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Tribuna
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En Navidad, a empadronarse

Las fiesta de Navidad, las entrañables fiestas como a veces decimos para dar a entender por contraste los problemas que suscitan, tienen una carga original, la del edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Una carga, unos deberes de desplazamiento con objeto de concentrarse y pasar lista, que siguen gravitando invariables. Así, cada año, a las emociones del reencuentro y las incorporaciones se van sumando los sentimientos por las ausencias, cada vez más visibles, porque las filas se van clareando y se trata de una fiesta donde todos están convocados. Seguimos pues en línea con este empadronamiento, primero que tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria, el que hizo por primera vez ir a cada uno a su ciudad de origen, como refiere Lucas en el capítulo 2 de su Evangelio. Así se producen todavía a pesar del mal tiempo propio de la estación invernal unas vísperas viajeras que concentran al público en las carreteras, en los ferrocarriles y en los aeropuertos con destino muy diferente al de otros periodos convencionales de vacaciones.Son días para algunas lecturas. Por ejemplo, para reconocer lo que queda de algunas épocas a través de los textos compendiados por Carlos Barrera en su volumen El Periodismo español en su historia, que ha editado Ariel Practicum. Donde también se advierte la vigencia de la declaración fundacional de la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI) suscrita en Marbella el 13 de agosto de 1994. Emociona cómo la AEPI subrayaba "el daño a la libertad de expresión que causa el Gobierno y los grupos de presión afines en Prensa y grandes medios de comunicación hablados y audiovisuales, públicos y privados". Asimismo denunciaba "el dirigismo cultural y la política oficial de discriminación informativa y acoso a escritores, periodistas y editores independientes", por parte del Gobierno, "a la par que otorga honores, premios galardones y concesiones y subvenciones financieras de todo tipo a las empresas, autores y editores más próximos y obedientes".

Por todo lo cual la AEPI comprometía su apoyo "a los medios, escritores y periodistas discriminados y acosados por los poderes central y autonómicos" y se apuntaba al pluralismo como garantía de la libertad de expresión y pensamiento frente a la concentración del poder informativo y frente a su vinculación al poder político y económico. ¿Qué ha quedado de aquel canto "al valor de la función de contrapoder de la Prensa y a la necesidad de la obra crítica y del disentimiento, como condiciones esenciales de la vida democrática, del debate público y de la creación cultural?" ¿Por qué se han disuelto los aepios cuando más necesarios eran?

Pero sobre todo hemos de aplicarnos a la lectura de El gobierno de la fortuna publicado por Juan Antonio Rivera en la Editorial Crítica, allí coincidiremos con Kant en que la perspicacia sin la buena suerte es vacía y la buena suerte sin la perspicacia es ciega y en que en múltiples ocasiones hace falta el concurso de las dos para que tenga lugar el descubrimiento. Además, ahora que nos encontramos entre dos sorteos de la Lotería viene muy a propósito la celebre frase de Louis Pasteur según la cual "en los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada".

Además quedaremos alertados contra la inveterada resistencia intelectual a aceptar la presencia de lo inintencionado, es decir, de lo que ocurrió sin responder a los propósitos de nadie en particular, porque este es lugar donde se afinca una de las formas de la invención de la historia. El nuevo año nos sorprenderá con Juan Antonio Rivera, nuestro autor, enfrentados a las filosofías de la sospecha, que incapaces de entender la condición inopinada de ciertos fenómenos son propensas a incurrir abiertamente en la falacia conspiracionista: los toman por productos artificiales que han sido construidos por algún conventículo de hombres para satisfacer determinados intereses. Por el Imperio hacia Dios decían los franquistas y por otras utopías llegábamos enseguida a los ingenieros sociales. Pero las sociedades complejas tienen mucho más de órdenes espontáneos que de planificados, resultan más, como dice nuestro autor, de la atinencia a normas comunes (no sujetas a ideación consciente y deliberada) que de la persecución de fines sociales compartidos. Así que menos lobos Caperucita.

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