Frío en retirada
En Sierra Nevada ya se manifiestan algunas alteraciones achacables al cambio climático
Hielo fósil
En el Corral del Veleta, situado a la sombra de este pico y a más de 3.000 metros de altura, se conservan los restos del último glaciar que existió en Sierra Nevada. De esta masa de hielo sólo han perdurado algunas muestras bajo el suelo, identificadas por científicos de la Universidad de Barcelona. A juicio de estos especialistas, el que fuera uno de los glaciares más meridionales de Europa se formó durante la denominada Pequeña Edad del Hielo, periodo que se inició en los siglos XV-XVI. A finales del XIX las condiciones ambientales comenzaron a modificarse rápidamente originando la fusión del glaciar, proceso que se aceleró a partir de los años cincuenta. Es obvio que si hoy no se mantienen estas grandes masas de hielo en las cumbres de Sierra Nevada es porque el clima no lo permite, y los restos del glaciar del Corral del Veleta demuestran que, en otro tiempo no muy lejano, las temperaturas medias y el régimen de precipitaciones eran muy diferentes a las que se registran en la actualidad.
Antonio Gómez, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona, advierte de que estos estudios no están orientados a analizar cuestiones climáticas, "sino geomorfológicas". "Aunque nuestras conclusiones sean muy útiles para los expertos dedicados a estudiar la evolución del clima en esta zona del Mediterráneo", precisa. A pesar de todo, las observaciones llevadas a cabo desde finales de los años setenta por este geógrafo revelan cómo "el volumen de nieve que se acumula en este macizo no ha dejado de disminuir, por más que en años concretos se registren cantidades más o menos importantes".
De hecho, el Corral del Veleta pudo ser sondeado en busca del hielo fósil que revela la existencia de un primitivo glaciar gracias a que en 1995, y por primera vez, el fondo de esta depresión se mantuvo libre de nieve. Aunque solo se trata de una hipótesis de trabajo, los especialistas consideran que podría estar manifestándose un aumento de la temperatura media con lo cual, aunque no se modifique el régimen de precipitaciones, la fusión de las nieves es precoz; o bien que, aún manteniéndose la temperatura, hayan disminuido las precipitaciones, con lo que la cantidad de nieve es menor. "También es posible", señala Gómez, "que ambas alteraciones se estén produciendo al mismo tiempo, aunque todavía carecemos de datos suficientes como para constatar, de manera mucho más precisa, la existencia y alcance de este posible cambio climático". Quien no tiene dudas de que este fenómeno ya se ha hecho notar en Sierra Nevada, y que, además, está originando graves alteraciones en algunos ecosistemas, es Gabriel Blanca, catedrático de Botánica de la Universidad de Granada. En su opinión, "hay un buen número de plantas, exclusivas de este macizo, que no pueden adaptarse a los cambios de temperatura y humedad que se vienen registrando, de manera que sus poblaciones han ido decreciendo y refugiándose en las zonas más altas y umbrías de la sierra, donde encuentran más frío".
Una buena parte de las especies que viven en la zona de cumbres son, precisamente, las más valiosas, aquellas que no crecen en nigún otro lugar del planeta. Si el cambio climático las obliga a seguir ascendiendo, en busca de mejores condiciones ambientales, llegará un momento en que comiencen a "caerse por arriba", iniciándose un grave proceso de extinción. "Sin miedo a exagerar", alerta Blanca, "podrían desaparecer, a medio plazo, entre 50 y 100 especies vegetales características de Sierra Nevada".
De poco sirven, frente a este problema, los planes de conservación puestos en marcha para salvaguardar la flora más valiosa de este parque nacional. Con estas herramientas se puede actuar sobre determinadas acciones que, a escala local, afectan a la supervivencia de algunas plantas, como el sobrepastoreo, que puede corregirse disminuyendo el número de cabezas de ganado. Sin embargo, frenar el cambio climático exige, como se comprobó recientemente en la cumbre de La Haya, medidas a escala planetaria, inútiles sin el acuerdo unánime de los países desarrollados.
Ganar o perder
Casi siempre que se produce una alteración en las condiciones ambientales, más o menos brusca, hay especies que salen perjudicadas y otras que se benefician. En el caso de Sierra Nevada, la mayoría de los vegetales tienen mucho que perder con el cambio climático. El romperocas púrpura, por ejemplo, ha visto cómo sus poblaciones no dejaban de disminuir en los últimos años. Las localizaciones se van reduciendo porque la especie ha terminado refugiándose en las zonas más altas de la sierra, en parajes muy umbríos, donde se ha colocado al borde de la extinción.
La variedad de pino silvestre que crece en Sierra Nevada y en la cercana Sierra de Baza también manifiesta un comportamiento anómalo. El Departamento de Ecología de la Universidad de Granada ha comprobado cómo este árbol ha dejado de regenerarse de manera natural. Los plantones que nacen a partir de la dispersión de los piñones acaban muriendo a causa de las alteraciones climáticas. Éste es un pino que necesita más frío y humedad, sobre todo en verano, de la que se registra en la actualidad, de manera que, precisa
Gabriel Blanca, catedrático de Botánica de la Universidad de Granada
, "cada pino que muere es un pino menos, un árbol que ya no podrá reemplazarse".
En el lado de los seres vivos que parecen estar beneficiándose de estos cambios se encuentra Senecio nevadensis. Desde hace unos 20 años esta planta endémica está en clara expansión, debido a que se trata de un vegetal de floración tardía, por lo que, cuando los inviernos eran más fríos y se iniciaban de manera temprana, apenas tenía tiempo de producir semillas y que éstas se diseminaran. Ahora, cuando la invernada se retrasa y las temperaturas son más suaves, dispone de una prórroga que aprovecha para reproducirse.
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