_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Murmullos

Si fuera americano hubiera votado a Gore, pues Estados Unidos necesita como el agua una política social más justa. Pero no lo soy, así que lo que más me afecta de las elecciones a la Casa Blanca es la política exterior que haga el nuevo presidente. A este respecto, no me asusta que los jueces hayan decidido que ganó Bush. ¿Por qué? Porque sigo creyendo que la prioridad máxima que guía a cualquier presidente de Estados Unidos es la que se refiere al interés de su Estado y no al de sus aliados o del resto del mundo. La presidencia de Clinton no fue una excepción a esa regla, aunque su encanto personal, su habilidad política y la ayuda de Tony Blair, le permitió dar en Europa otra impresión. Una presidencia de Gore hubiera seguido la pauta de Clinton con menos habilidad y sin encanto. Se puede especular si la presidencia de Bush será más tejana que washingtoniana, pero no hay duda de que será una presidencia más americana que cualquier otra cosa. Esta claridad de partida me parece una buena cosa para los no americanos, y en particular para los europeos.

En Europa hay, sin embargo, un cierto ambiente de preocupación con la Administración de Bush. Preocupación no proclamada, por supuesto, simplemente musitada. Se susurran temores de que Bush resulte un presidente muy unilateralista. Se recuerda que la doctrina de Colin Powell es limitar las intervenciones militares sólo a los casos en que estén comprometidos intereses vitales americanos. Se murmura sobre la inclinación de Condolezza Rice a retirar las tropas americanas de los Balcanes. Que el nuevo secretario de Defensa, Rumsfeld, sea un campeón del proyecto de defensa nacional con misiles (NMD) añade inquietudes a todo lo anterior. ¿Qué va a hacer China?, se preguntan algunos estrategas europeos, sin decir ni mu sobre qué debe hacer Europa. Se especula sobre el efecto que puede tener la conexión petrolera sobre el conflicto palestino-israelí, también sin decir nada sobre qué debe hacer la Unión Europea si la mediación de Clinton falla.

La lista de murmullos europeos, que es más larga, está llena de contradicciones. Lo único que le da coherencia es la pretensión de que Estados Unidos haga una política exterior con la que la Unión Europea se sienta cómoda. No va a ser así. Y que semejante obviedad se discuta es un signo de los tiempos. Pero de los tiempos pasados. Más exactamente de los años noventa, durante los cuales Estados Unidos predicó que la situación internacional no era un juego de suma cero, sino que ofrecía la posibilidad de que todos mejoran al mismo tiempo. Cierto, era posible; aunque sólo posible, pero no fue eso lo que ocurrió. La política internacional de la década de los noventa resultó ser un juego con pocos ganadores y muchos perdedores. ¡Qué ocasión perdida para quienes decían conocer y practicar políticas que iban a hacer ganar a todos! No es nada probable que los muchos perdedores de la pasada década concedan a los pocos que resultaron ganadores un nuevo crédito para seguir aplicando las mismas políticas.

El signo de los tiempos por venir es otro. Como en los noventa se dijo que todos podían ganar y no fue así, en la nueva década lo probable es que crezcan los movimientos dirigidos a corregir los desequilibrios con que terminó la década anterior. Y el mayor de esos desequilibrios es la superioridad de Estados Unidos sobre el resto de países. Así pues, más que una corriente de seguidismo respecto a Estados Unidos, lo que vamos a ver en los próximos años son diversos movimientos dirigidos a condicionar el comportamiento de Estados Unidos. Clinton predicó con amplio coro europeo aquello de 'acercaros a mí'. Pero la Administración de Bush es consciente de que ya ha empezado a ocurrir lo contrario. Y la UE se siente compuesta y sin novio. De ahí los murmullos.

¿Qué va a pasar entonces? Hay un riesgo de unilateralismo americano, responden los que murmuran. Es tiempo de que la Unión Europea espabile, pienso yo. Cada vez que lo digo en voz alta tengo que hacer frente a una andanada de preguntas difíciles. ¿Quieres que se vayan los americanos de los Balcanes y empiece otra guerra? Ante tal obús, sólo me atrevo a responder: hay que contar con que algún día se irán y no van a esperar a que los tres tipos de bosnios se den abrazos. En cuanto a una nueva guerra, ya la han empezado al norte de Kosovo los mismos que empezaron la anterior, el ELK. Si los americanos se quedan para pararles los pies, seré el primero en agradecérselo; pero si se quedan para no hacer nada, más vale ir pensando en lo que haremos los europeos. Cuando me enfadan suelo pasar al ataque y les digo: en la guerra de Kosovo los políticos europeos descubrieron con estupor que los americanos hacían cosas muy graves sin consultarles (y no me refiero sólo al uso de proyectiles de uranio), y los generales americanos se indignaron porque los políticos europeos se inmiscuían en la aplicación de sus planes. ¿No es por eso por lo que estamos organizando unas fuerzas europeas de intervención rápida? Este tema suele alargarse, así que lo dejo.

También me suelen preguntar si creo que se puede estabilizar la situación de Rusia sin contar con los americanos. Les digo que, efectivamente, el futuro de la seguridad en Europa depende de la estabilidad y orientación de Rusia, pero añado que al frente de Rusia ya no hay un Yeltsin hipotecado a los americanos. Que Rusia está escarmentada de un experimento occidentalizante mal concebido y peor aplicado, que le ha reportado miseria y humillación. Que si queremos un futuro constructivo con Rusia, más nos vale seguir el camino de los alemanes, que están negociando su participación en las grandes empresas rusas de gas. Así ayudaremos a Putin a quitarse de encima a los oligarcas, a construir un capitalismo que no será modelo americano, pero sí ruso, y estará interesado en mantener buenas relaciones con la UE, y los europeos podremos cerrar centrales nucleares y reducir al tiempo nuestra dependencia del petróleo de Oriente Próximo.

Cuanto más les contesto, más se molestan. Van y me dicen: ¿qué va a pasar con nuestro comercio con Asia si por razones militares Bush adopta una actitud dura hacia China? Les respondo que, en caso de que los deseos de primacía militar en Asia de la Administración de Bush y los intereses comerciales de Estados Unidos en China entren en conflicto, creo que la Administración de Bush conseguirá que Kissinger acomode el problema. Por mi parte, les pregunto si creen que un aumento del peso de China en Asia, lo que llevaría asociado una disminución de la influencia americana en la zona, sería bueno o malo para la Unión Europea. A esto suele seguir un silencio. Y la conversación se prolonga. ¿Qué pasa con el MND? Explico que, además de ser tecnológicamente dudoso, es operativamente estúpido porque no hay misil con más capacidad de penetración que un terrorista suicida dispuesto a colocar un explosivo nuclear en Manhatan, algo que ningún sistema de MND puede interceptar. Y añado que, pese a todo, la idea cuenta con un gran apoyo popular en Estados Unidos, así que la si UE no quiere decir amén, tendrá que hacer valer el rechazo popular que un MND puede suscitar a este lado del Atlántico.

Al final alguien siempe dice: ¿y qué pasa con las intervenciones humanitarias? Entonces me enfado y contesto: lo que pasa es que si alguien no convence a las empresas farmacéuticas de que ofrezcan a África medicinas antisida a bajo precio, morirán 35 millones de personas. ¡Seis holocaustos! Y esta vez lo sabemos. Así que más le vale a Europa espabilar. Eso es lo que pasa.

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_