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Columna
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Los Reyes

Dentro de cincuenta años se hablará de que todavía a comienzos de siglo se festejaban los Reyes Magos. Para finales del siglo XXI sólo los muy longevos se encontrarán en condiciones de explicar el contenido de la fiesta y únicamente algunos podrán transmitir sus anticuadas emociones de ahora. Poco más o menos esta epifanía del Señor constituye ya un desgastado testigo de los años católicos, tan erosionada en la inteligencia infantil que empieza a seguir una órbita boba, privada de sentido y sólo impulsada por la añoranza de los mayores.

Ahora conviven dos apariciones que se pretenden mágicas, Papá Noel y los Reyes, pero ninguna por efecto de su duplicidad resulta fascinante. Papá Noel ha perjudicado a los Reyes con su rudo atuendo de payaso, pero ni siquiera los Reyes han ganado el prestigio merecido. Uno y otro se han deslucido entre la menor de las disputas y en el más absoluto de los silencios. Cada cual ha robado al otro su excepción y juntos se han hundido en un nivel más bajo y permutable. Papá Noel o los Reyes: el proceso de posible intercambio se ha efectuado con tan poca resistencia cultural que la flojedad ha creado dos polos de menor energía.

Los niños españoles aplauden a Papá Noel porque aporta juguetes y después a los Reyes Magos porque traen más juguetes. ¿Entienden la sucesión de uno y otros? ¿Constatan el contrasentido en sus ropas? ¿Valoran la distinción entre sus rangos, el fin de sus respectivas misiones, la última razón de sus vidas? Los niños españoles viven absortos porque ni siquiera es posible hallar para esta bipolaridad una explicación digna a cargo de sus mansos progenitores.

Nuestros niños crecen a través de días como el de hoy, supuestamente importantes, sin llegar a conocer a qué obedece esa importancia. Lo único que cuenta son los regalos y eso sobreviene de manera tan incoherente como muchas otras cosas que pasan también en la televisión, en la publicidad o en sus libros de texto. El mundo empieza pronto a ser un caos para todos, pero ahora, en fechas como ésta, el desorden se apresura a visitar la cabeza de los párvulos: españoles, milenaristas, colonizados, postmodernos.

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