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Crítica:LA CRÓNICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Payasos y monstruos

Hará cosa de un mes, un escritor se lamentaba desde las páginas de este diario por la obsesión que tienen algunos críticos por la verosimilitud. A mí me habría gustado contestarle que, habida cuenta del descaro, la impunidad y la constancia con que la vida se salta las normas más elementales de la verosimilitud, es posible que la ficción sea el último refugio de lo verosímil.

Viene a cuento este exordio porque el objeto de esta crónica, un ensayo que responde al título de Pallassos i monstres (Edicions La Campana), constituiría una grave infracción del principio de verosimilitud si no fuera porque todo lo que cuenta está documentado en los anales de lo mejorcito de la historia del siglo XX. Los ocho dictadores africanos que atraviesan sus páginas, algo escorados a babor o a estribor a causa del peso aplastante de sus desmedidos egos, parecen nacidos de una obscena coyunda entre la comicidad y el horror, y el relato de sus hazañas deja en el lector un persistente sabor a irrealidad y a esperpento.

Albert Sánchez, escritor y antropólogo, ha publicado 'Pallassos i monstres', repaso en clave irónica de algunos dictadores africanos

Habrá quien diga que libros sobre las múltiples atrocidades cometidas por Idi Amin Dada, Bokassa, Banda, Mobutu, Séku Turé, Haile Selassie, Macías y Obiang los hay a porrillo. Y es cierto. Pero lo que hace de Pallassos i monstres un libro insólito en nuestro panorama es que probablemente sea el único que se atreve a dibujar las vidas ejemplares de estos dictadores desde la perspectiva del humor y la ironía, cuando no desde el sarcasmo demoledor, transitando siempre por el registro híbrido y extraño, fronterizo y perturbador de la tragicomedia.

Su autor, Albert Sánchez (Barcelona, 1965), escritor, antropólogo y miembro del Centre d'Estudis Africans, se propuso desde el principio huir del tono sermoneador de buen cristiano y del espíritu redencionista que ha caracterizado la relación de los occidentales con África, desde los misioneros hasta las ONG. 'Lo que yo pretendía no era ahondar en lo malvados que fueron o son esos déspotas, sino mostrarlos en sus aspectos más grotescos y risibles y enseñar a la gente a reírse de ellos. La risa, al fin y al cabo, también es sinónimo de resistencia'.

¿Cómo no estallar en carcajadas al leer el desternillante episodio de Martina, la hija que Bokassa tuvo durante su época de soldado del ejército francés en Indochina y a quien abandonó junto con su madre una vez acabada la guerra para luego, al cabo de muchos años, cuando ya estaba bien afincado en el poder, sucumbir a una intempestiva nostalgia por ella? Pero, por lo visto, los deseos de Bokassa eran órdenes para la diplomacia francesa, que se lanzó a buscar a Martina con ahínco digno de mejor causa. El problema es que la Martina que el embajador francés encontró y a quien Bokassa recibió con honores de jefe de Estado y semanas de fastos y festejos a cargo del presupuesto nacional resultó ser una impostora, y cuando la prensa aireó el fraude, Bokassa hizo un ridículo histórico.

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¿Y cómo no quedarse patidifuso ante la desconcertante metamorfosis sufrida por el doctor Banda / mister Hyde, que pasó de ser un tipo conocido y apreciado por su integridad moral cuando ejercía como médico en Londres y curaba gratis a los enfermos pobres, a convertirse pasados los 60 años en uno de los monstruos más despiadados y sanguinarios que, por poner sólo un ejemplo, obligaba a los Testigos de Jehová, sus bestias negras favoritas, a copular con sus progenitores antes de ser ejecutados?

Que Banda fuera precisamente uno de los africanos más elogiados por Occidente parece una broma macabra, pero, lamentablemente, es cierto. Como también es cierto que Felipe González dijo de Obiang que era 'su hermano y amigo'. Como también es cierto que ese puñado de payasos crueles, enfermos de delirios de grandeza, que podían guardar el tesoro nacional en el sótano de su casa si así se les antojaba, que se ciscaban en la justicia librando a los criminales a los parientes de sus víctimas y que hasta metían a sus hijos en la cárcel para obligarlos a hacer los estudios que ellos querían que hicieran, no sólo siguieron el ejemplo de modelos occidentales, sino que heredaron la concepción política que les habían infligido sus ex metrópolis y, además, gobernaron con su beneplácito y su connivencia. Porque, tal como nos recuerda Albert Sánchez, 'para derrocar a esos monstruos, bastaba con retirar la mano embrutecida que los sostenía'.

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