_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Qué hacían en Gomorra? MIQUEL BARCELÓ

Dios, que se sepa, castigó por igual a los habitantes de Sodoma y de Gomorra. Una tempestad voraz de fuego destruyó las ciudades donde tantos pecados de soberbia lujuria se habían cometido. Nada quedó de ellas sino una repulsiva capa de azufre. Sólo el nombre de sodomía, estéril, sobrevive. De lo que se hacía en las dos ciudades, que a tanta ruina condujo, únicamente el ejercicio de sodomía se recuerda. Nadie parece saber qué se hacía en Gomorra, espantosamente arrasada con Sodoma. Desde entonces hasta ahora, a pesar de las persecuciones, de los tormentos, del horroroso rechazo, los sodomitas han sabido transmitir, cual escrupulosos artesanos, los ejercicios de su placer. Su obstinación, la entrega a su ejercicio, su delicada difusión, ha hecho posible el mantenimiento, hoy celebrada ostentación, de su origen. Dios en su cólera destruyó su ciudad, no su empeño.Ejercicio varonil, aunque pueda ser con artificio practicado por mujeres, ha sido conservado y difundido con recato y furtividad casi siempre y con locura y desafío en los escasos tiempos de libertad. Se guareció en casas y patios de clausura y fieles y devotos lo propagaron en voz baja. Hoy son legión. Pero la marcha por la historia de los sodomitas está erizada de atrocidades cometidas contra ellos. Ramon Rosselló, el pulcro cronista de Felanitx, ha vuelto visible la resistencia sodomita a sus perseguidores implacables, mayoritariamente clérigos, notarios, jueces, que con celoso afán, y quizá, alguna vez, con amor malsano, aplicaban extremas torturas a los reos y les arrancaban irrevocables confesiones del mal cometido. Lo peor, sin embargo, fue siempre la condena a la furtividad, al disimulo, a lo recóndito, a las esquinas, a la expulsión permanente del huerto público de las delicias.

La ira de Dios, en cambio, parece haber sido más poderosa que la simiente de Gomorra, que no rebrotó jamás. O pudiera ser que su conservación haya sido de conocimiento tan hermético que, en efecto, su vida resulte imperceptible. Hasta el punto de que nadie recuerde que Gomorra pudiera haber sido algo más que una ciudad que acompañó a Sodoma en su cruel castigo. ¿Qué hacían en Gomorra? ¿A qué, sin duda placenteros, ejercicios se entregaban? ¿En qué consistía la gomorría, tan execrable al menos como la sodomía al gran ojo de Dios? Gomorría no es palabra siquiera de diccionario. No se dice. Pero, ¿se hace? Tan restringida y secreta deber de ser su práctica que incluso los sodomitas no manifiestan conocerla. Y, Dios aparte, los demás grandes represores la perdieron de vista. Severísimo debe de ser el código de silencio que rige la transmisión del ejercicio gomorrita, siempre al borde de su desaparición, de su abolición eterna. Así, apenas hay trazas discernibles en la literatura. Y las que hay son inseguras como reflejos en un lago.

Hubo un poeta romántico francés de muy segunda fila que creyó que Gomorra acogería al final del futuro a todas las mujeres, como si se tratase de una casa de recogida de indias silenciosas. Mientras que los hombres retozarían en Sodoma. Tal visión no merece ser tomada en serio. No puede tenerse por gomorría cualquier práctica que el católico poeta francés pensara que las mujeres hacen entre ellas.

Se dice de aquel ser viviente en medio de la selva, a donde todos los caminos equivocados le habían conducido, que se dedicaba a "prácticas indecibles". Los numerosos críticos de la obra del novelista de falso nombre que de ello le acusó no se avienen a identificar qué prácticas eran aquellas indecibles. Se ha señalado sin mucha convicción que pudiera ser la antropofagia. Sin embargo, no debe descartarse que se tratara del ejercicio de gomorría, practicado en el corazón del bosque con nativos despiadados. El falso novelista temió, quizá, transgredir la línea hermética y fue, a propósito, vago de expresión.

Tampoco, claro, hay tradiciones orales dignas de escucharse. Parece que en Felanitx hubo una vez algunos que decían ser gomorritas. Lo curioso, advierto ahora, era que no producía sorpresa o alarma alguna. De los cuatro que eran, tres murieron de muerte natural y suave. El otro fue ahorcado por su cuñado, que tuvo que abrazarse un rato a sus piernas, por ser aquél ligero de peso, y reducir así su agonía. Pero ignoro si la gomorría de aquéllos era cierta y, si lo era, si fue transmitida a discípulos. Podría ser. Algo se comenta, de vez en cuando, en el camino d'Es Fangar. En cualquier caso yo, por supuesto, no practico la gomorría. ¿Y usted?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_