Sentencia a domicilio
Un juez británico dicta una condena en el dormitorio de un inválido que estafó a través de Internet y del teléfono
Si el reo no puede comparecer ante su señoría, el tribunal en pleno le visitará sin demora. Ronald Moss, un juez británico de Luton, localidad cercana a Londres y famosa por su aeropuerto, ha parafraseado en persona el viejo adagio de Mahoma y la montaña para sentenciar en su casa a Anthony Tobias, un estafador inválido. Acompañado por la defensa y el fiscal, los secretarios judiciales, el oficial que supervisará la rehabilitación del condenado, dos de los amigos de éste y un oficial de policía, el juez procedió a notificarle el fallo en su propio dormitorio: 12 meses de condena condicional. No es la primera vez que un tribunal se constituye fuera del Palacio de Justicia, algo que ocurre también en otros países. Se trata, eso sí, de la primera sentencia a domicilio del Reino Unido y los colegas del juez Moss aún no han salido de su asombro.Tobias, de 36 años, casado y con una hija pequeña, se rompió la espina dorsal al lanzarse en 1983 de cabeza contra un estanque poco profundo. La herida le dejó cuadrapléjico y está paralizado del cuello para abajo. Hasta hace unos meses, sin embargo, podía moverse con ayuda de una silla de ruedas especialmente diseñada. Desde que su estado empeorara, se ha visto confinado en su casa, un inmueble valorado en casi 70 millones de pesetas y construido a base de fraudes. Calificado por el juez de "edificio de la deshonra", el lugar sirvió de escenario a la última diligencia de un proceso iniciado hace varias semanas en los juzgados de Luton.
Sentado junto al cabezal de la cama de Tobias, el juez Ronald Moss se mostró solícito y atento con el astuto paciente, que le ha sacado mucho partido a su tragedia personal. Porque el condenado no sólo encargó antigüedades que nunca pagó a través de Internet con ayuda de un ordenador y un lápiz sujeto con los dientes. También usó una tarjeta de crédito sin fondos para hacerse con dos relojes de colección, uno de pared y otro de mesa, así como con una escribanía del siglo XIX, varios candelabros de bronce del siglo XV y un coqueto escritorio victoriano de madera de avellano. Hasta las ventanas y puertas de su casa estuvieron a punto de ser cambiadas gratis cuando convenció a una compañía del ramo de que la reforma era necesaria porque su hogar era la sede de una ficticia Asociación para las Lesiones de la Columna.
En una de sus comparecencias en silla de ruedas ante los jueces, Tobias había admitido las acusaciones de engaño y el encadenamiento de estafas que le permitían llevar una vida lujosa en el mayor anonimato. Lo que no ha podido devolver son las antigüedades, que han desaparecido de su domicilio y están siendo buscadas sin éxito por la policía. "Estamos ante un caso excepcional que precisaba un entorno no menos extraordinario", dijo Ronald Moss, sin toga ni peluca, cuando abrió la sesión en el dormitorio de Tobias. "La pena es que un estafador de este calibre se haya quedado inválido, porque está más que probado que es un hombre deshonesto", añadió su señoría. Como no podía enviarle a la cárcel dado su estado, le impuso 12 meses de condena condicional, durante los cuales deberá evitar volver a las andadas.
"Encerrarle sería inhumano. Tendría que pasar el día en una celda y nadie podría ocuparse de él", concluyó el juez. Entre los invitados a esta curiosa lectura figuraba un reportero del rotativo The Times, que ayer relató su experiencia con la mesura propia de las crónicas de tribunales.
Como suele ocurrir, Tobias se habría salido con la suya de no haberle podido la avaricia. Cuando ya tenía la casa hecha a base de comprar materiales de construcción a nombre de una sociedad imaginaria llamada Venturian Properties Limited, y de haberse zafado de los comisarios locales, que no calcularon que un inválido pudiera defraudar con tanta pericia, las dichosas ventanas nuevas acabarían por arruinarle el negocio. La policía tuvo noticia de que alguien había hecho un depósito de 192.000 pesetas a cuenta de unos marcos y cristales que valían más de 2 millones y no acababan de ser pagados. Acurrucado bajo una cubierta de cuadros verdes y azules, Tobias admitió que se había aprovechado de su situación para llevar una vida "decente".
Tranquilo con su decisión, el juez Moss sólo tuvo un momento de duda poco antes de concluir el proceso. Si le quitaba el ordenador, excluía por completo a Tobias de la sociedad puesto que es su única forma de sentirse vivo, junto con el teléfono. "Te equivocas si se lo dejas y metes la pata si lo requisas. Una situación imposible", admitió el juez, que optó por dejarle la máquina por motivos humanitarios.
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