Más... ¿o menos?
¿A qué playa desierta, con síndrome amnésico incorporado, hemos enviado a pasear nuestro sentido del ridículo? O, quizá, nuestro sentido de la historia. Lo peor de todo el culebrón de la pareja fantástica Mas-Duran no es el bajo tono del debate -¿debate?-, sino la normalidad con que nos lo zampamos cual si fuera alta filosofía. Dije tiempos ha que hemos sustituido la política por el marujeo, y a tenor del último divertimento una se ratifica con más vergüenza que alegría. Veamos el storyboard de la cosa. No tenemos proyecto, sino herencia, en estrecha coherencia con el hecho de no tener gobernante, sino patriarca. En consecuencia, tenemos aspirantes a la herencia peleados cual hermanos bien avenidos. 'Se pelean los hermanos. No me digas por qué, dime por cuánto...', remachaban en los pueblos de mi infancia los sabios. Y puesto que estamos en la gran família, el padre padrone resuelve la cuestión a favor del sobrino aplicado, más amigo de sus amigos que el otro amigo, y para asegurar la jugada nos hace la jugada. Que existía por ahí una figurilla histórica, reclamada por casi todos desde que tenemos democracia, de gran carga simbólica y relevancia política..., pues mercadeemos con ella, comercialicémosla, rebajémosla a pura estrategia partidista. Esa conselleria en cap que muy mucho nos cuidamos de no crear en las épocas en que Roca amenazaba con una consistente bicefalia, pero que inventamos ahora, ale ale, para que nuestro Artur no se queme con cosillas de gobierno y guarde, institucional y pletórico, el santo Grial que le pertenece. Y así la alta política baja hasta la baja sucesión, regocijada en el barrizal de su falta de ética, de discurso, de ideas, de compromiso. Pura pelea de familia, lo peor casi no es el patio de comadres en que se ha convertido la política, sino los escribientes del comadreo, esa extraordinaria corte de sesudos analistas que analizan con aguda pluma el sutil levantamiento de ceja de Duran en su último discurso. Al cabreo le llaman crisis, a la pataleta debate, al reparto reestructuración, y nos hacen portadas de lo que no es información, sino teatrillo. ¿De verdad creen ustedes que están dedicándose a cosas importantes? Desde luego, si un día de estos Duran y Pujol se tiran los trastos de verdad, habrá notícia y servidora no discutirá lo evidente. Pero el problema no está en ese espléndido y catártico momento que ya veremos si llega -que la familia que se pelea unida...-, sino en los montones de días, meses y años que llevamos hablando sólo de eso: que si Pujol ha mirado fijo a Duran, que si Duran ha insinuado que quizá insinúa que puede cabrearse, que si Mas pasaba por ahí y lo hacen cap i casal del pati. Y toda la inteligencia periodística detrás, analizando la coma detrás del verbo, descubriendo matices de gran calado en la verborrea reinante, hipótesis tras hipótesis, leyéndonse unos a otros, copiándose, avanzadilla notable de nuestra notable pensamiento... plano.
¿Y mientras? Mientras, nada. Resulta que estamos ante dos servidores del pueblo, o más o menos, que llevan ya tiempo gobernando lo común y público en una Cataluña que tiene sus cosas, y algunas claman al cielo. Pero no sabemos nada de ellos como gobernantes, ni qué decisiones toman -¿toman?-, ni qué posiciones en cuestiones clave. Duran Lleida, con tanto perfil político el hombre, es el que más retórica y menos política ha conseguido hacer en su ya nutrida biografía, quizá por eso no se quema. La constatación de que la consejería finalmente asumida (él, listillo, que nunca había querido asumir ninguna) no sería el instrumento para demostrar sus dotes de gestión, tan presumidas como desconocidas, sino el escenario para sus trifulcas sucesorias, tendría que sonrojarnos, irritarnos, llenarnos de tinta el papel. Y sin embargo, forma parte de la normalidad. Como forma parte de la normalidad que un presidente abuse hasta el punto de crear una consejería no para beneficio colectivo, sino para uso patrimonial. Pero claro, si después de 20 años barriendo así la casa aún le ríen las gracias, ¿por qué preocuparse? Y la normalidad es el 'això no toca', como si la obligación de explicarse no fuera un deber, sino un derecho aleatorio. Es normal que los periodistas otorguen, picantillos pero domesticados, incapaces de patear las aguas del oasis. Y es normal que, lejos de llegar por un proceso interno crítico e inteligente a ser presidenciable, nuestros Artur Mas sean ungidos teológicamente por la divinidad. Atadito todo. Y es normal que a la oposición le parezca todo ello normal. Hemos asumido como normales cosas tan extrañas y escandalosas que nos ha pasado lo del cuento: los cuerdos han sido los locos.
Pero los cuerdos existen. Y a ellos apelo para que se reinvente no sólo la política, sino la información de la política. Habrá que tirar profusamente del carro informativo para volver la noticia a su cuadro y dejar de agotar al personal con tanta información importante que no tiene ninguna importancia. Información, por cierto, que sólo nos interesa a los habitantes del cotarro. ¿Reinventar el periodismo? Sin duda, reinventar el periodismo político. Primero, recuperar el dominio sobre la información. Es decir, que no sea información lo que decide el político, siempre bailándonos a su música, sino lo que decide el periodista. Claro que para eso habrá que liberarse: que hay mucho esclavo de sus fuentes. Segundo, desintoxicar la información de tanta sobrecarga de pura politiquería. Que, señorías, lo que dice el diputado de guardia el fin de semana al otro diputado de guardia sobre lo que ha dicho el tercero en discordia, no es que sea sobreinformación, es que ya es sobredosis. Y finalmente, recuperar el sentido de la indignación. Que un periodista no es un mero transmisor de voluntades ajenas, es un creador. De opiniones, de escenarios. Claro que sólo crea cuando controla su profesión.
Sobredosis de mala política. Por eso, quien esto suscribe, no piensa entretenerse en las broncas de los Mas y los Duran. Que hagan lo suyo, que nos dejen en paz, y que, si quieren explicarnos algo, nos expliquen a qué dedican su tiempo cuando no patalean. Porque el pataleo es retórica, y para leer retórica una prefiere a Séneca. Queridos periodistas, un poco de subversión. ¿O no han pensado ustedes que, para devolverle el sentido a la política, quizá habrá que devolverle el sentido a la noticia?
Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com
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