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Tribuna
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Balance francamente mejorable

Los momentos finales del año constituyen una buena ocasión para hacer balance y para imaginar propósitos cara al futuro. El acontecimiento político más importante de 2000 fue la victoria electoral del PP, y es muy posible, por consiguiente, que José María Aznar merezca el título de "hombre del año". Pero conviene tener en cuenta cuál fue la significación de aquel suceso y cómo ha sido administrado a continuación.La mayoría absoluta "no entraba en nuestros supuestos", escribió ayer Ana Botella. Hubiera podido añadir que tampoco en los deseos de una parte de los que votaron al PP y de una proporción mayor de la izquierda que se abstuvo. Por supuesto, aquella fue una gran victoria de Aznar que tenía activos importantes, junto con otros muy mediocres, y realizó muy buena campaña. Pero lo sucedido no se entiende sin tener en cuenta que un pacto de toda la izquierda mal gestado y peor explicado contribuyó a que muchos de sus electores, que apreciaban de forma positiva la optimista situación económica, se quedaran en casa. En consecuencia, la única ventaja lograda por este sector político en 2000 ha sido la superación del anguitismo, enfermedad degenerativa del paleocomunismo.

El talante con que el PP acogió su victoria fue moderado y positivo. El propio Aznar parecía ayer consciente de los peligros que a cualquier mayoría absoluta le rondan siempre: la autosuficiencia y el adormecimiento. Pero, a poco que se observe con un poco de imparcialidad lo sucedido en los últimos meses, se habrá de concluir que ese talante se ha esfumado y esos dos vicios han hecho acto de presencia.

Este Gobierno es mucho mejor que el anterior, como lo demuestra el abismo existente entre Rajoy y Álvarez Cascos. El primero, un perfecto ejemplo de hipotensión política, sabe rectificar: la mejor prueba es reciente y consiste en el modo de encauzar el traspiés de Mayor. Pero hubo, sin la menor duda, autosuficiencia al nombrar a los ministros. Algunos de ellos no tienen ni una remota idea de la materia que ha caído en sus manos (y que podría ser competencia de un ilustrado independiente si no hubiera mayoría absoluta). Villalobos preocupa con sólo abrir la boca; Matas todavía está perplejo por la conmoción creada por un Plan Hidrológico que debiera haber pactado antes de ser anunciado; Birulés ha reducido a estado letárgico la administración científica; y hay que ver las cosas que le han hecho decir al pobre Acebes. Pocos aprenderán, porque el número de Loyolas es limitado. Ha habido autosuficiencia -y, más aún, descaro- en el abuso con el que el poder usa de sus recursos en materia de medios de comunicación. Lo peor del caso es que quienes lo hacen resultan incapaces de darse cuenta de que son culpables de lo mismo que justificó sus críticas al PSOE en el pasado. Hay autosuficiencia en no pactar más en materia de inmigración y es posible que el adormecimiento explique la forma de enfocar el asunto del Tireless, unos cambios en la enseñanza de las humanidades que no van a arreglar los estropicios reales o imaginarios en su día denunciados y una política económica que ahora parece carente de aliento.

Y hay algo más preocupante. La mayoría absoluta de 1982 dio una confianza excesiva a un liderazgo que acertó unas veces y otras no, pero que fue ejercido. El Gobierno actual parece, a pesar de su mayoría absoluta, carente de capacidad de liderazgo presidencial. Incluso lo tiene en mayor grado el líder de la oposición que propuso el pacto antiterrorista y está más dispuesto a hablar sobre cuestiones concretas con otros grupos. Aznar hace bien en hablar de España y sus oportunidades, pero una y otras están mucho más en las manos de los empresarios y los intelectuales que en las suyas. A veces se dispara hacia lo campanudo y lo autocomplaciente y en ocasiones se mete por sendas de difícil salida, como cuando hace nacionalismo español a base de hacer antinacionalismo periférico. Convendría que en La Moncloa se pensara algo más en que si se ganó en 2000 fue porque otros perdieron. Y, entre los buenos propósitos para 2001, habría, sobre todo, que pedir una más firme voluntad de, por fin, levantar algo el vuelo.

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