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Columna
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Magos

José Luis Ferris

Hace unos días tuve el bendito privilegio de compartir mesa, copa y plato con SS. MM. los Reyes Magos de Oriente. Hablo en serio, se lo aseguro. El mismísimo Melchor, con un estirado Gaspar y el propio Baltasar, tuvieron a bien citarme en un céntrico restaurante alicantino para saciar mi curiosidad contándome sus propósitos y su estrategia, el mecanismo imaginativo de su proceder para la madrugada del próximo 6 de enero. Le aseguro que la emoción me tenía paralizado. Nunca -que yo recuerde- había estado tan cerca de sus majestades. Y le confieso que hubo algo verdaderamente mágico en la gastronómica reunión. Salió el niño que he guardado en la trastienda de mi insípida madurez y aplaudió con entusiasmo las primeras palabras de Melchor (el de la barba blanca y abrupta de nieve buena): 'No hay nada comparable en este mundo a la ilusión', se atrevió a decir. Su argumento de filósofo aventajado era tan aplastante como el rigor de sus canas y su milenaria sabiduría. Y lo curioso es que dos mil años después, su razonamiento goza de tanta vigencia como el material genético o el micropatín homologado con sello de la CEE. Ilusión no faltaba en ninguna de las intervenciones de las que fui testigo. Hasta el mismo Baltasar tuvo palabras de apoyo y de recuerdo para sus paisanos del sur, los que cruzan el estrecho sobre una zozobrante patera.

Estar con ellos ha sido, como le vengo diciendo, una experiencia inenarrable. Conocerlos de cerca, un placer que he tardado muchos años en permitirme. Y no importa que después de un encuentro así me haya aprendido sus caras y me ratifique en que Melchor, Gaspar y Baltasar son los Reyes de todos los niños, aunque, en la intimidad, cuando se desprenden del armiño, del cetro y la corona, se llamen Vicente Castelló, José Manuel Lledó y Pedro Boj. Los quiero igual porque son mis Reyes Magos, los mismos de entonces. Y les pido que se acuerden de ese niño que ahora les evoca y espera, con los zapatos en el balcón y agazapado entre las sábanas, que le traigan este año la ilusión que algunas veces me falta, la suficiente para aguantar con ella los meses venideros, a los malos políticos y las horas tristes que siempre han de llegar.

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