Delincuencia juvenil, un círculo vicioso
El 85% de los presos españoles ingresaron en la cárcel por primera vez antes de los 20 años. La nueva ley trata de paliar la reincidencia en los menores
En el módulo de menores de la prisión de máxima seguridad de Alcalá-Meco, en Madrid, no se habla de otra cosa. Á. K., de 20 años, hace de portavoz de otros muchos chavales, la mayoría marroquíes como él, pendientes de cada detalle de la nueva ley que pueda aliviar su situación. La de Álex es de las más complicadas, porque fue condenado por un 'robo con violencia, creo', hace ya dos años (antes de cumplir los 18), y sólo le quedan cuatro meses para salir. Tendrá que ser excarcelado cuanto antes.
Los compañeros de Álex denuncian que sus abogados de oficio prácticamente no les han dado información sobre su situación. Pero, aun así, conocen la nueva ley mejor que algunos fiscales. 'En la cárcel se aprende mucho de leyes'. Enseguida ha surgido la picaresca, y de pronto todo el que sabe que hay dudas sobre su verdadera edad está aprovechando para decir que tiene 17.
'La delincuencia no es una situación penal, es una situación vital. Es como un túnel del que no se sale'
Según datos de Instituciones Penitenciarias, recogidos entre la población reclusa menor de 18 años en la época en que se aprobó la ley, hace ahora un año, un tercio de los jóvenes estaban en la cárcel por robo, y el resto se reparten entre lesiones, delitos contra la salud pública (tráfico de drogas) y atentado contra agente de la autoridad.
A medio plazo, y dadas las carencias, los supuestos más aplaudidos y más innovadores, por su carácter educativo y rehabilitador, de la nueva ley no tendrán efecto, con lo que la historia de estos jóvenes no va a cambiar mucho. Lo que debía convertirse en una búsqueda de medios de escape para una situación crónica, la que lleva a una parte de la población a pasar media juventud entre la calle y la cárcel, puede quedarse en una mera sustitución de esta última por el reformatorio. 'Aquí somos siempre los mismos, que entramos y salimos todo el rato'.
El perfil de esta población reclusa menor de edad es tan previsible como descorazonador. La inmensa mayoría de los presos que habitan las cárceles españolas son reclutados sistemáticamente entre grupos de población para los cuales el paso por la cárcel es casi inevitable y obligado. Es más, la mayoría de estos chicos, que esta semana salen de la cárcel, acabará volviendo a ella, sólo que con unos años más.
Una vez en la cárcel, la rutina y la falta de estímulos hacen que salgan, como mínimo, igual que entraron. Sólo se pueden hacer dos cosas, estar en el patio 'todo el día, mañana y tarde', conviviendo con los reclusos adultos, o en el chabolo (celda), porque ninguna actividad alternativa es obligatoria. 'En el reformatorio es distinto, allí se ocupan de ti, puedes hacer cosas', dice el joven recluso. Aparte, la hostilidad del ambiente endurece a estos chavales: 'Si vas a tu bola, no pasa nada, pero si te pasas te hacen la vida imposible. Hay gente pasándolo muy mal aquí dentro, sin ropa, sin dinero y sin familia fuera'.
Carlos García Castaño, especialista en prisiones del Colegio de Abogados de Madrid y firme defensor de la nueva ley, afirma que 'la cárcel no tiene ningún tipo de capacidad redentora' para los menores. 'El que sale adelante nunca lo hace gracias a la prisión, sino a pesar de ella'. Por eso, entiende, al igual que la nueva Ley de Responsabilidad Penal del Menor, que 'la clave está siempre fuera, nadie puede pensar que en un régimen de ausencia de libertad se pueda educar'.
Julián Ríos está harto de verlo: 'Todas las historias son la misma repetida'. Abogado y profesor, a sus 35 años es uno de los mayores expertos en el régimen carcelario español, y lleva 12 años ayudando en su casa a chicos que han pasado por la traumática experiencia de la privación de libertad. De la nueva ley, considera que lo más útil es la libertad vigilada y los trabajos en beneficio de la comunidad, pero, hoy por hoy, al menos en Madrid, no hay acuerdos con ninguna entidad para hacer efectivos esos trabajos. Desde su experiencia, Ríos afirma que actualmente estos jóvenes no empiezan a encarrilarse socialmente 'hasta que no están machacados'. Normalmente, un chaval desarraigado, carne de cañón, luchará contra el sistema punitivo aproximadamente hasta los 30 años. 'Después de esa edad, los que se recuperan lo hacen para morirse'. Más tajante aún, 'de los chicos que entran en un reformatorio, las tres cuartas partes morirán' víctimas de una sobredosis, del VIH (para entonces han pasado por múltiples grupos de riesgo habituales de la enfermedad), en un ajuste de cuentas o a tiros de la policía.
Ríos aporta su visión de lo que llama los 'clientes habituales' de las cárceles, 'la gente más machacada socialmente. Estamos hablando de chavales a los que nadie les ha puesto límites. Cuando creces sin seguridad familiar y sin límites a tu conducta, al final, el límite te lo pone la policía', explica.
Para Ríos, 'si no se interviene en los espacios en los que se genera la exclusión social que genera esos comportamientos, no hay nada que hacer. El chico tiene que encontrar ayuda fuera, porque las medidas judiciales, sean del tipo que sean, siempre van a ser vistas como castigos y van a provocar rechazo. No es una situación penal, es una situación vital. Es como un túnel, del que no se sale: centro de acogida-reformatorio-cárcel, y se acabó'. Dice que el que pasa de los 40 lo hace con unas taras físicas y psíquicas insalvables. 'Los supervivientes son una ruina de personas'.
Esta descripción del preso joven que hace Ríos tiene su traducción en números. El 85% de los presos españoles ingresaron por primera vez en prisión antes de cumplir los 20 años. En el tramo de edad de menores de 18 ya son reincidentes un 40% de ellos. Las vocaciones tardías a la mala vida son muy escasas. Ese 15% de reclusos que entró por primera vez después de cumplidos los 30 verán el patio muchas menos veces que los jóvenes. Son datos de un estudio publicado por Cáritas, que arroja también unas cifras de drogodependencia dentro de la población reclusa del 54%. Precisamente las medidas terapéuticas y de atención especializada a toxicómanos son las más carentes de recursos. En lo que se refiere a reincidencia, aquellos reclusos que ingresaron siendo casi unos niños, con 16 años, reingresan cuatro o más veces (hiperreincidencia) en un 44% de los casos. Si nos fijamos en una banda más amplia, de 16 a 20 años, este dato se eleva hasta el 82%. Es decir, ocho de cada diez son inquilinos habituales de las cárceles.
La procedencia de entornos marginales, marcados por la droga y el paro, determina el destino de los futuros delincuentes. 'Son chicos que se han buscado la vida en la calle desde muy pequeños. Un chaval de éstos, a los 9 años ya sabe de la vida todas las cosas que le van a llevar después al internamiento', asegura Ángel Igualada, con 20 años de experiencia como capellán de prisiones.
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