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Columna
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Ámbito vasco de compasión

'Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven'. Así finaliza esa dramática fábula sobre la condición humana que es el Ensayo sobre la ceguera de Saramago. ¿Somos ciegos que, viendo, no ven? Norbert Bilbeny ha realizado un excelente análisis del idiota moral, de ese individuo inteligente pero apático, que vive aislado en la privacidad de sus propias emociones y es por ello insensible a las emociones de los demás y a las consecuencias que sobre los demás tienen sus propias acciones. En esta impasibilidad reside la incapacidad del idiota moral de cuestionarse a sí mismo, pues no hay un espacio ajeno a sí desde el que observarse. Ahí reside su ceguera. Bilbeny enfatiza la ausencia de pensamiento como origen fundamental de este idiotismo moral. Yo creo, más bien, que la apatía moral tiene su origen en la incapacidad para ejercer la compasión. Esto es lo que nos vuelve ciegos.

En nuestra tierra vivimos la política con pasión, con tanta pasión que nos incapacita para compadecernos. Es la nuestra una pasión egomaníaca, un apasionamiento solitario aún cuando tantas veces lo expresemos colectivamente. Es una pasión inconmensurable, intransferible, que excava abismos de incomunicación. Una pasión totalitaria, enfermiza, que genera una brutal contradicción: nos hace visceralmente impacientes cuando nos sentimos agraviados pero, a la vez, nos vuelve olímpicamente pacientes cuando los agraviados son los otros. La vivencia del padecimiento propio está impidiéndonos compartir el padecimiento ajeno. La pasión política está generando una profunda apatía moral. Necesitamos urgentemente constituir un ámbito vasco de sentimiento. Necesitamos, más que cualquier otra cosa, introducir en nuestras vidas, capacidad de compasión. Compasión, sí: compasión. En el caso de que este concepto no les guste pueden sustituirlo por el de empatía, aunque a mí este neologismo me parece demasiado frío, demasiado deshumanizado y asocial.

El camino hacia la compasión es tortuoso, pero es lo único que tenemos si de verdad queremos reconstruir la convivencia. Percibir y articular el sufrimiento de los otros es la condición necesaria de toda política futura de paz. Sólo si somos capaces de ponernos en el lugar del otro llegaremos a comprender las consecuencias de nuestros actos. Sólo si llegamos a sentir al otro como un yo mismo podremos imaginar una nueva comunidad vasca edificada sobre la base de la aceptación mutua. Necesitamos, por ello, construir y sostener un ámbito vasco de compasión. Un espacio ético, pero también político en el que el padecimiento de todos sea objeto de comunicación, de comunión, y no de enfrentamiento. Necesitamos transformar nuestras pasiones en compasiones, convertir nuestras pasiones en pasiones compartidas. Nuestros dolores, nuestros sufrimientos, nuestros miedos, los de cada uno, deben configurar la más inmediata agenda política de la sociedad vasca con el objetivo explícito de lograr, en serio, su socialización (que no es lo mismo que su multiplicación). Sólo quien hace suyo el miedo ajeno podrá tomar en consideración su responsabilidad en el mismo para así procurar atemperarlo.

Tal vez así, algún día, podamos pedir a Saramago que cambie el final de su relato sustituyendo el párrafo con el que iniciábamos este artículo por este otro: 'Por la ventana abierta, pese a la altura del piso, llegaba el rumor de las voces alteradas, las calles debían estar llenas de gente, la multitud gritaba una sola palabra, Veo, la decían los que ya habían recuperado la vista, la decían los que de repente la recuperaban, Veo, veo, realmente empieza a parecer una historia de otro mundo aquella en que se dijo, Estoy ciego'. Tal vez así, algún día, podamos las vascas y los vascos decidir con libertad y responsabilidad lo que queremos ser, una vez experimentado lo que debemos sentir.

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