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PLAZA MENOR - LA VICTORIA

El jardín de los monos ausentes

Subiendo por la calle de la Victoria en busca de la plaza del mismo nombre el paseante deja atrás la casa de la Marquesita y el estudio de Muñoz Degraín.La Marquesa de Donadio tenía casa con jardín y gustaba del buen cante, por eso daba veladas a sus amigos que, bien servidos de vino generoso, pudieron escuchar a Don Antonio Chacón, Juan Breva, El Mellizo, El Canario y La Trini.

En el taller del pintor, un poco más arriba, cuentan que había, aparte los útiles del artista, muchas cosas antiguas y curiosas. Entre ellas un precioso sillón retrete que encargó la Diputación para que la reina María Cristina pudiera hacer cómodamente sus reales necesidades en el transcurso de su visita a la Aduana de Málaga. También, en el taller, comenzó a mezclar colores Pablo Ruiz Picasso.

Terminado el recorrido de calle y recuerdos, entre esta vía y el Compás de la Victoria se topará con el Jardín de los Monos, que es en Málaga nombre por el que se conoce vulgarmente la Plaza de la Victoria desde que un alcalde decidió poner allí una jaula con esos animales hoy ausentes.

El recinto es casi cuadrangular quedando la instalación de árboles, bancos, etcétera. En el centro, a la derecha, tras pasar el antiguo bar Noelia, la acera se ensancha y queda al fondo de la pequeña y pina explanada la iglesia dedicada a la Virgen del Rocío. A su izquierda, cruzando el compás, verá unos edificios que no dirían nada de no hallarse al final de la acera, haciendo chaflán, el bar de Los Cuñaos. Local con 50 años de solera.

Como el paseante viene cansado tras subir la suave pero larga cuesta decide tomar un poco el aire sentado en uno de los bancos. Allí, sosegado, verá pasar estudiantes de vuelta de clase, charlará, o al menos lo intentará, con un jubilado sordo vecino de asiento: "¿Viene usted todos los días?", "setenta y ocho", "no, que si viene usted mucho por aquí", "la próstata es lo único".

Deje, pues, tranquilo a ese señor y disfrute del lugar.

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Tiene forma poligonal y está dividido en varios parterres cercados de setos bajos y poco tupidos. Hay palmeras, yucas, una araucaria necesitada de atención, varios bancos, un quiosco de chucherías donde una niña juega a ser madre con sus hermanos pequeños usando el sistema pedagógico del aullido , un grupo escultórico y un par de figuritas.

La escultura principal ocupa casi el centro de la plaza. Es una típica maternidad en piedra blanca sin pulir: una potente matrona tiene un niño en brazos y la niña que se supone niña suya, con los brazos levantados, se aferra a la falda de la buena señora. Ésta no parece hacer caso de nadie, tiene cara de estar pensando en cómo llegar a fin de mes. Todo el conjunto está rodeado de flores recién plantadas y el seto bajo y demasiado claro que abunda en el jardín.

Las figuras que restan son sólo dos, antes había más, pero se ve que algún amante del arte se llevó algunas cuantas y únicamente dejó las tituladas Juego del Aro y El Baño. Éste último bronce representa un chaval desnudo en todo parecido al Manneken Pis belga salvo que tiene la pilila arrugadita y sin chorro. Es una pena porque bajo su pedestal hay una pileta que podría aprovecharse, así tendría más gracia; niño orinando y desnudito, no como la del aro que está púdicamente vestida de pies a cabeza, con el calor que hace en esta ciudad durante el verano.

Además, algún envidioso le ha quitado el juguete y queda un poco rara en esa actitud de media carrera, sin nada que empujar ni perseguir. De todos modos los bronces son buenos y merece la pena visitarlos antes de que el coleccionista que tiene los otros venga a por ellos.

Ahora, después de haberse relajado con el verde, cruce la calle para contemplar la iglesia que alberga a la Novia de Málaga: la Virgen del Rocío.

Es blanca de cal, tiene planta rectangular y tejado de tejas rojas colocadas a dos aguas. A la izquierda de la fachada hay una enorme cruz de piedra estilo mudéjar que parece ser más antigua que el templo de puerta chapada encastrada en su dintel de arco, a cuya derecha se verá sorprendido con la encristalada capilla dedicada a Santa Gema.

La imagen es moderna y representa a una santa más bien andrógina con la palma del martirio, mirando al celeste. Pregunte a esa amable señora que lee el periódico al sol apoyada en una hermosa farola terminada en corona y le dirá que la cruz es la primera estación de un antiguo Viacrucis y que la beata patrocina por igual los imposibles y a los homosexuales. Sorpresas te da la vida, piensa el paseante dirigiendo la vista al campanil que, asimétrico, remata el frontal.

Junto a la iglesia está la única casa finisecular que queda en la plaza; es grande, de tres plantas, tiene todavía intacto el cierro: balcón encristalado desde donde las señoras malagueñas veían sin ser vistas. En la última planta de la arruinada pero todavía hermosa mansión, por una ventana central, asoma de modo incongruente una antena de televisión.

El fantasma del caserón se aburre como cualquier ser viviente. Pero no tiene hambre como el visitante. Éste dirige sus pasos al bar Los Cuñaos, donde Loli, la cocinera, le da además de huevos fritos y albóndigas, datos sobre la plaza y le contará cómo montaba verbenas con las niñas.

Carlos, el camarero, le dice: "Ya no hay monos en la plaza; los últimos estamos aquí". Luego, ya mas serio, contará a la parroquia que el postrer primate se lo llevaron a un pueblo de la sierra donde, fortalecido por el aire puro, se dedicó a escandalizar a las mujeres con sus costumbres onanistas, por eso el alcalde lo sacó de la vista de la gente encerrándolo en la cárcel donde murió.

Le despedirá La Tote, madame Tote, homosexual septuagenario, todo una señora que le contará anécdotas del barrio y el terrible crimen del Castillo de Gibralfaro.

Despídase de todos Loli, Carlos y los últimos monos. Ya empezada la tarde, cuesta abajo, vuelva por donde ha venido.

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