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Reforma y ortodoxia

Cada vez que el Ayuntamiento de Alicante anuncia que efectuará obras en alguna de las plazas de la ciudad, los alicantinos nos llenamos de inquietud. De inmediato, sospechamos que nos amenaza un nuevo desastre del que será imposible librarnos. Y nos ponemos a hacer cábalas sobre dónde apuntará, en esta ocasión, el brazo destructor de nuestros concejales. Nadie osaría tacharnos por esto de alarmistas. Nos avala una experiencia de largos años en la que hemos visto destruir todo aquello que era susceptible de derribo en la ciudad. La lista de los atropellos cometidos cubriría de vergüenza a una decena larga de alcaldes, muy persuadidos en su día por estas insolencias.Ayer, publicaron los diarios que van a iniciarse las obras de reforma de la plaza de Calvo Sotelo, de modo que acudí a toda prisa a despedirme del lugar. Descubrí que, como yo, decenas de alicantinos habían tenido la misma idea. No en balde, esta es una de las plazas más conocidas de la ciudad y muchos sentimos un sincero aprecio por ella. Pude ver la nostalgia en los ojos de mis paisanos. Quienes allí coincidimos, teníamos la certeza de contemplar por última vez aquel lugar. Desde luego, ninguno hubiera afirmado que Calvo Sotelo no necesite una reforma. El pavimento de la plaza está muy deteriorado, varios árboles han perdido el lustre y la jardinería sobrevive a duras penas a la inquina del abandono como, por otra parte, sucede en toda la ciudad. La plaza ofrece, pues, un aspecto desmalazado y ¿por qué no decirlo? vulgar. Pero, con todo, es un lugar que resulta entrañable, quizá porque ha sabido resistir el asalto del tráfico y de la urgente vida comercial que ha crecido a su alrededor.

Los periódicos afirman que, en esta ocasión, nuestro Ayuntamiento se ha disfrazado de conservacionista y ha rehusado dar a la plaza un diseño actual. Calvo Sotelo tendrá, pues, una reforma ortodoxa, sin ligerezas modernas que la afeen. No me ha sorprendido la decisión de nuestro Ayuntamiento. Como nuestros concejales carecen de cualquier criterio urbanístico que no sea el despachar licencias de obra, su política (¿) precisa de estos vaivenes. Tras el escándalo de San Cristóbal, ahora tocaba moderación. Así pues, Calvo Sotelo mantendrá su diseño romántico, de plaza cerrada, con cancela y machones, que no me parece nada mal.

Otro asunto es ver en qué acaba la obra. De momento, se ha sustituido el suelo de granito, previsto en el proyecto, por otro de caliza. La caliza es un material más levantino, pero resulta sucia y frágil y resiste mal el tiempo. Más preocupante me parece, de cualquier modo, ese afán por colocar palmeras en todo lugar que se presente. Nada menos que nueve se plantarán aprovechando esta reforma de Calvo Sotelo. Alguna vez he escrito que no hay árbol como la palmera para el sol de Alicante: resulta absolutamente inútil. A nuestros concejales, sin embargo, les encanta. Quizá si caminaran más por la ciudad variarían su criterio. Con todo, lo más sorprendente del proyecto tal vez sea que pretendiendo mantener el carácter romántico de la plaza, se instalen en ella unos bancos de fundición, en falso estilo modernista. Los mismos que desde hace unos meses invaden la ciudad. Aunque, bien pensado, y dado el criterio con el que se escoge nuestro mobiliario urbano, la decisión no deja de ser consecuente.

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