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Reportaje:

El Cabanyal, punto de desencuentro

Los vecinos del popular barrio de Valencia discrepan sobre el plan municipal que afectará a sus vidas

Ferran Bono

Vicente Ciscar habla con unos y con otros. Es cartero. Desde hace 28 años reparte las cartas a los vecinos de El Cabanyal de Valencia. 'El barrio está dividido en dos bandos: por un lado, los afectados directamente, a los que les tocarán el bolsillo; por otro, los que no están afectados porque no perderán sus casas'. Habla del polémico proyecto municipal de prolongar hasta el mar la avenida Blasco Ibáñez a través de El Cabanyal y a través exactamente del gran bloque de viviendas de protección oficial al que se dispone a entrar el cartero. Los chasquidos de las ropas tendidas azotadas por el viento acompañan sus palabras. No todos lo tienen tan claro.

En ese bloque vive Marco Antonio Giménez y su familia. Tiene 50 años y ahora está en el paro. No duda en responder: 'Un crimen, el plan es un crimen'. 'Soy un trabajador de toda la vida. Cuando por fin he podido pagar esta casa, me darán por ella muy poco, si acaso para la entrada de otra... Dicen que el reaolojo no será más lejos de un kilómetro... No sabemos qué nos va a tocar'. 'Aquí estamos a gusto, convivimos nosotros los gitanos que trabajamos en el mercado y los payos, sin gentuza', concluye mientras asiente su mujer. 'Y cambiarán el polideportuvo de sitio', añade uno de los nietos que ha estado escuchando atentamente.

Marco Antonio está bien informado, se interesa por todo lo relacionado con el proyecto. No así una joven madre que empuja un carrito. Sin detenerse contesta que, la verdad, no sabe si afecta a su casa o no. Pero la mayoría sí sabe. A Lázaro Muñoz, jubilado, le revienta recordar la alegría de la alcaldesa Rita Barberá cuando consideró el informe favorable al plan de la consejería de Cultura como un regalo que los Reyes Magos habían dejado al Ayuntamiento. 'Qué poca vergüenza ¿y la gente a los que nos toca?', protesta. Se opone al plan, pero lo que más le saca de quicio es la droga que hay en el barrio. '¿Por qué no se regenera y rehabilita el barrio? se pregunta este vecino, apostado en la calle de la Barraca. 'Porque no les interesa', responden dos vecinas. 'Si los vecinos se van y se degenera el barrio, es más fácil vender el proyecto', apunta José Luis, un joven que reside en El Cabanyal desde hace un año. 'Lo están dejando perder', apostilla sobre un plan que implica la destrucción de 1.762 viviendas, la apertura de una avenida de 48 metros de anchura y la construcción de edificios de un máximo de cinco alturas. El valor catastral medio del popular barrio de El Cabanyal es de los menores de la ciudad. En la redacción del plan se contempla una tasación regida por criterios de mercado para la vivienda antigua y para la nueva.

Paseando se dirigen hacia el mar Marco Sancho y Salvador Cursí. Son jubilados y viven en Blasco Ibáñez. 'Esto es un desastre', comenta el primero señalando un coche abandonado y quemado. 'Venimos muchos días por aquí y esto está muy abandonado. Hay muchas plantas bajas cerradas, coches abandonados. Hay que limpiar. La prolongación de la avenida es la única forma de que el barrio prospere y para que se proteja y conserve', añade con la anuencia de su compañero. 'La mayoría son gitanos y hay mucha droga', apunta éste. 'No digas eso de los gitanos que te van sacar en el periódico', aconseja su amigo. 'Lo digo sin menospreciar: hay gitanos que trabajan y otros que... ', responde con prontitud.

Un hombre mira hacia el cielo nublado en una esquina de las múltiples intersecciones de la trama urbana que discurre paralela al mar, siguiendo el antiguo marjal. Esta singular trama y la arquitectura popular de muchas de las casas de dos alturas fundamentaron la declaración del barrio como Bien de Interés Cultural en 1993. El hombre defiende el plan y especifica que las líneas trazadas no pasan por los arquitectos municipales. Lleva 40 años en El Cabanyal.

'De la forma en que se ha puesto el barrio es lo mejor. Hay mucho maleante y mucha droga', opina un comerciante que lleva 40 años en El Cabanyal. 'Hace seis o siete años no estaba así. Se han cerrados muchos comercios. Los castellanos ya no vienen a comprar porque hay gitanos. La gente que puede se va', dice. Explica que los castellanos son los payos y reclama el anonimato por temor a represalias.

Juan Gómez, de 43 años, vive en El Cabanyal y trabaja en el servicio de limpieza que opera en el barrio. 'Lo que hay que hacer es rehabilitar el barrio. Se deja que las casas se degraden para que no se revaloricen', infiere. 'Claro que hay gente de malvivir que no paga contribución y vende droga. El barrio se ha degradado, pero porque no se ha hecho nada por él. Por ejemplo, una vez contabilicé entre 25 y 30 coches abandonados de punta a punta de El Cabanyal. Llamamos y sólo han retirado seis o siete', agrega después de insistir en que 'lo que hay que hacer' es destinar dinero a la rehabilitación. El proyecto municipal se ha realizado 'con premeditación y alevosía', zanja.

'A mí aún no sé si me toca o no, porque al final ha habido retoques', indica el pintor Juan Bermúdez, de 58, que sólo salió de El Cabanyal para trabajar fuera 'desgraciadamente'. Dice estar a favor del plan si no 'perjudica a la gente', aunque aclara que le gustaría más que se rehabilitase el barrio donde jugaba de 'nano'.

'Que lo tiren, que lo tiren, que esto huele a mierda', grita desde su balcón un joven provocando las risas de su familia que en ese momento entra en el pequeño portal de una de las calles peatonales que van a dar al mar. Esta casa también se derribará.

Gente mayor

'Aquí se está muy bien. Muy tranquilo. ¿Qué va a hacer toda la gente mayor y la gente humilde que vive en el barrio?', comenta por su parte Teresa Torregrosa, trabajadora de una cervería ubicada en la antigua Llotja del Peix, el edificio más valioso arquitectónicamente de los afectados, por donde desembocará la nueva avenida para llegar al Paseo Marítimo.

'No sé, en principio estoy a favor, ya veremos. Pero sí que es verdad que se tenía que haber rehabilitado', señala un peluquero mientras trabaja. Un cliente asiente con cuidado en la relajada estancia que huele a colonia.

Frutas, verduras, pescados, carnes... los olores se mezclan en el Mercado de El Cabanyal. Las voces se funden en un griterio constante. El mercado está fuera del trazado del proyecto. 'Estoy a favor del plan pero que paguen bien a los afectados', defiende Francisco Lázaro. Desde su frutería, Ángel Aineto, de 44 años, y su madre subrayan que el barrio está mal y que el plan permitirá regenerarlo y restructurarlo. 'Será lo mejor para todos y para los negocios', concluye. 'Ya hablaremos, ya hablaremos. Se trata de un negocio para especular y robar al pueblo llano', interrumpe Antonio Leal. 'Se está dejando pudrir el barrio', añade Carmen García, su mujer. Al calor de la discusión se va acercando más gente a la frutería. Todos opinan: 'Algo se tiene que hacer, algo'; 'Lo que pasa es que no se ha hecho nada por el barrio en 30 años'; 'Hay muchas casas abandonadas'; '¿Quién crees que podrá pagar las nuevas casas? Los de la droga'; 'Se dará vida al barrio'; 'Partirán un barrio histórico para siempre'.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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