El alacrán te va a picar
Todavía estoy a tiempo de callarme. Pero me voy de la lengua. No lo puedo evitar, es mi carácter: soy como el alacrán del chiste. Dice este amigo homosexual que siempre aparece en esta columna (sin por ello sacarle del armario) que yo no puedo entender que haya gente para la que la conversación no sea lo más importante en la vida. Esto venía a cuento porque los dos frencuentamos las saunas, por supuesto saunas de distinto carácter ético; digamos que a mi sauna vamos las personas que queremos eliminar toxinas, fashion victims, como se diría en el argot pedorro, y a la suya va el personal a ver lo que cae. Me cuenta que entras en la sauna, echas un vistazo, eliges pareja y te la llevas a unos cuartitos tipo probadores de El Corte Inglés, donde finalmente perpetras el acto (sexual). ¿Y no hay una conversación previa?, le pregunto a mi amigo. Y mi amigo me dice que para qué, y que yo sobrevaloro el poder de la palabra. O sea, que soy un coñazo.
No me ofendí, al contrario, me tomé la crítica como constructiva, y me fui a ver El Tricicle, a ver si viendo teatro sin texto comienzo a reeducarme en formas de comunicación no verbal. Fue beneficioso porque me encantó, así que pienso que tengo esperanzas. Allí me encontré a Valladares; a María Asquerino, guapa como ella sola; a José Manuel Lorenzo, que siempre me parece un actor que está interpretando a un director de televisión. Cuando volví a casa se lo conté a mi santo: 'Madrid es un pueblo, no paro de encontrarme famosos'; a lo que mi santo respondió: 'Si estuvieras más en tu casa, te aseguro que no te encontrarías a tanta gente'. Noté en sus palabras un cierto aire de reproche. Paranoias mías.
La palabra que se dice es de plata, y la que se calla, de oro', dice la filosofía zen. Está visto que no cuadro con las filosofías orientales porque yo aquello que pienso lo tengo que soltar. Eso sí, todo va con mi nombre por delante. Bocazas, pero valiente. No me parecen valientes, sin embargo, una troupe de mala-sombras que escribían una gacetilla anónima de presunto carácter literario en la que se dedicaban a poner a parir a todo aquel que destacara un poco en el panorama de las letras. La cosa se llamaba La Fiera Literaria y te llegaba misteriosamente al buzón. Mi santo, que es más sano mentalmente que yo, cogía la gacetilla basura y la tiraba a la papelera sin abrirla siquiera. Una servidora, que padece el pecado de las mujeres de Barbazul, la rescató dos o tres veces, pero viendo que me hacía vomitar imité a mi santo, que también es más sabio que yo. Me dio tiempo a ver de qué trataba la cosa: de descalificar con mala follá y gran dosis de resentimiento a Marías (que parece ser uno de los preferidos), Almudena Grandes, Muñoz Molina, Savater... Juan Cruz me advierte: 'Hablando de ellos les das una publicidad de la hostia', pero ya digo, no puedo callarme. Soy como el alacrán. Mejor dicho: soy el alacrán. La cosa es que ahora Luis María Anson ha decidido publicar esta cosa dentro de su periódico. Y yo me digo: 'Luis María, si un día me atacaran tus muchachos, ya que no tienen a bien estampar sus nombres, te tendría que echar a ti las culpas, Luis María. Y qué lastima de amistad desperdiciada'. Piensa uno que si los periodistas del País Vasco han tenido el coraje de firmar con sus nombres en un asunto de verdad importante y peligroso, a qué santo viene ese agazaparse detrás de un pseudónimo común. Luis María, recapacita.
También mi amigo R. R. (por su columna en 'Babelia' / famoso en el mundo entero), que es mi asesor moral en materia literaria, me llama a casa y me dice que no se me ocurra hablar de dicho asunto, ya que las malas lenguas la pueden emprender conmigo; que yo debería hablar de mis cosillas, del boom de Harry Potter, del disco de Miliki o del casting de la serie sobre Severo Ochoa (¿quién va a hacer de Saritísima en dicha serie?), en fin, de temas que gustan y no ofenden a nadie. Antes de colgar, R. R. me da una primicia sociológica: 'Querida, por si no lo sabías, vuelve el porro'. Ya lo sabía, lo vengo observando con estos ojos que tengo. Mientras el mundo del frenesí nocturno se subía por las paredes todos estos años gracias a las pastillas, ha habido una tribu de resistentes solitarios que han seguido con el porro aun a riesgo de que les llamaran antiguos. Pero ahora lo antiguo está tomando el sabor de la decadencia elegante. Mi amiga la actriz Eulalia Ramón se lió el otro día un porro en mi casa con una distinción que parecía una señora de los años veinte. Lo inquietante es que se lo lió delante de las narices de mi padre. Y confieso que a mí siempre me ha gustado mantener mis humildes vicios fuera del seno familiar. Pero la cosa fue a más porque mi Eulalia le pasó el canuto a mi santo padre, que es, para más inri, el abuelo de mi hijo. Yo hubiera jurado que éste se iba a negar, pero qué inocente soy: tomó el relevo con la mayor naturalidad. Antes de que a mi padre se le ocurriera pasármelo a mí desaparecí del salón. Yo tengo un refrán zen que dice: 'Un padre y una hija no han de fumar nunca del mismo porro'. No me quiero poner reaccionaria, pero para mí que con esto del alargamiento de la vida la gente de edad está un pelín desmadrada y, claro, te rompen los esquemas morales. Hubiera debido callarme también esta dolorosa historia familiar, pero siento la necesidad de compartirla con ustedes. No soy la única que no calla ni debajo del agua; esta semana ha estado repleta de incontinencias: no se ha podido callar Juan Goytisolo su opinión sobre el Premio Cervantes, no se ha podido callar Jorge Edwards, que, no contento con atacar al premiado, arremetió contra el país entero; no calló tampoco Javier Marías, que gallardamente contestó por alusiones al escritor chileno... Si hay algo que yo entienda es el no morderse la lengua: 'No he de callar por más que con el dedo / ya tocando la boca, ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo'. Y acabo este articulillo con la sensación de que hubiera sido mejor no haberlo escrito.Todavía estoy a tiempo de callarme. Pero me voy de la lengua. No lo puedo evitar, es mi carácter: soy como el alacrán del chiste. Dice este amigo homosexual que siempre aparece en esta columna (sin por ello sacarle del armario) que yo no puedo entender que haya gente para la que la conversación no sea lo más importante en la vida. Esto venía a cuento porque los dos frencuentamos las saunas, por supuesto saunas de distinto carácter ético; digamos que a mi sauna vamos las personas que queremos eliminar toxinas, fashion victims, como se diría en el argot pedorro, y a la suya va el personal a ver lo que cae. Me cuenta que entras en la sauna, echas un vistazo, eliges pareja y te la llevas a unos cuartitos tipo probadores de El Corte Inglés, donde finalmente perpetras el acto (sexual). ¿Y no hay una conversación previa?, le pregunto a mi amigo. Y mi amigo me dice que para qué, y que yo sobrevaloro el poder de la palabra. O sea, que soy un coñazo.
No me ofendí, al contrario, me tomé la crítica como constructiva, y me fui a ver El Tricicle, a ver si viendo teatro sin texto comienzo a reeducarme en formas de comunicación no verbal. Fue beneficioso porque me encantó, así que pienso que tengo esperanzas. Allí me encontré a Valladares; a María Asquerino, guapa como ella sola; a José Manuel Lorenzo, que siempre me parece un actor que está interpretando a un director de televisión. Cuando volví a casa se lo conté a mi santo: 'Madrid es un pueblo, no paro de encontrarme famosos'; a lo que mi santo respondió: 'Si estuvieras más en tu casa, te aseguro que no te encontrarías a tanta gente'. Noté en sus palabras un cierto aire de reproche. Paranoias mías.
La palabra que se dice es de plata, y la que se calla, de oro', dice la filosofía zen. Está visto que no cuadro con las filosofías orientales porque yo aquello que pienso lo tengo que soltar. Eso sí, todo va con mi nombre por delante. Bocazas, pero valiente. No me parecen valientes, sin embargo, una troupe de mala-sombras que escribían una gacetilla anónima de presunto carácter literario en la que se dedicaban a poner a parir a todo aquel que destacara un poco en el panorama de las letras. La cosa se llamaba La Fiera Literaria y te llegaba misteriosamente al buzón. Mi santo, que es más sano mentalmente que yo, cogía la gacetilla basura y la tiraba a la papelera sin abrirla siquiera. Una servidora, que padece el pecado de las mujeres de Barbazul, la rescató dos o tres veces, pero viendo que me hacía vomitar imité a mi santo, que también es más sabio que yo. Me dio tiempo a ver de qué trataba la cosa: de descalificar con mala follá y gran dosis de resentimiento a Marías (que parece ser uno de los preferidos), Almudena Grandes, Muñoz Molina, Savater... Juan Cruz me advierte: 'Hablando de ellos les das una publicidad de la hostia', pero ya digo, no puedo callarme. Soy como el alacrán. Mejor dicho: soy el alacrán. La cosa es que ahora Luis María Anson ha decidido publicar esta cosa dentro de su periódico. Y yo me digo: 'Luis María, si un día me atacaran tus muchachos, ya que no tienen a bien estampar sus nombres, te tendría que echar a ti las culpas, Luis María. Y qué lastima de amistad desperdiciada'. Piensa uno que si los periodistas del País Vasco han tenido el coraje de firmar con sus nombres en un asunto de verdad importante y peligroso, a qué santo viene ese agazaparse detrás de un pseudónimo común. Luis María, recapacita.
También mi amigo R. R. (por su columna en 'Babelia' / famoso en el mundo entero), que es mi asesor moral en materia literaria, me llama a casa y me dice que no se me ocurra hablar de dicho asunto, ya que las malas lenguas la pueden emprender conmigo; que yo debería hablar de mis cosillas, del boom de Harry Potter, del disco de Miliki o del casting de la serie sobre Severo Ochoa (¿quién va a hacer de Saritísima en dicha serie?), en fin, de temas que gustan y no ofenden a nadie. Antes de colgar, R. R. me da una primicia sociológica: 'Querida, por si no lo sabías, vuelve el porro'. Ya lo sabía, lo vengo observando con estos ojos que tengo. Mientras el mundo del frenesí nocturno se subía por las paredes todos estos años gracias a las pastillas, ha habido una tribu de resistentes solitarios que han seguido con el porro aun a riesgo de que les llamaran antiguos. Pero ahora lo antiguo está tomando el sabor de la decadencia elegante. Mi amiga la actriz Eulalia Ramón se lió el otro día un porro en mi casa con una distinción que parecía una señora de los años veinte. Lo inquietante es que se lo lió delante de las narices de mi padre. Y confieso que a mí siempre me ha gustado mantener mis humildes vicios fuera del seno familiar. Pero la cosa fue a más porque mi Eulalia le pasó el canuto a mi santo padre, que es, para más inri, el abuelo de mi hijo. Yo hubiera jurado que éste se iba a negar, pero qué inocente soy: tomó el relevo con la mayor naturalidad. Antes de que a mi padre se le ocurriera pasármelo a mí desaparecí del salón. Yo tengo un refrán zen que dice: 'Un padre y una hija no han de fumar nunca del mismo porro'. No me quiero poner reaccionaria, pero para mí que con esto del alargamiento de la vida la gente de edad está un pelín desmadrada y, claro, te rompen los esquemas morales. Hubiera debido callarme también esta dolorosa historia familiar, pero siento la necesidad de compartirla con ustedes. No soy la única que no calla ni debajo del agua; esta semana ha estado repleta de incontinencias: no se ha podido callar Juan Goytisolo su opinión sobre el Premio Cervantes, no se ha podido callar Jorge Edwards, que, no contento con atacar al premiado, arremetió contra el país entero; no calló tampoco Javier Marías, que gallardamente contestó por alusiones al escritor chileno... Si hay algo que yo entienda es el no morderse la lengua: 'No he de callar por más que con el dedo / ya tocando la boca, ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo'. Y acabo este articulillo con la sensación de que hubiera sido mejor no haberlo escrito.
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