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Columna
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¡Inmigrantes, a luchar!

El día 6, con ocasión de la Pascua Militar, pudimos leer unas declaraciones del almirante Antonio Moreno Barberá, jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), donde en respuesta a una cuestión de Miguel González del diario EL PAÍS (véase la página 18 de la edición de esa fecha) se aludía a los emigrantes y a su posible incorporación a filas. Emplazado el almirante sobre el particular terminaba reconociendo que 'si los sistemas que tenemos no dieran el resultado apetecido habría que estudiarlo'. Y lo decía en referencia al reclutamiento de extranjeros, en consonancia con el proceder de algunos ejércitos occidentales, invocado por el periodista en su pregunta donde aseguraba que buena parte de los trabajos equiparables a soldado raso son los que realizan en España los inmigrantes. El almirante iba con mucho cuidado. Poco antes acababa de reconocer los problemas que encuentran las Fuerzas Armadas para reclutar soldados porque 'la bolsa de aspirantes se va vaciando y todavía no hemos alcanzado los objetivos fijados'.

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Señalaba también el JEMAD que 'el Gobierno decidió adelantar el fin del servicio militar al 2001, pero los efectivos de tropa profesional no se alcanzarán hasta diciembre de 2002'. Por eso, indicaba que 'se está trabajando intensamente no sólo para incentivar el que vengan más aspirantes, sino para retener a los que tenemos'. Ateniéndose a las normas de la más estricta subordinación decía que 'en todo caso se trata de una decisión del Gobierno, que habría que aplicar de manera gradual' y que 'por el momento, los indicadores no son tan preocupantes como para planteárnoslo a corto plazo'.

Hasta aquí los eufemismos del mando, pero, a falta en este momento de las cifras exactas y sin tiempo para verificarlas, puede afirmarse sin error que desde que el PP adoptó la supresión del servicio militar obligatorio y optó por unas Fuerzas Armadas plenamente profesionales se ha producido un descenso de aspirantes a las plazas de soldados y marineros en oferta, de modo que de 4 o 5 aspirantes por plaza se ha pasado a un número de aspirantes inferior a la mitad de las plazas a cubrir.

De ahí que se haya rebajado el coeficiente intelectual exigible a los candidatos, que se les exima de cualquier diploma incluido el de estudios primarios y que se haya incrementado hasta los 28 años la edad para los que quieran ingresar en filas. Pero, ni por esas. España va bien, ha disminuido el paro y el honroso oficio de las armas se encuentra desasistido de vocaciones profesionales. Los datos deberían mover a una reflexión que ha de tener en cuenta la realidad de unas retribuciones económicas desalentadoras. Pero habría que ir más allá, porque tampoco las ONG ofrecen salarios brillantes y el número de los que en ellas se enrolan de modo voluntario para misiones difíciles sigue en aumento. Porque, además, esta deserción se produce cuando nuestros soldados han dejado de ser vistos como parte de un ejército de ocupación soportado, que garantizaba el atado y bien atado ideado por el franquismo y han pasado a ser uno de los referentes de nuestra política exterior al que todos dicen mirar con orgullo y agradecimiento. Entonces, ¿por qué pareciera que aquí sólo queda como banderín de enganche -de enganche, repetimos- el de la kale borroka, que tan bien sirve de primera instrucción a quienes después se incorporan como efectivos de ETA?

Cuando el Gobierno de Aznar ha optado de manera sobrevenida por unas Fuerzas Armadas profesionales si los voluntarios del propio país no comparecen terminará por abrirse el acceso a los extranjeros en unas unidades que serán un valor de sustitución, según advertía el general Salas Larrazábal, y que aparecerán a partir del momento en que los valores cívicos queden suficientemente deteriorados. Tal vez pronto oigamos el grito '¡Inmigrantes, a luchar!' con la música del himno de la Legión, que por algo se llamó extranjera, y los inmigrantes encuentren en las Fuerzas Armadas una rampa de ascenso social. Y se escuche al Conde de Foxá recitando su romance y diciéndole a Abdelazis que sabe que está su sangre defendiendo sus campanas, sus libros de El Escorial y sus custodias labradas y que tiene su lucero, español de piel tostada.

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