Dictadores, escritores y difuntos
Llevaba don Antonio Machado corbata. Posiblemente. Era de torpe pero respetuoso aliño indumentario. Además, estaba en el Ritz al poco de su inauguración. Y, seguramente, de su eterno cigarrillo le caería la ceniza en su chaqueta, brillante del uso. Recibía Antonio, junto a su hermano Manuel, un homenaje por su obra literaria.Lo curioso es -tal como cuenta la dirección del hotel en una de las publicaciones con las que celebra esos primeros 90 años- que entre los asistentes se encontraba un personaje que impondría, años después, un sistema político que repugnaba a los Machado: don Miguel Primo de Rivera, el general que traería a España la dictadura en el año 1923.
Los personajes que han ido pasando por los salones de este hotel durante tantos años son de lo más variopinto y a algunos resulta difícil imaginarles frecuentando sus salones: Ramón del Valle-Inclán, Miguel de Unamuno...
Otros no fueron conocidos por su obra. Pero, aunque su nombre se haya perdido, alguien recuerda a aquel cliente -ya parte de la leyenda- que murió en el hotel. Discreta, la dirección mandó sacarle por la puerta de las maletas. Nada extraño. Al fin y al cabo, el mismo Machado hablaba de la muerte como del último viaje y pedía irse ligero de equipaje. Sólo el ataúd llevóse.
Pero -las cosas como son- también se cuenta que una y respetada dama, vieja cliente del Ritz, enterada del suceso, pidió al director que, cuando a ella le llegara ese momento, no se le diera la misma salida. Se cumplieron sus deseos. Salió por la puerta principal, entre flores y con el duelo que tal señora merecía.
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