As de timple
Su pericia -el timple parece una prolongación natural de sus dedos- asombra. Con una mano derecha casi más grande que la caja del instrumento, el músico grancanario arranca un sonido cristalino y dulce de esa especie de guitarra en miniatura: ofreció un número de auténtico virtuoso bautizado como el pueblo donde nació su padre.
Así que no es de extrañar que, armado de su timple electroacústico, se bata el cobre con gigantes como Bela Fleck (banjo) o Juan Manuel Cañizares (guitarra), ni que sus apuntes biográficos hablen de un concierto que protagonizó con la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. José Antonio Ramos está haciendo con el timple canario algo parecido a lo que los gaiteros más al norte. Se lo pide a las personas mayores -las que todavía lo mimaban-, para acercarlo sin complejos a los más jóvenes. Sale del reducto folclórico más conservador y se zambulle en el jazz, el pop o las llamadas músicas étnicas.
Toca unos tanganillos, temas inspirados por las islas de La Gomera o del Hierro, como en el caso de Caldo de vieja -la vieja es un pescado, según aclaró-, porque debe conocer al dedillo la tradición musical de las Canarias, pero también sabe apreciar a Metheny, Piazzolla o Bach.
En la ruta marítima entre la Península y América, el timple pertenece a esa familia de instrumentos de tamaño más reducido que la guitarra española que incluye al tres cubano, el cuatro venezolano o puertorriqueño y el cavaquinho brasileño. No en vano Ramos trajo a su concierto tonadas del otro continente, como una milonga o un joropo, y del Brasil del albino Hermeto Pascoal, una adaptación para guitarra y timple de Bebê.
Eligió temas de su primera grabación como solista, Los cuatro gigantes, y, ya entrado en calor, llegaron los del nuevo disco, Puntales, nombre que se da en el archipiélago a los practicantes de la lucha canaria. Hay algún tema -por ejemplo, Sin licencia- con suficiente gancho para ganarle adeptos al timple y confirmar de paso a José Antonio Ramos como un músico a tener en cuenta.
Babelia
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