a los 80 años un premio honorífico de la Academia de Cine
Juan Mariné, fotógrafo de cine e inventor, es una especie de sabio despistado. Rodeado de silencio, ha invertido más de cincuenta años de su vida en un sistema vanguardista para rodar con más calidad, y en restaurar películas que tienen casi un siglo, verdaderas joyas del cine español, como La aldea maldita (1929), de Florián Rey, que se hubieran perdido para siempre. Por esta labor encomiable recibe hoy, a los 80 años, el II Premio Segundo de Chomón de la Academia de Cine por la aportación tecnológica al medio. Su carrera está unida al cine de José María Forqué y Pedro Lazaga.
Lleva 15 años jubilado, pero le dedica al cine una pasión de principiante. Mariné está instalado en un sótano de la Escuela de Cine de Madrid. Ajeno al trajín de los alumnos, a los que les regala su ciencia, trabaja rodeado de cámaras, moviolas, pósters de películas en las que ha trabajado, como Orgullo, de Mur Oti, restos de cartones que utilizó para los efectos especiales de La noche más hermosa, de Gutiérrez Aragón...
Lo primero que enseña este catalán que reside en Madrid desde que tenía 30 años es una gran máquina ('el sueño dorado'). 'Cuando trabajaba como operador me daba cuenta de que la calidad de la imagen, al verla en proyección, no era la misma. Y pensé en mejorar el sistema de rodaje para obtener más calidad. La primera máquina que construí la miré con tristeza y la tiré. Había aprendido lo que no había que hacer. Después hubo una segunda, con la que gané el Premio Juan de la Cierva de Investigación 1974, y con el dinero hice la tercera'.
Los aparatos que utilizó para el nuevo sistema de rodaje, en el que ha invertido casi todos sus ahorros y en el que sigue trabajando, le sirvieron después para restaurar películas. La primera, La aldea maldita. Después vendrían otras cada vez más destruidas, como La reina joven (1916) con Margarita Xirgu, o María Fernanda (La jerezana) (1946), de Enrique Herreros. Así, hasta 17 películas moribundas que Mariné rescata con la paciencia de un artesano. 'Me siento como el padre de una inmensa familia en la que no hay ninguna privilegiada, todas son películas que pertenecen a la historia del cine español y forman parte de nuestro pasado'.
Autodidacta ('pero he leído todos los libros sobre fotografía'), Mariné llegó al cine a los 14 años, cuando una enfermedad le obligó a dejar el bachillerato. 'La primera escapada que hice fue a un plató en Barcelona donde se rodaba El octavo mandamiento (1936). Iba con un tío mío, mecánico de precisión.Y allí me empezaron a hacer encargos, que si llevara la maleta, que si un cable... no sé si me probaban o me gastaban bromas. Enseguida apareció el cine sonoro y barrió a todos los técnicos españoles del cine mudo. Vinieron extranjeros y como yo sabía francés me contrataron de ayudante de cámara, para llevar el foco, que no es nada fácil, ahora los alumnos tiemblan cuando lo tienen que hacer. Y como no fallé, ahí seguí'.
Instalado en Madrid, Mariné se incorpora al cine español de los años 50 y 60 y participa en 125 películas de directores como José María Forqué, Pedro Lazaga, Antonio del Amo, Eduardo García Maroto, que arrasaban. 'Nunca le dije a un director que algo era imposible. A veces planteaban cosas muy difíciles. Lazaga no, pero Forqué era el más exigente. En 091 policía al habla tuve que prepararme para rodar, hace 40 años, en 800 ASA y aún hoy no hemos llegado a tener película para rodar tan rápido'.
Mariné, que obtuvo el Premio Nacional de Cinematografía 1994 y que ha dicho no a muchos filmes por investigar, considera que el cine de esos años está injustamente desprestigiado. 'Hacíamos buenas películas para distraer y la gente acudía en masa, Joselito triunfaba. Los temas se han podido quedar ñoños, pero ahí está el éxito de Cine de barrio . Y creamos industria, los equipos técnicos eran muy buenos. Resulta que nosotros, que lo hicimos todo sobre la marcha, nos estamos dedicando a preparar a las nuevas generaciones'.
Sobre el cine actual, opina que está supeditado al gusto del director y del productor 'sin pensar en el público'. 'El cine se ha hecho para llenar salas, para que la gente sienta deseos de ver una película. Y si no es así, estamos perdidos'.
Hoy recoge el II Premio Segundo de Chomón con la misma sorpresa que cuando recibió un telegrama de los Reyes anunciándole la medalla de oro al mérito de las Bellas Artes en 1990. 'No me lo creí y rompí el telegrama. Ahora, cuando me llamó Aitana , me pasó lo mismo, no quería ponerme al teléfono, me parecía una broma'.
Vitamina A para la mala cara
Como iluminador, Mariné cuenta que ha sido 'un rebelde y un revolucionario'. 'Me llamaban loco cuando la película La grieta (1989) la iluminé toda con tubos fluorescentes'. 'Para mí, lo importante es que la protagonista estuviera muy guapa, y el galán, cuidado'. Dice que siempre es más agradecido iluminar la cara de los hombres que la de las mujeres. 'Ellos aceptan mejor la luz y son menos exigentes, aunque, cuando entran en los 40 piden más. El problema de los hombres es cuando trasnochan, porque su mirada es triste. Por eso, yo siempre llevaba vitamina A en el bolsillo para reforzarles las defensas'. En cuanto a las mujeres, el trabajo se complica. 'Alguna vez tuve que mandar a casa a alguna actriz. Yo le decía al director: 'No puedo rodar con esa actriz por motivos de feminidad'. Durante esos días de regla, su cutis es terrible, no acepta ni el maquillaje'. Cuenta el cineasta cómo resolvía las rivalidades entre ellas cuando actuaban varias y todas eran guapas. 'Hace poco repusieron en Cine de barrio Las amigas (1968) con Teresa Gimpera, Sonia Bruno, Mónica Randall, Pilar Velázquez y Florinda Chico, y fue casi un problema de álgebra. Gimpera daba muy bien, era muy agradecida, pero conseguí que todas salieran guapas. Por eso, los operadores son unos privilegiados, todo el mundo es amable con ellos'. Mariné también firmó los efectos especiales de algunas películas, como La noche más hermosa (1984), Territorio comanche (1997) y Slugs (Muerte viscosa) (1987), una película con babosas que necesitó dos versiones. 'Me llamó su director, Juan Piquer, y me pidió que me fuera con él a EE UU a rodar. No pude; yo tenía 63 años y estaba un poco pendiente de mi jubilación, que es de lo que vivo. Cuando volvió, me enseñó la película. Le dije que estaban mal hechos los trabajos y me confesó que no había podido venderla. Era una película terrible,la gente se traga las babosas, pero, tal y como estaban los efectos, las babosas no daban ni asco. Al día siguiente de jubilarme, me puse a trabajar en ella y la película se vendió a la primera'. No sólo eso. Ganó el Goya en 1987 a los mejores efectos especiales. Pero no lo recogió Mariné, sino los autores de la primera versión. 'Eso escuece, ¿eh?'.
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