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Reportaje:

Cadena perpetua por la muerte de Anna

Una niña de ocho años falleció de hipotermia y por los continuos malos tratos de una pareja londinense

Anna Climbie murió de hipotermia el pasado febrero. Tenía ocho años, 128 moratones en su cuerpo y presentaba síntomas de malnutrición. Sus padres, de Costa de Marfil, habían encomendado a la pequeña africana, de ojos risueños y carácter apacible, a una tía abuela, Marie Theresse Kouao, con la esperanza de recibir en Europa buenos estudios y mejores oportunidades. Pero Anna sólo conoció violencia, abusos y tragedia en los dos años que sobrevivió al cuidado de su pariente, inicialmente, en París, y en Londres, más tarde.

Kouao y su novio londinense, Carl Manning, recibieron ayer sendas cadenas perpetuas por el más espeluznante caso de abuso de menores escuchado en los tribunales británicos. 'Lo que Anna soportó fue inimaginable. Murió en vuestras manos, una solitaria y prolongada muerte', dijo el juez Richard Hawkin al dictar sentencia. Ocho agentes de policía y una asistente social son objeto de investigación por negligencia en sus respectivas funciones.

La alarma saltó en varias ocasiones. El 14 de julio de 1999 ingresó en un hospital londinense con cortes en las manos y marcas de golpes en el resto del cuerpo. Veinte días después se le atendió en otro centro médico de quemaduras causadas al ser rociada con agua hirviendo por la cabeza. Sus cuidadores alegaron en ambas ocasiones que Anna se había autolesionado en desesperación por el picor que le producía la sarna. El equipo de asistentes sociales, respaldado por un agente policial, aceptó la versión de la pareja y permitió que la pequeña regresara al supuesto hogar familiar.

Manning era entonces conductor de autobús y acostumbraba a escribir sus impresiones en un diario. Extractos leídos durante la vista judicial ponen la piel de gallina. Bien él o su compañera sentimental ataban los pies y manos de la pequeña para dormir y, poco después, hartos de que mojara cada noche de pis el sofá del comedor, le hicieron la cama en el cuarto de baño. Desnuda, sin mantas y con un plástico como único soporte, Anna dormía dentro de la bañera. 'Podía golpearla y nunca lloraba. Aguantaba los golpes y el dolor así, sin hacer nada', confesó Manning en el juicio.

La pequeña no se quejaba ni denunció a su tía abuela en los contados días de inspección por parte de los servicios sociales. Iba perdiendo la sonrisa paulatinamente y Kaouo contaba a los conocidos que la niña africana, que hacía pasar por su hija, estaba hechizada por las brujas. Con 44 años, vivía envuelta en un mar de mentiras. Fingía trabajar para el aeropuerto parisiense Charles de Gaulle como investigadora de accidentes, oficial de prensa o alta responsable de gestión. En realidad huía de las autoridades francesas, que le reclamaban 550.000 pesetas por una ayuda concedida para los estudios de Anna.

Para entonces, la tía abuela había sacado a la pequeña de la escuela parisiense y le había cambiado de nombre para entrar en el Reino Unido con un pasaporte familiar con la fotografía de su hija verdadera. Una vez en Londres, los malos tratos se intensificaron al trasladarse al piso de su amante, un hombre de 28 años, solitario y aficionado a la pornografía. Ambos llegaron a tratar a la ingenua y disciplinada Anna como un perro. La pequeña debía escarbar entre los restos de comida y devorar en el suelo de la cocina los escasos alimentos que dejaban para ella. 'Sufrió un infierno viviente de miseria y terror en manos de sus cuidadores', dijo ayer Mary Warsh, de la Sociedad Nacional para la Prevención de Crueldad en los Niños.

Las señales de malos tratos eran visibles en la niña. Pero el comportamiento de sus asesinos sólo se intentó investigar cuando la tía abuela solicitó un piso de protección social. No tenía derecho a este tipo de ayuda municipal a no ser, le informaron en el Ayuntamiento, de que la pequeña estuviera en peligro. Al día siguiente, Anna denunció a las autoridades abusos sexuales por parte de Manning. La acusación suscitó sospechas, pero Kuoao logró burlar la pista de los asistentes sociales pretendiendo que había regresado a París.

El juez Hawkins habló ayer de la necesidad de 'tomar lecciones' del terrible crimen que la seguridad social, la policía y el resto de la comunidad no supo prevenir. Por lo pronto, el ministro de Sanidad, Alan Milburn, puso en marcha ayer una investigación en torno a la muerte de la pequeña que, cuando ingresó por última vez en un hospital de la capital, el 25 de febrero del año pasado, estaba 'fría como un bloque de hielo', según señaló el médico que la atendió.

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