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Reportaje:

Tentaciones en directo

Una cadena de televisión de EE UU pone a prueba la fidelidad de las parejas en una isla llena de placeres

¿Pueden superar las parejas estables la tentación de la carne? ¿Pueden dos jóvenes mantener la estabilidad de su relación si se quedan encerrados en un harén en el que sólo habitan hombres de músculo y mandíbula perfecta y mujeres con cuerpos de revista, todos ellos en un estado de aparente sobrecarga hormonal y evidente voracidad sexual?

Conscientes de que la humanidad en general, y los espectadores de televisión de EE UU en particular, esperaba con ansiedad la respuesta a estas preguntas, la cadena Fox se ha puesto manos a la obra, o, mejor dicho, ha puesto manos y cuerpos a la obra a las cuatro parejas que han aceptado someterse a este experimento sociológico que trata de demostrar si, como muchos piensan, la infidelidad es una debilidad innata del ser humano. El programa La isla de la tentación se estrena mañana en horario de máxima audiencia.

Al fin y al cabo, la Fox ya había demostrado su interés por contribuir al conocimiento profundo de la mente humana con programas de tanto calado -si bien nunca suficientemente ponderados- como Vénguese de su peor vecino, Los peores ataques de serpientes o el histórico ¿Quién quiere casarse con un millonario? De aquel concurso nació una pareja que duró menos que un punto de rating, pero demostró hasta qué punto el intelecto de una persona puede quedar obnubilado cuando lo que está en juego es dinero y, por encima de todo, la posibilidad de salir en televisión.

En La isla de la tentación, la Fox retransmite la vida de cuatro parejas estables aisladas en una isla casi desierta; están encerradas en un paraíso terrenal en el que sobran los manjares, el alcohol, los lujos y la carne, en el más amplio sentido de la palabra. Las cuatro parejas estables estarán sometidas al escrutinio constante de las cámaras de televisión. En los avances de promoción ya se puede asistir a la angustia de una concursante al ver que su pareja retoza en la playa con una de las ninfas cuya disposición al sexo es sorprendentemente insaciable.

La isla de la tentación no existiría sin Supervivientes, el concurso que se convirtió el verano pasado en el fenómeno televisivo de la década en EE UU, con más de 50 millones de espectadores. La Fox ha fagocitado los componentes escénicos de este concurso y los ha pasado por un tamiz que mezcla lo cutre con lo pacato. El resultado: un programa capaz de batir al menos récords en vergüenza ajena.

Las parejas del concurso (no está claro cuál es el premio) son estables, aunque solteras. Hay una pareja en la que él es desproporcionadamente celoso y otra en la que ella tiene dudas sobre su verdadera identidad sexual. En la isla les esperan 26 jóvenes seductores, repartidos a partes iguales entre aspirantes a Adonis y copias de Cameron Díaz. En su vida terrenal son desde camareros hasta modelos de Playboy, pasando por un psicólogo, un masajista y una joven que compensa lo deslumbrante de su aspecto con la inexplicable levedad de su currículo: de su pasado, sólo destaca su promesa de que aparece fugazmente en el último vídeo de Madonna.

La Fox dice que no es un programa sobre seducción, sino sobre infidelidad. Y sobra decir que su presidente, Sandy Grushow, no lo considera telebasura. 'Esto de la televisión es un negocio', dijo este fin de semana en un ataque de franqueza, 'y tenemos una responsabilidad para con nuestros accionistas'. Grushow sabe que el programa cumple con tres premisas que lo convierten en un bombón televisivo: la polémica garantiza audiencia, es barato de producir y, por si esto fuera poco, no requiere ni actores ni guionistas, dos gremios que, como todo el mundo sabe, son proclives a huelgas y reivindicaciones.

Grushow tuvo el valor de defenderse con una mención a otra serie de la Fox, Los Simpson, como ejemplo similar de programación arriesgada, aunque reconoció que los dibujantes de la serie nunca tuvieron que someterse a la prueba del sida, como se ha hecho con los participantes de La isla de la tentación.

Grushow fue el mismo ejecutivo que prometió no volver a programar nunca más concursos como el de la boda con un millonario. De eso hace un año. '¿Han repartido condones entre los participantes?', preguntó un periodista en la presentación de La isla de la tentación. 'No voy a glorificar esa pregunta con una respuesta', respondió Grushow.

¿Pueden superar las parejas estables la tentación de la carne? ¿Pueden dos jóvenes mantener la estabilidad de su relación si se quedan encerrados en un harén en el que sólo habitan hombres de músculo y mandíbula perfecta y mujeres con cuerpos de revista, todos ellos en un estado de aparente sobrecarga hormonal y evidente voracidad sexual?

Conscientes de que la humanidad en general, y los espectadores de televisión de EE UU en particular, esperaba con ansiedad la respuesta a estas preguntas, la cadena Fox se ha puesto manos a la obra, o, mejor dicho, ha puesto manos y cuerpos a la obra a las cuatro parejas que han aceptado someterse a este experimento sociológico que trata de demostrar si, como muchos piensan, la infidelidad es una debilidad innata del ser humano. El programa La isla de la tentación se estrena mañana en horario de máxima audiencia.

Al fin y al cabo, la Fox ya había demostrado su interés por contribuir al conocimiento profundo de la mente humana con programas de tanto calado -si bien nunca suficientemente ponderados- como Vénguese de su peor vecino, Los peores ataques de serpientes o el histórico ¿Quién quiere casarse con un millonario? De aquel concurso nació una pareja que duró menos que un punto de rating, pero demostró hasta qué punto el intelecto de una persona puede quedar obnubilado cuando lo que está en juego es dinero y, por encima de todo, la posibilidad de salir en televisión.

En La isla de la tentación, la Fox retransmite la vida de cuatro parejas estables aisladas en una isla casi desierta; están encerradas en un paraíso terrenal en el que sobran los manjares, el alcohol, los lujos y la carne, en el más amplio sentido de la palabra. Las cuatro parejas estables estarán sometidas al escrutinio constante de las cámaras de televisión. En los avances de promoción ya se puede asistir a la angustia de una concursante al ver que su pareja retoza en la playa con una de las ninfas cuya disposición al sexo es sorprendentemente insaciable.

La isla de la tentación no existiría sin Supervivientes, el concurso que se convirtió el verano pasado en el fenómeno televisivo de la década en EE UU, con más de 50 millones de espectadores. La Fox ha fagocitado los componentes escénicos de este concurso y los ha pasado por un tamiz que mezcla lo cutre con lo pacato. El resultado: un programa capaz de batir al menos récords en vergüenza ajena.

Las parejas del concurso (no está claro cuál es el premio) son estables, aunque solteras. Hay una pareja en la que él es desproporcionadamente celoso y otra en la que ella tiene dudas sobre su verdadera identidad sexual. En la isla les esperan 26 jóvenes seductores, repartidos a partes iguales entre aspirantes a Adonis y copias de Cameron Díaz. En su vida terrenal son desde camareros hasta modelos de Playboy, pasando por un psicólogo, un masajista y una joven que compensa lo deslumbrante de su aspecto con la inexplicable levedad de su currículo: de su pasado, sólo destaca su promesa de que aparece fugazmente en el último vídeo de Madonna.

La Fox dice que no es un programa sobre seducción, sino sobre infidelidad. Y sobra decir que su presidente, Sandy Grushow, no lo considera telebasura. 'Esto de la televisión es un negocio', dijo este fin de semana en un ataque de franqueza, 'y tenemos una responsabilidad para con nuestros accionistas'. Grushow sabe que el programa cumple con tres premisas que lo convierten en un bombón televisivo: la polémica garantiza audiencia, es barato de producir y, por si esto fuera poco, no requiere ni actores ni guionistas, dos gremios que, como todo el mundo sabe, son proclives a huelgas y reivindicaciones.

Grushow tuvo el valor de defenderse con una mención a otra serie de la Fox, Los Simpson, como ejemplo similar de programación arriesgada, aunque reconoció que los dibujantes de la serie nunca tuvieron que someterse a la prueba del sida, como se ha hecho con los participantes de La isla de la tentación.

Grushow fue el mismo ejecutivo que prometió no volver a programar nunca más concursos como el de la boda con un millonario. De eso hace un año. '¿Han repartido condones entre los participantes?', preguntó un periodista en la presentación de La isla de la tentación. 'No voy a glorificar esa pregunta con una respuesta', respondió Grushow.¿Pueden superar las parejas estables la tentación de la carne? ¿Pueden dos jóvenes mantener la estabilidad de su relación si se quedan encerrados en un harén en el que sólo habitan hombres de músculo y mandíbula perfecta y mujeres con cuerpos de revista, todos ellos en un estado de aparente sobrecarga hormonal y evidente voracidad sexual?

Conscientes de que la humanidad en general, y los espectadores de televisión de EE UU en particular, esperaba con ansiedad la respuesta a estas preguntas, la cadena Fox se ha puesto manos a la obra, o, mejor dicho, ha puesto manos y cuerpos a la obra a las cuatro parejas que han aceptado someterse a este experimento sociológico que trata de demostrar si, como muchos piensan, la infidelidad es una debilidad innata del ser humano. El programa La isla de la tentación se estrena mañana en horario de máxima audiencia.

Al fin y al cabo, la Fox ya había demostrado su interés por contribuir al conocimiento profundo de la mente humana con programas de tanto calado -si bien nunca suficientemente ponderados- como Vénguese de su peor vecino, Los peores ataques de serpientes o el histórico ¿Quién quiere casarse con un millonario? De aquel concurso nació una pareja que duró menos que un punto de rating, pero demostró hasta qué punto el intelecto de una persona puede quedar obnubilado cuando lo que está en juego es dinero y, por encima de todo, la posibilidad de salir en televisión.

En La isla de la tentación, la Fox retransmite la vida de cuatro parejas estables aisladas en una isla casi desierta; están encerradas en un paraíso terrenal en el que sobran los manjares, el alcohol, los lujos y la carne, en el más amplio sentido de la palabra. Las cuatro parejas estables estarán sometidas al escrutinio constante de las cámaras de televisión. En los avances de promoción ya se puede asistir a la angustia de una concursante al ver que su pareja retoza en la playa con una de las ninfas cuya disposición al sexo es sorprendentemente insaciable.

La isla de la tentación no existiría sin Supervivientes, el concurso que se convirtió el verano pasado en el fenómeno televisivo de la década en EE UU, con más de 50 millones de espectadores. La Fox ha fagocitado los componentes escénicos de este concurso y los ha pasado por un tamiz que mezcla lo cutre con lo pacato. El resultado: un programa capaz de batir al menos récords en vergüenza ajena.

Las parejas del concurso (no está claro cuál es el premio) son estables, aunque solteras. Hay una pareja en la que él es desproporcionadamente celoso y otra en la que ella tiene dudas sobre su verdadera identidad sexual. En la isla les esperan 26 jóvenes seductores, repartidos a partes iguales entre aspirantes a Adonis y copias de Cameron Díaz. En su vida terrenal son desde camareros hasta modelos de Playboy, pasando por un psicólogo, un masajista y una joven que compensa lo deslumbrante de su aspecto con la inexplicable levedad de su currículo: de su pasado, sólo destaca su promesa de que aparece fugazmente en el último vídeo de Madonna.

La Fox dice que no es un programa sobre seducción, sino sobre infidelidad. Y sobra decir que su presidente, Sandy Grushow, no lo considera telebasura. 'Esto de la televisión es un negocio', dijo este fin de semana en un ataque de franqueza, 'y tenemos una responsabilidad para con nuestros accionistas'. Grushow sabe que el programa cumple con tres premisas que lo convierten en un bombón televisivo: la polémica garantiza audiencia, es barato de producir y, por si esto fuera poco, no requiere ni actores ni guionistas, dos gremios que, como todo el mundo sabe, son proclives a huelgas y reivindicaciones.

Grushow tuvo el valor de defenderse con una mención a otra serie de la Fox, Los Simpson, como ejemplo similar de programación arriesgada, aunque reconoció que los dibujantes de la serie nunca tuvieron que someterse a la prueba del sida, como se ha hecho con los participantes de La isla de la tentación.

Grushow fue el mismo ejecutivo que prometió no volver a programar nunca más concursos como el de la boda con un millonario. De eso hace un año. '¿Han repartido condones entre los participantes?', preguntó un periodista en la presentación de La isla de la tentación. 'No voy a glorificar esa pregunta con una respuesta', respondió Grushow.

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